Desde finales del año pasado, Andrés Manuel López Obrador, su esposa Beatriz Gutiérrez Müller y su jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, estaban convencidos que una vez que aquél terminara su presidencia se convertiría en el líder de América Latina. ¿De dónde sacaba esa idea? De los sueños de grandeza que alimentaban su respetable ego. López Obrador quería convertirse en guía moral y político de la región, sin hacer nada importante y trascendente para ello.
Regalar árboles en Centroamérica no era el camino, aunque lo plateara de forma demagógica como lo contrario. Ausentarse de las grandes reuniones internacionales –el G-20, las asambleas de las Naciones Unidas o cumbres regionales–, escudando sus complejos en que tenía cosas más importantes que hacer en México, lo fueron aislando. Batallas pírricas y absurdas como exigir a España que ofreciera perdón por la Colonia, o pelearse con Austria por el famoso penacho de Moctezuma, del cual no hay evidencia que haya sido del emperador azteca, no lo hicieron ver serio sino como un político bananero.
Designar embajadores para deshacerse de ellos, no por cumplir con el perfil adecuado –como Esteban Moctezuma en Washington–; por complacer caprichos familiares –como Josefa González Blanco en el Reino Unido o Blanca Jiménez en Francia– o protegidos por la familia presidencial –como Eduardo Villegas en Rusia–, fue una señal del poco interés que tenía López Obrador en las relaciones con el mundo. Su ignorancia y limitaciones conceptuales en asuntos internacionales, y haberse recargado en un pequeño grupo de incompetentes que lo asesoraron en política exterior, lo encerraron en una pecera donde sólo se veía a sí mismo.
López Obrador nunca va a ser líder de nada fuera de México, ni será reconocido como él cree que se merece. Hay referencias en la prensa extranjera donde lo ridiculizan por acciones que consideran irracionales o extravagantes, y críticas recientes por algunas de sus reformas constitucionales que son vistas como cargas de profundidad contra la democracia, donde pintan su proclividad autocrática, que tampoco le han granjeado respeto, y mucho menos admiración. El problema es que esto no se quedará en él allá en Palenque, sino que afecta la imagen de México y está arrastrando a su sucesora, Claudia Sheinbaum.
Los síntomas de la pérdida de gravitas de México en el mundo se aprecia en la relación de invitados a la toma de posesión de la primera presidenta que tendremos. Cuantitativamente ha sido muy pobre la respuesta a la convocatoria. Se corrieron invitaciones a 208 dignatarios –se excluyó a los presidentes de Perú y de Ecuador, aunque se entiende porque no hay relaciones diplomáticas con el presidente Daniel Noboa– y hasta ahora sólo han confirmado 16 líderes. Cualitativamente también deja mucho qué desear.
Los socios comerciales en Norteamérica han mostrado desdén. Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, no ha confirmado, ni nadie de su gobierno. El presidente de Estados Unidos –que nunca asiste a ninguna toma de posesión en el mundo–, Joe Biden, enviará sólo a su esposa Jill, a diferencia de la toma de posesión de López Obrador, cuando asistieron en representación del presidente Donald Trump su hija Ivanka y el vicepresidente Mike Pence, y en la de Enrique Peña Nieto, donde el representante de la Casa Blanca fue el vicepresidente Biden. No ha confirmado ningún jefe de Estado o de Gobierno europeo, y destaca la ausencia del rey Felipe de España, pues esa monarquía ha estado presente en todas las tomas de posesión en este siglo.
Confirmaron su asistencia el presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, y el primer ministro de Belice, John Briceño, que son los otros dos países que tienen frontera con México, así como el presidente de Cuba, la frontera estratégica mexicana, Miguel Díaz-Canel, manteniendo la práctica de los líderes cubanos que desde Fidel Castro, que asistió a la toma de posesión de Carlos Salinas, suelen participar en la ceremonia.
Ningún líder de un país miembro del G-20, que reúne a las 20 economías más poderosas del mundo, salvo Luis Inazio Lula da Silva, de Brasil, han confirmado su participación hasta el momento, y con la excepción de Gabriel Boric y Gustavo Petro, presidentes de Chile y Colombia, ningún otro dignatario de los 38 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. De otro de los grandes bloques internacionales a los que pertenece México, la OPEC+, sólo anunció su presencia el presidente de Libia, Mohamed Yunos Al-Menfi.
Entre las confirmaciones están aquellos que forman parte del eje ideológico de López Obrador, Xiomara Castro, presidenta de Honduras, y Luis Alberto Arce, de Bolivia, además de algunos dignatarios que aceptaron la cortesía diplomática de Sheinbaum, pero sin peso específico en la geopolítica mexicana, como los primeros ministros de Dominica, Roosevelt Skerrit, y de Santa Lucía, Philip Joseph Pierre, y la consejera presidenta del Consejo Presidencial de Haití, Régine Abraham, pero sin estar presente el líder de la Comunidad del Caribe, que podría haber dado otra dimensión con esa región.
En el comunicado de la oficina de Sheinbaum anticiparon su expectativa de que se sumen otros cuatro vicepresidentes y 17 ministros del Exterior, así como titulares de organismos internacionales, de los cuales no anunciaron nombres por encontrarse en el proceso de confirmación.
La lista es pobre en número y calidad estratégica, lo que sorprende por el enorme interés que despertó la victoria de Sheinbaum en las elecciones, al convertirse en la primera mujer presidenta del bloque comercial más importante del mundo. No parece hasta ahora que exista interés especial en establecer un vínculo con ella ni tampoco refleja el poco interés mostrado hasta ahora, o que México tenga peso político pese a ser la 12ª economía del mundo.
López Obrador está logrando otro efecto transexenal contra Sheinbaum al haberse convertido en un líder prescindible para el mundo y lastimar su imagen antes de que tome posesión. Faltan 11 días para la ceremonia, pero se agota el tiempo para que su equipo confirme a líderes con presencia e influencia en el concierto internacional, porque tiene que quitarse lastres y comenzar a ser ella, sin ataduras.