La familia Tinoco García perdió el sentido del tiempo. Eran las 13:14 horas del martes cuando ocurrió el sismo de 7.1 grados en la escala Richter. Su casa quedó sepultada bajo los escombros, aquella edificación que con esfuerzo y trabajo levantaron a través de los años.
Viven en Ampliación Alta Vista. Eran cinco personas las que estaban dentro de una casa cuando parte de un muro de tierra se colapsó a causa del movimiento telúrico.
“La mitad de mi cuerpo estaba enterrado y quería salir para ayudar a mi hermano y primos, pero no podía, hasta que llegaron los vecinos y nos ayudaron”, relató Alexis observando a su madre en un colchón en el albergue de la secundaria 2 de Alta Vista.
Mario Zagal y Gabriela Segura Domínguez, un joven matrimonio, que trabaja en el campo junto con otros integrantes de su familia, habitaba en la calle Doctor G. Parres, en el Centro de Jiutepec.
Su vivienda resultó severamente afectada, por lo que tuvieron que ser albergados.
Con el temor aún en su mirada expresaron que su futuro es incierto.
La joven pareja trabajaba en el campo al momento del sismo. Asustados, se trasladaron a su vivienda, pero ya no pudieron ingresar porque que el piso se levantó y los muros se fracturaron, lo cual atribuyeron a que se trataba de un inmueble con más de 50 años de antigüedad.
Sus familiares lograron sacar papeles oficiales. Alrededor de la 1:00 horas del miércoles se trasladaron al albergue de la escuela William Shakespeare, de la colonia Vista Hermosa, en Jiutepec.
La familia Rivera López rentaba en un edificio de la calle Clavijero, del Centro Histórico de Cuernavaca.
El sismo del pasado martes los obligó a refugiarse en un albergue. Aún así agradecieron a Dios por estar con vida, pero su destino es incierto, debido a que trabajaban vendiendo comida en escuelas y no tienen hogar donde pasar la noche.
“Todo se movió tremenda y espantosamente, una vez que terminó y entramos, nos dimos cuenta de las cuarteaduras y los daños; comenzamos a buscar un albergue, pero en el momento estábamos en shock” expresó Patricia Rivera López
El sismo sacudió a Morelos en el horario de la salida escolar, lo primero que pensó al sentir el movimiento, Gabriela Yáñez Rivera, hija de Patricia Rivera, fue en sus hijos.
Sin embargo, la movilidad en el Centro de Cuernavaca se bloqueó, no había manera de avanzar por lo que optó por correr y correr hasta encontrar a sus hijos que salían del colegio.
En la zona centro, a unos metros de la derruida Torre Latinoamericana, después de muchas horas entre ruinas, el paramédico del Centro de Urgencias Médicas (CUM) Jiutepec, Samuel Caballero, dijo que los simulacros y todo lo que antes se hizo no se compara con estas últimas horas; “en Cuernavaca nunca nos había pasado algo así, sí había visto temblores, pero no de esta magnitud”.
A pesar del cansancio no dejó de remover escombros, sólo acudía a tomar agua, casi no había comido; sin embargo, pidió a la gente que si no tiene nada que hacer por el lugar, que no se acerque, que no dificulte la labor de los paramédicos y rescatistas, “hay muchos que son curiosos y por eso andan en las calles, pero que salgan sólo cuando sea necesario”, comentó.
A sus 24 años, aseguró que estos 20 segundos del pasado martes cambiarán radicalmente la vida en Cuernavaca y en Morelos, personalmente en estas 24 horas ha vivido más cosas que las cinco que lleva como rescatista, “me conmovió el rescatar a los dos niños que murieron en las minas en Jiutepec, y también ver a las familias destrozadas, es lo que más conmueve, no tanto los derrumbes sino el dolor de la gente de ver cómo se quedaron sin su hogar”, relató.
Julissa Velázquez, paramédico de un par de años, consecuencia del sismo se reportó al instante a su unidad para ver en qué podía ayudar, de inmediato fue asignada a Jiutepec, donde ayudó en la Mina y colaboró en el rescate de tres personas; ayer llegó a la Torre Latinoamericana.
“Como paramédicos pensamos que estamos preparados para esto pero cuando llega la realidad, la verdad es que nos damos cuenta que no, que lo que está pasando es fuerte, aunque se pone en práctica todo lo que se aprende, es angustiante cuando no puedes hacer mucho. Aquí nos faltan vendas, gasas, medicamentos”, expresó.
Sin casco ha tenido que sortear los derrumbes, tampoco tiene guantes, ni cubrebocas, sin embargo, puede más el anhelo de ayudar y estar allí, enfrentarse a ese monstruo real que no se enfrenta en ninguna escuela.
También, allí estaban integrantes de los llamados “runners”, voluntarios que apoyan en las tragedias; no podían faltar “venimos a colaborar sin ánimo de lucrar, traemos palas, picos y botes para mover los escombros, sabemos que la labor es difícil y se necesitan muchas manos”, señalaron los mismos.