La incertidumbre está de moda en los analistas y en la realidad.
Focos de incertidumbre son la llamada “ventana de septiembre” en México y la elección presidencial de noviembre en Estados Unidos.
Camino a la “ventana de septiembre”, hay una pieza clave, que se decide en agosto, y que definirá si México sigue siendo una democracia o se encamina a ser una dictadura.
Ese “sí” y ese “no” admite un símil tenístico: Se juega el punto final del juego, la pelota da en la red, se eleva y cae. Dependiendo de dónde cae, alguien gana y alguien pierde el campeonato.
Puro azar, se dirá, sí: pero también pura física infinitesimal que no alcanzamos a medir ni a ver pero que explica por qué la pelota hace lo que hace y no otra cosa.
Hay una bola de tenis en el aire que ha pegado en la red, está en el aire, y que definirá si México seguirá siendo una democracia con gobierno fuerte o será un gobierno capaz de cambiar la arquitectura constitucional del país y volverse una dictadura, con un Poder Ejecutivo que domina a los otros poderes y puede legislar y deslegislar a su gusto.
La bola está en el aire.
El oficialismo la ha cantado anticipadamente a su favor. Lo que se define es si el nuevo gobierno tendrá mayorías calificadas en el Congreso (66% o más) aunque hayan conseguido sólo votos suficientes para tener mayorías absolutas (más de 51, menos de 66).
Los votantes no han otorgado los votos suficientes para las mayorías calificadas. Han dado al Congreso un 54.7% de los votos.
Lo que el oficialismo exige es que mediante la aplicación de leyes secundarias y acuerdos intra coaliciones, le sean otorgados más de 20 puntos de sobrerrepresentación en el Congreso respecto de lo que obtuvieron en las urnas. El tope de representación constitucional es 8%.
La física política que definirá de qué lado cae la bola, está radicada ahora en una grosera presión política contra las dos instituciones que decidirán: 11 consejeros del INE y 5 magistrados del tribunal electoral.
16 personas decidirán si México será una democracia o será una dictadura.