Soy creyente y con frecuencia voy a misa los domingos. Me encanta escuchar la homilía del Padre D porque tiene un doctorado en Teología y la explicación del evangelio lo hace con un tono coloquial y sencillo, pero con un profundo sentido teológico y filosófico e invariablemente, le pone una chispa de humor para que los feligreses no se distraigan con el bullicio de sus pensamientos.
Me llamo la atención ver entrar a tres elementos de la Guardia Nacional con sus rifles R15 montada en sus hombros, como si fueran a Rescatar al soldado Ryan. Dos hombres y una mujer, que escoltaban a una dama, que, con paso firme y apresurada, paso a espaldas de los feligreses, muy pocos se pudieron percatar de ello, porque estaban atentos a lo que el padre explicaba en el altar de la capilla abierta. Ella se introdujo al interior de la iglesia. Seguramente a pedir perdón por las fechorías no sé de quién. Lo dejo a la imaginación.
No tardo ni 5 minutos, sus escoltas salieron tras de ella y a fuera los aguardaban otros tres soldados. Ella se subió en una Suburban y ellos en su camionetota. Debo confesar que la escena, nada usual, me distrajo y perdí el mensaje de la homilía. ¡Carajos! Pensé, la Guardia Nacional para que ¡chingaos está! Eso de abrazos y no balazos, solo sirve para proteger a maleantes y esposas de altos funcionarios.
Para mi buena fortuna el Padre D remarco el significado del versículo bíblico cuando Jesús dijo a sus discípulos “vengan a mí y vamos al desierto” y detallo: en un mundo agitado y lleno de perturbaciones, bullicio y reverberación, no hay tiempo para estar con uno mismo. A veces necesitamos apartarnos del mundo e ir a nuestro desierto para rencontrarse solos con nuestros pensamientos, tener la paz y la fuerza para seguir adelante en este mundo lleno de tribulaciones.
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