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EL PODER DEL AZAR

 
Para romper el peso de la cotidianidad que con frecuencia se hace monótona e insoportable, decidí salir al zócalo de la ciudad a lustrear mis zapatos para que dejaran la apariencia de ser viejos, pensé, ojalá se pudiera lustrar el cuerpo para tapar las arrugas y el peso de los años. Me senté en la silla del bolero, mejor conocido por El Cachetón, a mis espaldas lucía el kiosko del Jardín Juárez.
 
Para muchos de los cuernavacos que ven un simple kiosko feo, descuidado e insignificante e ignoran su belleza e historia o; simplemente, les resulta de mal gusto venir a pasear al jardín. Va esta añoranza.
 
A propósito de los Juegos Olímpicos de Paris con su majestuosa torre Eiffel como símbolo distintivo, este insignificante kiosko fue construido en 1866 y diseñado por Gustave Eiffel el mismito que construyo la Torre Eiffel y que en todo el mundo es admirada y despierta sueños y ensueños a los enamorados.
 
Mientras elucubraba, mi oído escuchaba el rechinar que el cachetón hacía con un trapo a los zapatos con movimientos rítmicos para sacarles todo el brillo posible. Vi venir en el piso una hormiga zigzagueando de un lugar a otro con una carga, supongo muy pesada como es la vida, un pedazo de una hoja seca esperando que su GPS la orientara rumbo a su hormiguero ¡qué maravilla de la creación! De repente un niño de cinco años se soltó de su mamá y vino directo a pisar a la insignificante hormiga. La trituro como si le molestara.
 
Pensé entonces, qué frágil es la vida y cómo algo inesperado e imperceptible en un instante ¡Zas acaba la existencia de un diminuto ser! Todo fue tan rápido que no pude disuadir la curiosidad del niño.
 
Tome el periódico y en la página central, me llamo la atención la noticia del joven de 16 años que, jugando futbol, a quien le cayó un rayo y murió a los ocho días después. Pensé, cómo hay sucesos impredecibles e imperceptibles. El azar puede vestirse inesperadamente de infortunio y causar tanto dolor o tristeza. El azar puede tomar forma de desgracia. Recordé entonces a Albert Einstein cuando dijo: “Dios no juega a los dados”.
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