Miente como respira
Miente como respira es una frase que acuñó Andrés Manuel López Obrador hace pocos años para denostar a un periodista que odia. Ahora, en el último informe de su gobierno este domingo en la gran plaza pública del Zócalo de la Ciudad de México, el Presidente demostró que a mentir nadie le gana.
No tiene rival tampoco para decir cosas increíbles –algunas francamente ridículas–, tergiversar datos, falsear otros, mezclar cosas o expresar medias verdades para esconder fracasos y salir indemne. La mayoría del electorado votó por su proyecto y su candidata. La propaganda fue un éxito y el terror hacia el interior y hacia fuera del régimen, también. Se irá dentro de un mes, victorioso –su definición de triunfo es la popularidad– y dejará una monumental responsabilidad para la heredera del legado, Claudia Sheinbaum.
La presidenta electa no tiene el cinismo de López Obrador –insistir en que el sistema de salud que deja es mejor que el de Dinamarca, que la gasolina cuesta menos o que ya no hay corrupción en el gobierno, serán recordados como sus principales bufonadas–, pero tampoco los recursos dialécticos –un discurso que conecte de la manera más simple con la gente–, la forma simple de decir las cosas ni sus énfasis, que sintetizan una capacidad de comunicación como no habíamos visto nunca. Su personalidad, antagónica a la de su mentor, la deja en desventaja ante el estilo de gobernar del tabasqueño. A una le gusta ser seria; al otro le encanta la carpa.
Sheinbaum va a carecer de otras cosas, sobre todo dinero. El gobierno de Enrique Peña Nieto le dejó en caja a López Obrador 300 mil millones de pesos para que tuviera un cómodo arranque de administración, además de poco más de 1.3 billones de pesos en fideicomisos. La inflación estaba en 4.3%, el tipo de cambio en 19 pesos por dólar, el crecimiento en 2.1% y el déficit fiscal en 2.3%. López Obrador deja la caja casi sin dinero –sólo habrá recursos adicionales para vivienda y hospitales–, menos de la mitad de los fideicomisos –concentrados ahora en las Fuerzas Armadas–, una inflación de 4.98%, un tipo de cambio altamente volátil que ha llegado a rozar los 20 pesos por dólar, un crecimiento de 1% y un déficit fiscal de 5.4%.
Contra lo que planteó el Presidente en su último informe, deja un gobierno que apesta en corrupción –sólo Segalmex, con 15 mil millones de fraudes, es tres veces más grande que el mayor en el gobierno de Peña Nieto, la estafa maestra–, con conflictos de interés y probables ilícitos en los sectores de petróleo, medicinas, alimentos y construcción del círculo cercano de su familia, una sociedad dividida y confrontada –la última, la reforma al Poder Judicial–, con el narcotráfico en poder de un importante pedazo de territorio nacional –siendo el poder real en casi la mitad de los municipios– y con un creciente choque con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, poniendo en riesgo la renegociación del acuerdo comercial norteamericano.
El Presidente dijo que se jubilará y que se irá a vivir a su rancho en Palenque, lo que no está en duda, salvo por cuánto tiempo lo hará, para seguir encauzando lo que es su estrategia transexenal, explicada recientemente por una pluma al servicio de Palacio Nacional, que apuntó que la radicalización de sus posiciones busca hacer más difícil que Sheinbaum busque correrse al centro, no por razones ideológicas –la presidenta electa sí es de izquierda; el saliente es un típico priista reaccionario setentero–, sino por necesidades pragmáticas. Ayer le volvió a mandar un mensaje: nada de APP, asociaciones público-privadas, que fue una de las innovaciones que presentó la presidenta electa en sus propuestas energéticas para los primeros 100 días de su gobierno. Y le remachó que tiene que terminar las obras de su sexenio, aunque sean ocurrencias de último momento.
El último Informe de Gobierno de López Obrador es la hoja ruta de Sheinbaum. No le tiene en el fondo confianza ciega a su delfín, y el tutelaje que ha hecho para con ella, arrastrándola a sus giras por el país para que se comprometa a seguir sin cambiar una coma el proyecto del obradorismo, es mucho más profundo de lo que se puede ver con la imposición, hasta ahora, de 11 secretarias y secretarios de Estado, varios más de los que ella ha logrado colocar.
Quiere el Presidente que Jesús Ramírez Cuevas, el jefe de la maquinaria de propaganda del obradorato, repita en el área de Comunicación Social –que causa escalofríos en el equipo de Sheinbaum por el costo que tendría en el arranque de gobierno con los medios– o que quede en una posición estratégica en el gabinete. Le ha insistido que mantenga como asesores a Rafael Barajas, el monero Fisgón –uno de los culpables de los mayores errores de López Obrador en política exterior–, y al videobiógrafo del Presidente, Epigmenio Ibarra, como señal de continuidad. Lo último que está inquietando al equipo entrante es la presión para que Andrés López Beltrán, el segundo hijo del Presidente –sentado ayer en el Zócalo junto a Beatriz Gutiérrez Müller, su esposa–, asuma la Secretaría de Organización –que para efectos prácticos es la electoral– de Morena, perfilando con sus guardias rojas la construcción de una dinastía política en México para dentro de seis años.
López Obrador engañó con la verdad toda su vida pública y es un consumado mentiroso, como lo vimos en su último Informe de Gobierno. Sheinbaum debe saber que es un hombre sin escrúpulos, que ha traicionado a quienes más lo han ayudado sin condiciones y lastimado, para salvarse él, incluso a su familia más cercana. Está experimentando el maltrato ahora en carne propia, y la vamos a seguir viendo navegar este mes que le queda a su tutor de presidente, con genuflexiones, sometimiento y zalamerías, lo que podría extenderse por muchos meses en su primer año de gobierno, alimentando las inquietudes en México y el mundo de si lo que hace es por estrategia o es, en realidad, su verdadero yo.