“La única forma de describir un centro de detención, sobre todo el de Brooklyn, es como el infierno en la tierra”, afirma Sam Mangel, un exconvicto que ha hecho carrera como asesor de criminales de cuello blanco y que tiene cuatro clientes en el MDC. Este tipo de cárceles son una especie de limbo para la mayoría de quienes permanecen detenidos allí: es el destino de cientos de personas que esperan que su caso llegue a juicio y de quienes ya han sido sentenciados, pero no han sido trasladados al sitio definitivo donde estarán o que purgan condenas directamente ahí. “Típicamente, son lo peor de lo peor porque tienen una tremenda falta de personal, pero también porque tienes ahí a un montón de individuos de cuello blanco que cohabitan con reos de diferentes niveles de seguridad, como pedófilos, asesinos o pandilleros”, agrega el consultor.
El edificio principal del centro de detención, abierto a principios de los noventa, está dividido en nueve plantas. “El infierno” al que se refiere Mangel está, de hecho, en la parte más alta, aunque hay otros espacios habilitados como tales. A esa zona se le conoce también como “el hoyo” o SHU (acrónimo de Special Housing Unit), la parte donde son encerrados los presos más peligrosos, indisciplinados, o los que corren el riesgo de ser agredidos por otros reclusos.
Son celdas de unos cinco metros cuadrados, donde las luces permanecen encendidas 23 horas al día y bajo la vigilancia permanente de las cámaras de seguridad. Cada una tiene, por lo general, una pequeña ventana, un escritorio pequeño, una consigna de metal, un inodoro y un lavabo. Los presos sólo están fuera de las celdas de castigo tres horas a la semana, no pueden descargar por sí mismos sus propios excusados y son trasladados con esposas prácticamente en todo momento, salvo cuando se duchan, de acuerdo con Mangel. Prácticamente todos los presos de alto perfil pasan por esta zona, desde Diddy y El Chapo hasta García Luna. Hay espacio sólo para 15 reos en ese nivel.
“El consejo que siempre le doy a mis clientes es que sean peces pequeños en un estanque grande, sin importar quién seas no intentes destacar, para la prisión sólo eres un número más”, cuenta Mangel. Tener un nombre conocido a veces genera empatías en otros reos, ávidos de escuchar una buena historia para vencer al aburrimiento. Pero también puede ser un tema delicado. Al ser una especie de “limbo”, muchos presos cuidan lo que dicen porque muchos aspiran a tener penas reducidas a cambio de cooperar con las autoridades y las delaciones están a la orden del día. “Agacha la cabeza y baja el perfil, estarás bien el 90% del tiempo”, insiste el asesor.
El MDC aloja a presos conocidos y poderosos en el mundo exterior porque sirve a dos Cortes de Nueva York. La del Distrito Sur, en Manhattan, que se especializa en delitos financieros y bancarios, incluso si son cometidos por acusados de Asia o Europa. Y la del Distrito Este, en Brooklyn, que se ha convertido en el epicentro judicial de la guerra contra las drogas de Estados Unidos.
La notoriedad de algunos reos ha dado pie a otros problemas. Mangel, por ejemplo, asegura que los custodios le pidieron a uno de sus clientes 6.000 dólares a cambio de conseguirle un teléfono de contrabando. Y hay complicaciones propias de la metrópoli donde se encuentra: los espacios, como en casi toda Nueva York, son reducidos y el costo de vida es muy alto, por lo que es difícil encontrar a personas dispuestas a trabajar en esa cárcel. Solo 200 de las 301 vacantes para custodios están cubiertas, según documentos oficiales.
No todo gira alrededor de los ricos y famosos ni de las historias de terror sobre el “hoyo”. “El MDC salvó mi vida”, afirma Brad Rouse, que estuvo preso ahí durante un año por delitos de drogas. Rouse, un exgraduado de Harvard que se dedica a enseñar a presos, afirma que las condiciones son tremendamente difíciles para quienes viven y trabajan ahí, pero reconoce el esfuerzo de la mayoría del personal para reintegrar a los presos. “Hay una intensidad emocional única, tienes ira y desolación en cantidades enormes, y gente que atraviesa el peor momento de sus vidas metida toda en un inmenso almacén humano”, agrega.
Rouse estuvo alojado de 2008 a 2009 en una zona que se conoce como “población general”, donde las condiciones son completamente diferentes. Las unidades regulares están repartidas tienen dos niveles, celdas para dos personas, áreas comunes de convivencia y recreación, aunque no hay espacios al aire libre. “Era como las Naciones Unidas, había gente de cientos de países y culturas, y recuerdo que todo era bullicioso”, comenta. “Las nacionalidades son importantes para los grupos dentro, están los de África Occidental y Oriental, la gente de Rusia o de Asia, los latinos, los musulmanes”, señala.
En la misma unidad, un recluso podía estar desolado por la muerte de un familiar y, a su lado, otro podía estar eufórico porque estaba a punto de salir, relata Rouse. Hay también una pequeña sección de mujeres reclusas en la misma cárcel y los ductos de ventilación se convertían a veces en espacios para flirtear y conocerse mejor, a pesar de estar a varios niveles de distancia. Sin embargo, la vida en la cárcel suele ser rutinaria y monótona, basado en un sistema de reglas que determinan cuando hay que comer, salir o pararse a un costado de la cama para los conteos diarios. También hay trabajos. En Nueva York, un preso gana como mínimo unos 16 céntimos de dólar por hora y un máximo de 65 céntimos, si su empleo está relacionado con la fabricación de productos, según registros oficiales del año pasado. Cada encargo entraña también diferentes grados de libertad y permisos para moverse por las distintas áreas de la cárcel, e influye en el sistema de puntos que guía el paso de los presos por el sistema penitenciario. Mangel admite que para muchos de sus clientes es una cura de humildad. “Tu fortuna puede estar valorada en miles de millones de dólares afuera, pero dentro estás recogiendo bandejas o fregando pisos”, señala.
Tras el cierre de la correccional de Manhattan en 2021, Brooklyn es el único centro de detención federal en servicio para Nueva York. Su deterioro, desde informes sobre comida en mal estado o condiciones de insalubridad hasta quejas de hacinamiento y relatos de violencia extrema, provocó que este mismo año el juez Jesse Furman se negara a enviar a uno de sus acusados al MDC, al argumentar que la situación de la cárcel es “espantosa” e “inaceptable”.
“Al menos cuatro presos se han suicidado en los últimos tres años”, señaló Furman en una opinión judicial de abril pasado. “El contrabando, desde drogas a teléfonos móviles, se ha extendido”, agregó. “Ha llegado al punto de que se ha vuelto un asunto de rutina para jueces en este distrito y el Este dar penas reducidas a los acusados, debido a las condiciones del MDC”.
El Departamento de Justicia anunció a finales de septiembre una investigación para aclarar los asesinatos de Uriel Whyte en junio y de Edwin Cordero en julio. Whyte murió tras ser atacado por dos presos con armas blancas durante 15 minutos hasta que falleció tras ser apuñalado en el cuello. Cordero sufrió un ataque similar a manos de tres reos. Apenas en agosto hubo otros dos agresiones y apuñalamientos, contra un recluso y un custodio, que no fueron letales. Nueve personas enfrentan cargos por los ataques, que encendieron las alarmas porque no pudieron ser evitados, pese a la intervención de emergencia de paramédicos.
El mes pasado, en medio del escrutinio público, el MDC anunció que no iba a admitir a reos que ya estaban cumpliendo sus sentencias y ha reducido su matrícula. De alrededor de 1.700 presos reportados a inicios de año a 500 menos en la actualidad, aunque está pensada como una cárcel para unas 1.000 personas. Estados Unidos, un país que roza los dos millones de presos según la organización Prison Policy Initiative, recortó el presupuesto para la infraestructura del sistema penitenciario federal en un 38% en el año fiscal de 2024, de 290 millones de dólares a poco menos de 180 millones. A las orillas de Nueva York, la cárcel más conocida enfrenta también una de sus peores crisis en los últimos años.