En vísperas de la votación senatorial sobre la vida o muerte del sistema republicano de separación e independencia de los Poderes, la recaptura del jefe de matones de Guerreros Unidos, Gildardo López Astudillo, muestra el rotundo fracaso de Andrés Manuel López Obrador en descubrir una versión alterna a la “verdad histórica”.
La Fiscalía General de la República pretende lavar la cara y corregir su colosal desatino al prometer, desde su campaña de 2018, que daría con un ilusorio paradero distinto al basurero de Cocula de Los 43.
AMLO entendió ya, aunque no lo reconoce, que no hay más “verdad” que la narrada en 2015 por Jesús Murillo Karam, corregida, aumentada y esencialmente confirmada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos anterior a la sectaria Rosario Piedra Ibarra. Y tan lo entendió que hace un año exculpó al Ejército y al ex presidente Peña Nieto, simplificando la matanza a obra de la “delincuencia local” coludida con “algunas autoridades” guerrerenses.
El Gil es el narcotraficante de medio pelo y homicida confeso que puso de cabeza a los torpes, inexpertos y facciosos detractores de “la verdad histórica”, negados para tomar en cuenta su maligna perversidad.
Las acusaciones contra la veintena de militares bajo proceso tienen como fundamento sus calumniosas aseveraciones, entre otras que un grupo de los desaparecidos y asesinados fue llevado aquella noche al cuartel del 27 Batallón de Infantería.
Aprovechando la demencial resolución del Tribunal Colegiado de Reynosa, Tamaulipas (zona narca), promovida por los detractores de la “verdad histórica”, el ex subsecretario Alejandro Encinas y el fiscal especial Omar Gómez Trejo gestionaron su liberación.
El inexplicable y faccioso ex fiscal pudo evitar la excarcelación, pero prefirió negarse a exhibir las pruebas de su culpabilidad señaladas en la Recomendación de la CNDH, entre otras los chats de Chicago (en que El Gil es identificado como Romeo), o los testimonios jurídicamente “limpios” de los hermanos Cruz y Bernabé Sotelo Salinas, testaferros y sicarios de López Astudillo.
No fue la falsaria comisión de la verdad que encabezó Encinas, como tampoco Gómez Trejo —cuya principal credencial para trepar al cargo fue haber sido achichincle del corrosivo Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes— quienes dirigieron la vomitiva “nueva investigación”, sino El Cabo Gil, quien les dijo y entregó lo que querían para fabricar el fantasioso “crimen de Estado” dizque perpetrado por el Ejército.
La insidia fue sembrada por el GIEI, dos de cuyos integrantes (el psicólogo Carlos Beristain y la sobrevaluada abogada Ángela Buitrago) impulsaron a este criminal ante Encinas y la FGR para ser cobijado como testigo protegido (Juan), pese a su probada responsabilidad en el asesinato —hace casi 10 años— de los estudiantes.
Desdeñosa de las leyes, la 4T queda exhibida en la invención de patrañas, lo mismo frente a la “verdad histórica” que para dinamitar al Poder Judicial…