No sé si llenaré con estas líneas el número de palabras que debe tener esta columna, pero quizá cumpla con su espacio si cada línea es un renglón.
Es un primer apunte, epigramático, sobre lo que creo que será nuestro futuro inmediato, luego de que ayer el Tribunal Electoral le dio al gobierno la capacidad de cambiar a su gusto la Constitución y establecer un nuevo régimen en México, un régimen legal pero no democrático.
Aquí va, amigos editores, línea a línea.
El país que viene:
En lo político, autocrático.
En lo económico, atorado.
En lo social, igual.
En lo fiscal, agotado.
En lo moral, corrupto.
En el ánimo, caudillista.
En el gobierno, discapacitado.
En la salud, hemipléjico.
En la educación, regresivo.
En la seguridad, sangriento.
En sus libertades, constreñido.
En sus opiniones, censurado.
En presupuesto, mendigo.
En presidencialismo, tiránico.
En división de poderes, opresivo.
En federalismo, centralizado.
Desde el poder, dictatorial
En la oposición, testimonial.
Para los poderosos, impunidad.
Para los débiles, indefensión.
Para los amigos, complicidad.
Para los enemigos, atropello.
En obras gubernamentales, dispendio.
En la grilla, oportunismo.
En gasto público, opacidad y medro.
Frente al crimen, tolerancia.
Para el Ejército, negocios.
Para los pobres, dinerito.
Para los ricos, contratotes.
Ante las víctimas, frialdad.
Ante las protestas, sordera.
Frente al cambio de gobierno, continuidad.
La vida pública, en sordina.
La vida diaria, precaria.
Frente al presente, negación.
Ante la historia, vanidad.
Todo esto viene hacia nosotros, de hecho ya está ahí, ha estado estos años, de modo que no hay grandes novedades en mi lista, salvo porque todas y cada una de las cosas que enlisto se pueden agravar.