Serían las cuatro de la mañana cuando un halo de escalofrió me recorrió por el cuerpo. Sentí la presencia de mi abuela Chonita venida de ultratumba que me tocaba los dedos de los pies. Quise abrir los ojos, pero estaban encerrados en el más profundo sueño. El tufo que salía de su boca se estrellaba en mi nariz con un olor acedo que hacía más real su presencia. Y yo, paralizado de miedo queriendo gritar para que alguien me despertara, sin poder hacerlo.
Sentía el peso de su mirada que me recorría de los pies a la cabeza. Aprecié clarito como se me acerco al oído y con voz entrecortada y ronca, me susurraba que revisara los escritos de Isaac Asimov y que siguiera escribiendo, aunque nadie me leyera. Ella sabía que eso me hace feliz. No me dió tiempo de preguntarle por mis padres.
Fue tal mi esfuerzo por querer abrir los ojos y mover mi cuerpo aprisionado, que desperté bruscamente y del pecho se me escapa el corazón. Ya no pude dormir y como a las cinco de la mañana fui a la computadora a buscar que había escrito Isaac Asimov y lo primero que me encontré, es que fue un escritor famoso y un apasionado defensor del racionalismo.
En 1980, Asimov escribió una columna de opinión titulada “El culto a la ignorancia” en la revista “Newsweek”. En ella decía que: “existe un culto a la ignorancia; la presión del anti-intelectualismo ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentando la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tú conocimiento”. De inmediato me cayó el veinte y entendí lo que mi abuela Chonita quiso decirme: “que la democracia es una ilusión”.
Ámbito:
Local