A estas alturas del cuatronato (que desde el 2 de junio anda tan ensoberbecido), ya no sorprende que el oficialismo se conduzca con una ética tan elástica que sus principales machuchones, aunque despotrican contra “el neoliberalismo” de los seis gobiernos anteriores, aprovechan en política similares pero más ominosas fórmulas del “pasado corrupto neoliberal” para acrecentar su poder transexenal.
El más claro ejemplo de su oportunista y veleidoso proceder es que no dejan de celebrar el renovado Tratado de Libre Comercio suscrito por Carlos Salinas de Gortari y convertido, con Enrique Peña Nieto, en el T-MEC (Tratado Económico México, Estados Unidos y Canadá).
Siguen al pie de la letra las recetas que heredaron del “Prian” en el manejo de las finanzas públicas (respeto a la autonomía del Banco de México, a la flexibilidad del tipo de cambio, política fiscal, deuda, déficit público, etcétera) para mantener sólida la macroeconomía.
Eso sí, en su afán de ser vistos inteligentes y eficientes, reclaman para sí el falaz “mérito” de la estabilidad del peso (el presidente López Obrador presume que “no se ha devaluado”), lo cual nada tiene que ver con el gobierno, porque desde que el ex innombrable trazó la ruta seguida por Ernesto Zedillo para que el mercado determine el precio de la moneda mexicana, durante 30 “neoliberales” años tampoco hubo una sola “devaluación” (el peso “flota”).
No dejan de proclamar la mentira de que son “distintos” a quienes durante 36 años (de Miguel de la Madrid a Peña Nieto) detentaron el poder, a quienes debe añadirse todos los ex priistas, ex panistas y ex perredistas que mayoritariamente conforman Morena y en menor medida a sus contlapaches de los partidos Verde y del Trabajo.
Sin embargo, en el ejercicio de la política no solo confirman ser “distintos”: son peores y mucho más voraces, como lo prueba el alevoso y montonero asalto que pretenden para alzarse con una excepcional, abusiva, descarada y antidemocrática sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados.
En síntesis, con el 54 y fracción por ciento de los votos que obtuvieron como coalición quieren apropiarse de 75 por ciento de las curules y dejarle a la oposición el triste 25 por ciento, pese a que obtuvo 45 por ciento de los votos.
De consumarse esta parte del “golpe técnico” que llegó a atribuir a “la derecha”, el nacionalpopulismo podrá hacer lo que quiera con la Constitución sin que sus adversarios alcancen el número de diputados requerido para entablar una controversia constitucional.
Para justificarse arguye sofismas que remiten a la coartada del delincuente atrapado in fraganti, cuando alega que la policía no capturó a otros linchadores, rapiñeros o asaltantes.
El oficialismo argumenta que el mismo reparto mañoso de curules lo hacían los “neoliberales y corruptos” del PAN y el PRI.
Pero lo cierto es que nunca cometieron la chingadera de imponer, como quiere la 4T, una inconstitucional y abierta dictadura de la mayoría