Wu Yang llega a la carrera y enfila sonriente la entrada de su local estrecho, abarrotado de gente y mercancía. Un aguacero acaba de empapar el centro histórico de Ciudad de México, pero el Eje Central no ha tardado en recuperar su pulso de sábado por la tarde. La pequeña tienda administrada por Wu —de 38 años y originario de Liaoning, una provincia del norte de China—, ya parece hormiguero. Los clientes salen y entran y los estantes rebosan de productos baratos: accesorios para videojuegos, dispersores de esencias y una infinidad de electrodomésticos pequeños o artículos básicos de tecnología. Todo hecho en China. “Sé que no es de muy buena calidad, reconoce Wu, pero, ¿si esto sirve? La gente de México también necesita estas cosas. Si quieres cosas mejores puedes ir a los lugares caros”.
En el centro de la capital mexicana, tiendas como esta se han multiplicado en los últimos dos años, así como los mini-mercados y restaurantes chinos. Los asiáticos pagan bien por los inmuebles y son exitosos en sus negocios, pero la presión comercial empieza a levantar las críticas del vecindario y de otros locales. El 11 de julio pasado, las denuncias acabaron con la clausura de Izazaga 89, una de las más visibles plazas comerciales de productos chinos en el centro histórico. Otros comerciantes dijeron que estaban siendo “desplazados” y el jefe de Gobierno de la ciudad, Martí Batres, se hizo eco de esa molestia. En conferencia de prensa detalló que el cierre se accionó a partir de “diversas quejas ciudadanas” y tras detectar “obras y modificaciones en el inmueble sin la autorización de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (Seduvi)”, dado que se trataba de un inmueble ubicado en zona de monumentos históricos, “por lo cual debía tener una autorización especial”.
La población china ha encontrado en la capital un buen territorio para expandir sus negocios. La Unidad de Política Migratoria reporta que 5.070 chinos obtuvieron la residencia temporal en México en 2023, el doble que en 2022. En un año, el país asiático pasó de la sexta a la tercera posición —después de Estados Unidos y Colombia— como lugar de origen entre los migrantes que solicitaron este visado. Con 4.173 personas documentadas como residentes temporales entre enero y agosto de 2024, esta tendencia migratoria parece ir en aumento. “Piensan que es fácil en México, pero la verdad es que peligroso, hay inseguridad. Para todo te cobran”, comenta Wu, que llegó al país hace 10 años y se casó con una mexicana con quien tuvo un hijo. El nuevo sistema migratorio, agrega, ha disparado la competencia también entre sus connacionales.
En cuanto a la afectación que los productos importados de China supondrían para la mercancía mexicana, Wu matiza. “Lo que vendo son cosas que en México no hay… podemos decir que traemos cosas de China para ayudar a México, para hacer más fácil su vida. Entonces no somos competencia, somos amigos, ¿no?”. Lo cierto es que mucha de la mercadería que se vende en los tianguis mexicanos como productos o artesanías de la tierra son ya de fabricación china. Lo que a algunos mexicanos les beneficia para sus ventas, a otros les supone un problema y las tensiones no parecen más que estar comenzando.
Mientras la plaza de Izazaga estuvo poco más de un mes cerrada antes de su reapertura a finales de agosto, del otro lado del centro histórico, en el extremo norte que colinda con Tepito, los vecinos del edificio de calle Argentina 110 organizan una comida para conmemorar que llevan un año resistiendo el desalojo —ocurrido el 17 de agosto de 2023— que los mantiene en la intemperie desde entonces. Y también culpan de ello a la expansión de estos nuevos negocios. Aracely Morán, una mujer que ha pasado sus 60 años en este barrio, reparte el pollo y la pasta para las vecinas mientras dice que estar en la calle es triste, pero que es también una forma de continuar su lucha. “Queremos justicia para nuestro inmueble, que el Gobierno nos regrese nuestros departamentos. No queremos más plazas de gente oriental aquí en nuestro centro histórico”.
Lo particular de este desalojo fue que el operativo policial sacó a los vecinos de sus casas, pero permitió a los comerciantes asiáticos seguir operando en las accesorias del lugar. “Esto nos llamó mucho la atención, porque en el desalojo no tocaron los locales comerciales, que siguieron trabajando con normalidad por alrededor de un mes”, explica Óscar Rubio Morán, hijo de Aracely y también desalojado.
El desplazamiento de vecinos para reconvertir sus viviendas en almacenes es la queja y principal preocupación de la familia Morán, de otros vecinos y de pequeños comerciantes entrevistados para este reportaje que han pedido mantenerse en el anonimato. Señalan que se ha vuelto muy común ver cajas de mercancía apiladas que asoman tras las ventanas de los edificios vaciados. En el caso de Argentina 110, el desalojo se concretó con un documento apócrifo, firmado por la dueña registral, cuando llevaba fallecida una década. “El centro histórico está lleno de edificios cuyos dueños ya no están y los inquilinos estamos en un limbo legal, sin dinero”, señala Rubio Morán. “Hay gente con dinero que se da cuenta de esta situación y se va instalando hasta que te expulsan mediante un pleito legal amañado”, denuncia.
Los vecinos señalan que hay personas que fungen de intermediarios y rentan a los comerciantes, cobrando entre 80.000 y 100.000 pesos al mes por el local y, en el caso de Argentina 110, dicen que les han permitido hacer remodelaciones al edificio, que tiene más de 100 años y protección como patrimonio arquitectónico. Alertaron a las autoridades de las irregularidades, pero no encontraron el mismo eco que los denunciantes de Izazaga 89.
“El centro histórico es un territorio altamente conflictivo”, tercia Enrique Dussel, profesor en Economía del Centro de estudios China-México (Cechimex), de la UNAM. Habla de “rentas, violencia, crimen organizado”, pero asegura que todo eso se da, para empezar, “entre los mexicanos”. “¿Por qué, de repente, aparece la discusión sobre los chinos?”. La respuesta estriba, para el experto, simple y llanamente en el desconocimiento de la cultura china y en el racismo.
A tres cuadras del campamento de los vecinos de la calle Argentina, Ibrahim al-Akabani al-Akabani está parado en la puerta de su tienda y pasa las perlas de un misbah entre sus dedos. “Yo insisto en que quien busca y realmente trabaja, no tiene problema con los chinos”, comenta el comerciante nacido en Damasco, Siria. Lleva cinco décadas en México y es dueño de una mueblería con el apellido familiar. “Definitivamente, pagan mejor y están creando mucho trabajo”, agrega para explicar por qué decidió cerrar otra de sus tiendas en la misma calle y rentarla para un nuevo comercio asiático.
El salario de un trabajador de bodega en esta zona del centro histórico ronda los 1.800 pesos semanales, apenas el salario mínimo establecido por ley. “La competencia es muy buena”, insiste Al-Akabani, “algunos se quejan como un pretexto, porque les va mal. A mí, los chinos no me hicieron dejar [mi tienda] a la fuerza: yo busqué mi interés”.
Durante el cierre, alrededor de la plaza Izazaga el vaivén no cesó durante los meses de verano. En la calle Nezahualcóyotl, una marquesina roja adornada con farolillos de papel escarlata marca la presencia de un nuevo restaurante chino. El lugar ofrece huevos cocidos en té negro y xiaolongpao —canastas de panecillos rellenos— servidos con leche de soya, además de otros manjares. Por la mañana, el pequeño local se llena rápidamente, sobre todo de clientes chinos que acuden para desayunar y reunirse con conocidos. Varios llegaron a México hace poco y algunos ya cuentan con una experiencia migratoria previa en países europeos o latinoamericanos, Estados Unidos o Canadá.
Tras más de 30 años en Madrid, Alberto Zhan trabaja ahora como intérprete en México Panda Bufete, un despacho de abogados mexicanos que asesora a los comerciantes chinos en sus trámites migratorios y aduanales. “En Europa ya hay mucha competencia: como llevan 20 o 30 años trabajando los chinos ahí, ya es mucho más profesional”, señala Zhan. “México acaba de empezar: está subiendo y subiendo, la gente viene aquí porque tiene más posibilidad de ampliar su negocio”. De acuerdo con Zhan, el aumento de las rentas no está perjudicando solo a los empresarios mexicanos, sino que también ha generado problemas entre sus homólogos chinos que llevan años en la ciudad.
Este dinamismo comercial, con la consiguiente mayor demanda de bodegas en el centro histórico para almacenar los productos, ha contribuido a un aumento desproporcionado del valor de los inmuebles. Según Zhan, locales de 50 o 60 metros cuadrados, que hasta hace unos cinco años se rentaban en 50.000 pesos, últimamente rondan los 150.000.
Si bien reconoce que la expansión del comercio chino influye en dinámicas que perjudican a los residentes y comerciantes locales, el intérprete insiste en que estas no se dan de forma unilateral: “Los chinos no van a hablar con el dueño para que eche al que vive ahí”, aclara. Y añade que a menudo lo contactan intermediarios y agencias inmobiliarias que buscan potenciales clientes chinos para ofrecerles almacenes en alquiler. “Es muy fácil”, comenta: “¿Cuánto se paga por un piso y cuánto por una bodega? Un piso puedes cobrarlo como 20.000, una bodega 60.000. Los propietarios no son tontos”.
“¿Qué centro histórico queremos los mexicanos?”, pregunta José Luis Santiago, representante de los comerciantes de la histórica calle de las Novias, quien ha visto esa zona mudar de piel mil veces desde que era un niño. Para este empresario mexicano de ascendencia libanesa y española, la primera batalla es que el comercio tradicional no siga siendo desplazado. Y se pregunta: “¿Qué va a pasar con la gente que aguantó una pandemia y hoy la sacan a la calle y no tiene opción de encontrar otro lugar porque se ha generado una demanda terrible y aumentado las rentas?”.