Abre la puerta de un ropero. Esculca unos segundos y sustrae una caja de zapatos. Camina lentamente de regreso hacia una silla, con pasos vacilantes de octogenario. Se sienta y coloca la caja en sus piernas. Pasa por encima de la tapa sus manos temblorosas. Lo hace suavemente, como quien acaricia algo valiosísimo, un flaco pirata antillano limpiando su antiguo cofre de tesoro. Me echa una mirada rápida para comprobar si lo observo con ansiedad, si mis ojos suplican que muestre ya lo que hay al interior del rectángulo de cartón color azul.
Lo primero que deja ver es una gruesa tela elástica rojinegra con un número 26 impreso.
—Este es mi brazalete que uno se ponía en el brazo izquierdo (el lado izquierdo para llevarlo en el corazón). Era para identificar a la tropa. Todos llevábamos eso. Si no, no se sabía quién era uno, porque podía ser otra persona que estuviera infiltrada ahí...
Era 1958 cuando Evelio López Álvarez decidió emular a Fidel Castro y sus barbudos. Él era entonces un estudiante de electricista de 22 años. El hombre de 80 años, de ojos oscuros y rostro lleno de surcos, saca algo más de la cajita. Es una credencial de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana. Después exhibe dos fotos: una de él, solo, con una enorme barba de guerrillero; otra, con la misma pinta, en una plazuela, de pie, junto a una mujer que sostiene un fusil.
—Era un barbudo usted...
—Es cuando regresé de la Revolución. Mi mamá, en paz descanse, cuando me afeité la barba, la guardó. Y esta otra (él barbudo y la mujer al lado sosteniendo el arma) era en el Escambray. Yo estuve en Trinidad, en Santa Clara. Combatí en un municipio de Camagüey que se llama Najasa. Tomamos un antiguo cuartel de la guardia rural que se llama Monteagudo. Estuve los últimos nueve meses de la Revolución.
Ahora ya tiene entre sus manos su objeto más preciado: la Medalla Liberación. Es para los combatientes de la Revolución. Se la otorgó el Consejo de Estado.
Aquel joven flacucho de 1958 no sabía disparar más que un revólver de su papá. El uso del fusil lo aprendió en la sierra con los levantados en armas. Aunque en la ciudad, en Camagüey, él ya sabía hacer otras cositas...
—Yo tenía varios amigos que pertenecían al Movimiento 26 de Julio que ponían letreros, explosivos y también incendiaban. Objetivos (guerrilleros) de esos. Con ellos me incorporé. La policía nos tenía chequeados y en cualquier momento nos podía coger. Inclusive matarnos. Y entonces decidimos coger, cómo se dice en Cuba, el monte. Teníamos más seguridad así, porque allá combatíamos con la guardia y aquí te cogían en la casa y te daban.
—¿Qué lo llevó a ser barbudo?
—Porque el país había estado en una crisis grande. La policía a veces no permitía que tú anduvieras por la calle, te abusaba. Te vigilaba. Y lo mismo te agredían porque se les daba la gana. Todo estaba en crisis y la población no quería la dictadura militar esa. Era una cosa mala. Había pobreza, muchas personas que trabajaban por poco salario, mujeres que inclusive tenían que coger un mal camino para poder sobrevivir...
Cuando dice esto último se esfuma su buen humor: la mirada se le torna dura, emana rabia.
****
Evelio y el Che. Evelio y Fidel. Pero al que adoraba era a Camilo Cienfuegos...
—Siempre uno se emociona al ver a un personaje así, tan querido, como Fidel, pero... Camilo. Camilo Cienfuegos era muy agradable. Su carácter era muy amable. Un día nos hizo un cuento...
Estaba Camilo allá en la Sierra Maestra con un campesino que tenía una cotorra, un ave que habla (explica, por si en México no sabemos qué es una cotorra). Camilo cogió la cotorra y se la comió (su mirada brilla, sonríe de nuevo). El campesino andaba buscando a la cotorra y un soldado de Camilo le dijo: “No busque la cotorra, que Camilo se la comió”. El campesino fue por allá y ve a Camilo y le dijo:
—Parece mentira que usted me haya comido la cotorra. Ese animalito yo lo cogí desde chiquitito y lo enseñé a hablar.
Dice Camilo:
—Si tú lo enseñaste a hablar, ¿por qué no me dijo que tú eras el dueño?
—¿El Che?
—El Che sí era de carácter más... Más serio... —hace gesto desdeñoso.
—¿Fidel?
—Era agradable, sí, pero no como Camilo (regresa a su héroe). Camilo era el único que le hacía maldades (bromas) al Che. Era muy querido.
—¿Qué van a hacer ahora sin Fidel?
—Hay que seguir luchando. Ya la Revolución está hecha. Ya solo hay que continuarla. Hay muchos comandantes que dirigen y todavía hay conciencia de lo que fue la Revolución.
—Estará usted orgulloso de haber sido parte del 26 de Julio...
—Cómo no. Es un orgullo haber puesto un granito de arena. Mi papá estaba contento y orgulloso cuando me veía con el uniforme... —se ufana, me regala billetes firmados por el Che y se despide sonriendo, con el combativo puño en alto.
Guarda su cajita de zapatos el antiguo barbudo camagüeyano.
Sí, esta es Cuba hoy, como si estuviéramos en México en 1967, hablando de nuestros revolucionarios de 1910. Y que recién hubiera muerto Zapata, o Madero. Raro...
****
Caravana de tributo a Fidel. Último día. Bayamo-Santiago de Cuba. Se acabó. Aquí terminó el cortejo con la urna de Fidel Castro Ruz. Plaza Antonio Macedo. El último acto de masas de Fidel. Bueno, de sus cenizas, del pequeño ataúd oscuro con una bandera cubana encima.
Varios oradores oficiales, de los sectores obrero, campesino, femenil, de los combatientes, hablan como si estuviera vivo, aquí, presente:
—Comandante, usted nos ha convocado... Comandante, aquí estamos reunidos con usted... Comandante, la Revolución que usted encabezó... Comandante, no le fallaremos...
Como quién le habla a Dios:
“Diosito, por favor ayúdame... Dios mío, te prometo...”
La gente en la plaza sigue atónita. Semblantes largos, tristes, estupefactos. No hay lágrimas. Hay, no sé, como incredulidad. Y quizá por ello en esta masiva misa al dios cubano que han vuelto inmortal, se arropan a sí mismos...
—¡Yo-soy-Fidel! ¡Yo-soy-Fidel! —oran. No les queda más. Se van murmurando los cubanos. Este domingo, a las siete de la mañana, lo entierran en el cementerio de Santa Ifigenia...