La solución dada por Calles al asesinato de Obregón en 1928, y la de Lázaro Cárdenas al pretendido “continuismo” de Calles, expulsándolo del país en los treinta, fueron versiones del modelo pactista, clientelar y corporativo, de corte novohispano y porfirtista.
La institucionalidad liberal, democrática y republicana quedó fija en las leyes. La política siguió sus propios códigos escritos en el mármol de la costumbre.
Así llegó al mundo el sistema presidencial de partido hegemónico que gobernó México medio siglo, desde 1940, y resolvió sexenio a sexenio, en forma cupular pero efectiva, el problema crónico de la transmisión del poder.
Luego de la represión del movimiento estudiantil de 1968 aparecieron sombras de ilegitimidad y amagos de violencia sobre la solidez, de apariencia monolítica, del régimen.
Las crisis económicas de 1976 y 1982 erosionaron seriamente el acuerdo de la sociedad con los gobiernos priistas y, por tanto, con la legitimidad de su pacto sucesorio.
A partir de los años setenta el país empezó a construir, desde la cúpula priista, unas reformas graduales para dar cabida al desacuerdo en la representación democrática, y responder al fantasma de ilegitimidad en la transmisión del poder que empezaba a instalarse de nuevo en el horizonte.
México construyó las instituciones necesarias para disipar ese fantasma, a partir de 1978. Las elecciones empezaron a ser creíbles. Empezó a existir una ciudadanía real. Por primera vez en la historia política los partidos políticos atraían el voto de ciudadanos que efectivamente acudían a votar.
Las elecciones del año 2000 decretaron la primera alternancia pacífica y democrática en el poder de nuestra historia.
El vacío dejado por la interrupción de la legitimidad monárquica, a principios del siglo XIX, había sido llenado por fin con la legitimidad democrática, a fines del siglo XX.
Las elecciones del año 2018 repusieron, sin embargo, la tentación de tener un presidente fuerte. El país volvió a su nostalgia monárquica y el presidente electo actuó contra todas y cada una de las reglas democráticas que lo habían traído al poder.
Las trampas del gobierno y los votos de la sociedad refrendaron el triunfo del nuevo poder protomonárquico de México, con mayorías absolutas en la Presidencia y el Congreso.
En esas estamos. De regreso al Gran Poder.