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POLÍTICA ZOOM

La merolica de la Catedral


Gloria nació con gracia para contar las cosas y ejerció el oficio durante años, de sus papás aprendió que lo primero para tener éxito es atraer a la gente. “Hay que trazar el escenario porque se trata de una obra que requiere de su propio circo”, dice

Trátese de verdades o de mentiras, Gloria nació con gracia para contar las cosas. Sus padres fueron merolicos de profesión y ella ejerció por un tiempo con bastante buena suerte esa actividad económica.

Me presume una nota de periódico donde aparece leyendo la mano de un paseante: “Vivir del cuento. Pitonisas de banqueta: la suerte, el dinero y el futuro”, reza la cabeza del Universal Gráfico fechado el miércoles 3 de marzo de 1993. Entonces Gloria tenía solo diecisiete años y ya se miraba toda una profesional.

Aventó el grito la vez que debió ganarse la vida por sus propios medios. Así se dice cuando un merolico comienza a trabajar. Le pido que me dé un ejemplo y entona como lo haría un cantante de ranchera antes de arrancarse:

“De a cinco de a cinco pesos, cualquier anillo de acero inoxidable. Metal que no le mancha, que no se oxida, chéquele, agárrele, cógale, el precio es hasta para que venda… las grandes empresas algún día fueron pequeñas, chéquele, acérquese, sin compromiso acérquese, chéquelo…”.

Estoy seguro de haber escuchado antes su voz, me parece tan conocida como la de la niña que pregona la compra de “estufas, refrigeradores o fierro viejo que venda”. Son los sonidos de mi ciudad, o más precisamente, de las zonas que más frecuento.

La mayor parte de su vida como pitonisa y también como comerciante ha tenido como coordenada la Catedral Metropolitana. Ella prefiere la esquina frente al Monte de Piedad, aunque también ha trabajado a un lado de la estación del metro, cerca de la calle Seminario.

“Merolico no es solo quien vende productos milagro, también hay quien levanta la voz para que le compren libros o ranitas chinas, aunque la mayoría —me mira con complicidad— somos gritones que sabemos cómo embaucar”.

Hace años que dejó ese oficio y por eso puede hablar de él con sinceridad y desparpajo. Al escucharla, aquel tiempo es presentado como el más divertido de su biografía.

El papá fue su maestro. Gloria afirma que creció como niño de la calle en la Merced y ahí aprendió a hacer todo tipo de enjuagues. Luego conoció a su mamá y la metió también en el negocio.

“Lo primero que aprendes es a atraer a la gente”, asegura la antigua merolica. Hay que trazar el escenario porque se trata de una obra que requiere de su propio circo”.

Un elemento escenográfico clave son las semillas de la abundancia: “colocas sobre una tela roja ajo macho, lágrimas de San Pedro, linaza blanca, mostaza, trigo, arroz, lenteja y lo mezclas. Es la trampa perfecta porque la gente se la cree cuando le dices que ese menjunje sirve para atraer la buena suerte”.

Gloria muestra una fotografía donde aparece rodeada de pequeños frasquitos con mijo blanco y negro, cal pintada de rojo, más ajos chinos, un buda y cruces de Caravaca.


El templo católico que ha sido la coordenada preferida de la pitonisa. Octavio Hoyos

El templo católico que ha sido la coordenada preferida de la pitonisa. Octavio Hoyos

“Una vez que tienes montado el sitio invitas a la gente para que se deje leer la mano o las cartas. Ese servicio es gratis. ‘Te digo tu suerte, te veo tu futuro, el amor pronto llegará’, prometes y a la gente se le despierta la curiosidad. Con que unos cuantos caigan, pronto habrá muchos más porque lo que interesa a dos o tres va a provocar al resto de la manada”.

El espectáculo de Gloria duraba entre una hora y hora y media, así que debía conducir a su público de un acto al otro con paciencia y muchas palabras. Después de la lectura de la suerte venía el número de las moneditas.

“Les pides unas moneditas, de la más baja denominación, de a peso, cincuenta centavos, cuando había, de diez centavos. Prometes que al final las devolverás cargadas de buenas vibras. Con tal de recuperarlas, la raza se espera hasta el mero final”.

Si la gente permanecía todo ese tiempo, asegura Gloria, es también porque las personas tenemos necesidad de que algo cambie en nuestras vidas. Hay un dolor físico, un desamor, problemas financieros, falta de trabajo, despecho, una adicción, una pareja que ha cambiado su actitud, en fin, que los males son la gasolina del merolico.

“Cuando ya los tienes bien atentos viene el momento de enfermarlos psicológicamente. A la gente hay que hablarles de brujería, de la mala voluntad de la vecina, de la tierra de panteón que un enemigo echó a los frijoles, del veneno de víbora que alguien nos dio de beber, del mal de ojo o de la fotografía utilizada por el ex novio para hacernos daño”.

Es clave que la persona embaucada deseche el azar como argumento de su mala suerte. Si algo malo le ocurre es por una causa. Tan importante como encontrar el origen del mal debe ser para el merolico aportar la cura para conjurarlo.

“Mi papá aprendió lo que pasa cuando se mezcla el hipoclorito de sodio con el yodo. Si en un vaso pones las sales de hipoclorito y le viertes yodo, en pocos minutos ese coctel conseguirá un color claro”.

Este fue el producto milagro más exitoso. Según la merolica de la Catedral el yodo era la tierra de panteón o el veneno de víbora que traía enferma a la persona. Para sanarla, ella vendía cruces de Caravaca, supuestamente traídas de Oaxaca, que colocaba dentro del recipiente sobre el cual también vertía un poco de hipoclorito.

“Quedaban maravillados al ver como el color puerco del yodo era sustituido por la santidad de esa cruz bendita. Para mejorar el efecto, me hincaba y ponía a todos a rezar en voz alta varios padres nuestros”.

Al final de cada acto, Gloria había vendido entre veinticinco y treinta cruces, a cien pesos cada una. Asegura que la gente se iba contenta con su amuleto mágico. Sin embargo, había quien necesitaba subir en la escalera del engaño.

“El mal de ojo es un problema más extendido de lo que uno se imagina. A esa gente la mandaba al hotel Lafayette, que estuvo en la calle Motolinía. En el cuarto número 13 esperaba la hermana mayor. Por un tiempo mi mamá se presentó como Rosacruz, aunque luego funcionó mejor decir que era bruja de Catemaco”.

Cada día esa mujer hacía unas veinte limpias muy bien pagadas, aunque a veces la madre tuvo que aceptar animalitos como retribución.

Hoy Gloria se dedica a otros menesteres. No se siente culpable de aquel engaño porque dice que la gente solía volver con ella ya que sus cruces de Caravaca probaron ser muy poderosas.

Ámbito: 
Nacional