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El POLICÍA DE SEGURIDAD EN SU CONFORT

 
Fue un domingo, por ahí de las tres de la tarde, acompañe a mi esposa a la plaza comercial “Averanda”, una construcción con espacios al aire libre, como si fuera un paraíso de cristal lleno de frivolidades, bien diseñado, donde centenares de familias, hombres, mujeres, parejas y jóvenes salen a distraerse un poco, para llenar su tiempo con deseas compulsivos o escaparse de su, insoportable, aburrimiento. Comer en familia en algún restaurante; otros divertirse en el cine con la película de estreno “Intensamente 2” y; la mayoría van de compras, se nota porque cargan bolsas. Mientras tanto, mi esposa haría la devolución de una blusa que había adquirido en días anteriores y entretenerse con las ofertas de verano.
 
Mientras tanto me dedique a caminar por los pasillos de la plaza, para no hacer tan larga la espera, disipando mi mente con el deseo de que brotara una idea para hacer mi próximo artículo periodístico.
 
Después de recorrer varias veces todos los pasillos, mi cuerpo me pidió descanso. Justamente cuando pasaba por el centro de la plaza a un costado hay mesas con sombrillas dispuestas con cuatro sillas cada una y al centro una gran fuente moderna de aguas saltarinas, el ambiente es atrapado con música que escapa de los restaurantes que la rodean. Me senté para aguardar la espera.
 
Vi venir hacia la mesa al guardia de seguridad, mi sorpresa, fue cuando me preguntó si podría sentarse en una de las sillas desocupadas. Sin problema –le respondí–. Puso sobre la mesa un vaso de cartón y una bolsa de estraza, de esas con las que envuelven el pan. De inmediato saco su celular y le marco algún compañero o amigo, mientras, sigilosamente, de la bolsa saco un pan, el cual trataba de ocultar cuando se lo llevaba a la boca y enseguida le daba un sorbo del líquido contenido en el vaso –supongo era un café–. Percibí que la persona con la cual hablaba le habría preguntado – ¿qué estás haciendo? –. él respondió –comiendo una torta de jamón con frijoles, en la mañana ya me comí dos–, en seguida dijo –que estaba trabajando y tenía un buen trabajo, le pagaban dos mil pesos a la semana, entrando de diez de la mañana a las diez de la noche. Pensé que con quien hablaba, también, tendría un trabajo de policía de seguridad, porque en seguida le respondió –aquí ya no hay trabajo, pero en el tuyo ¿cuánto te pagan? –, y de inmediato –dijo–, –sí que estas jodido y eso de que trabajes 14 horas por un sueldo más bajo que el mío ¡está cabrón!, pero ni modo, no lo dejes porque hay mucha competencia y no es fácil encontrar trabajo–.
 
Puse mi atención en las personas que van y vienen. En el ambiente un bullicio de voces que se pierden al instante o se confunden con las notas musicales que escapan de los restaurantes. El entorno lleno de flores y plantas bellamente montadas alrededor del centro de la plaza, las cuales visten con sus ramas verdes a las jardineras. Algunos niños desafiando la autoridad de sus padres queriendo tocar el agua de la fuente; familias que salen a pasear o degustar un vino o cerveza con sus alimentos; jovencitas bien arregladitas buscando romper la monotonía en busca de la aventura del amor; mujeres bellas, bien vestidas, seguras de sí mismo, provocadoras con su esbelta figura tratando de atraer las miradas a su paso.
 
Me distrajo las risas de un grupo de señoritas que pasaban cerca donde yacía plácidamente sentado y el tufo de sus perfumes se perdían con el olor a carne asada. Pensé entonces que en todas esas mentes que circulan por la plaza, hay mundos inocuos que cargan historias de pesar o carencia insatisfechas; tal vez, de su indiferencia o confort, que no les permitan darse cuenta que en nuestro país hay, graves carencia, personas que están siendo víctimas de la desigualdad, inequidad e injusticias.
 
Vi venir a lo lejos a mi esposa. Llegó a la mesa y miro con desconcierto al policía, lo saludo. Me despedí de él con una sonrisa. Me sentí alegre porque aquel policía, sin saberlo, me había dado una idea para hacer mi próximo artículo periodístico…
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