Fue prioritario promover cambios y romper con modelos obsoletos
Ante el complejo escenario económico que enfrentaba el país fue necesario impulsar la reforma hacendaria y aumentar el precio de la gasolina. Sostiene que un gobierno nunca parte de cero y el legado para la próxima administración será mantener lo positivo y modificar lo que no da resultados
Ante una eventual persecución por cargos de corrupción una vez que deje la Presidencia, Enrique Peña Nieto se manifiesta tranquilo sobre su futuro, porque se ha conducido apegado a la ley. Advierte que si alguien en su administración actuó ilegalmente o fuera de la ética, tendrá que afrontar sus propias responsabilidades
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Sobre los proyectos de gobierno anunciados por Andrés Manuel López Obrador, dice desconocer la existencia de diferencias profundas con los impulsados en su sexenio, “más allá del tema educativo, de la retórica y algunas cosas de estilo’’.
Acerca de su partido, sostiene: “No soy adivino ni mago’’ para saber si el PRI volverá a la Presidencia. Acepta, sí, que el partido tiene un “estigma’’ ante la sociedad, de desgaste y de reproche. Y recomienda a ese instituto un cambio “de nombre y de esencia… si conserva los apellidos, entonces no funciona’’.
Asume haber asimilado los resultados del primero de julio con la entereza de ser un hombre de Estado, institucional
, y estar preparado para buscar y felicitar al ganador.
Y aunque sabía de lo asertivo de las mediciones, dice, siempre cabía la última esperanza
de que el resultado fuera distinto de como marcaban las tendencias electorales.
Por el mismo sendero de las definiciones políticas, y aceptando que un presidente es por definición el líder natural de su partido, Peña Nieto defiende la modificación de los estatutos del tricolor para designar a un candidato no militante.
“El PRI postuló a un gran candidato. Yo tengo las mejores calificaciones para él. José Antonio Meade fue mi colaborador. Ahora, qué pesó en esta elección: no el candidato… no hubo una causa única que impidió que el partido triunfara.”
En su despacho de Palacio Nacional, símbolo del Poder Ejecutivo en México, el presidente Peña charla con La Jornada cuando falta una semana para enviar al Congreso el Informe sobre el estado que guarda la administración federal.
–¿Qué experiencia le deja la Presidencia? ¿Cuáles fueron los momentos más difíciles en estos años?
–Ha sido un gran honor, una enorme distinción y el más alto privilegio en mi vida y mi carrera política. Una responsabilidad donde las decisiones tienen un alcance tal que influyen y definen el derrotero, el curso del país en materia política, económica y social. Esto, acompañado (de la tarea) de enfrentar distintas coyunturas que son imprevisibles, como los sismos del año pasado y el caso Ayotzinapa, que fue horroroso y tuvo enorme resonancia. Temas de orden personal que también significaron desgaste, como el de la casa blanca.
“Vivimos un escenario complejo en lo económico; no porque enfrentáramos una crisis, sino porque encaramos bajo crecimiento mundial y la caída de los precios del petróleo. Esto nos llevó a impulsar la reforma hacendaria, pues sin ésta difícilmente habríamos sorteado el vendaval de la caída de los petroprecios, que se compensó con el incremento de la recaudación fiscal.”
La dependencia de las finanzas públicas, acota Peña Nieto, era altísima: representaba más de 40 por ciento, mientras el año pasado significó sólo 17 por ciento. Por esa causa “tuvimos que hacer ajustes muy serios al gasto’’ entre 2015 y 2017, del orden de 400 mil millones de pesos.
–¿Qué otras medidas se explican a la luz de ese panorama?
–Significó además decisiones, si bien impopulares, necesarias para cuidar la estabilidad económica, como liberar el precio de la gasolina. Pero me siento muy satisfecho por lo que logramos, con los resultados que tenemos en distintos ámbitos, aunque también con la insatisfacción de aquello que no conseguimos y no fuimos suficientemente asertivos para cumplir con las metas trazadas al inicio de la administración.
–¿Qué otros momentos particularmente complicados encaró?
–Cuando aceptamos la visita del entonces candidato Donald Trump, que no dejó un saldo favorable. Fue una decisión apresurada. Pero a la postre veo algo positivo: el haber tendido un puente de comunicación para permitir que nos mantengamos hoy sentados a la mesa renegociando un acuerdo de libre comercio.
“Y con las marcadas diferencias que tenemos en distintos temas. México ha sido puntual de en dónde hay otra visión respecto de la del Presidente Trump, como en el muro y quién lo paga. El país es claro en que no lo pagará, pero respeta la decisión de Estados Unidos de defender y proteger su frontera, dentro de su territorio, como mejor le convenga. Recordemos que ya hay mil kilómetros de muro en una frontera que tiene 3 mil kilómetros.
–¿Cómo concilia su actuación al frente del Ejecutivo con su convicción personal?
–Nadie dijo que desempeñar la Presidencia y el ejercicio del poder fueran tareas fáciles. Lo aprecias y asimilas cuando estás sentado en la silla. Puedo reconocer que no advertí o no tenía suficiente conciencia, como creo que nadie, hasta que llega aquí, del alcance de las decisiones políticas que hay que tomar.
Pero estaba consciente de que era una tarea compleja, un gran reto, y siempre mi actuación fue mirando por el bien del país. Cuidándolo, buscando que le fuera bien y mantener la credibilidad, la confianza y las variables macroeconómicas que luego resultan difíciles de explicar, de ser entendidas, porque cuando alguna variable se altera afecta la economía de las familias.
–¿A partir de ahí adopta las prioridades de su gestión?
–Estoy convencido de que quien llega al ejercicio de esta responsabilidad lo hace pensando en trabajar para el bien del país e impulsar la prosperidad y el bienestar. Así lo he hecho, ese ha sido el eje de todas mis decisiones y me he conducido con absoluta congruencia con lo que postulé siendo candidato.
“Nuestra prioridad fue promover una agenda de transformaciones, romper con paradigmas, con modelos económicos obsoletos, sobre todo en el sector energético, y sabía que los frutos no se verían en lo inmediato, a diferencia de otras, como telecomunicaciones, donde ya se ven resultados con el aumento en el número de usuarios de Internet y la disminución de los precios en la telefonía móvil.
–¿Volvería a impulsar el mismo proyecto?
–Sí, lo haría. Matizando que fue insuficiente en algunos eventos, como fueron atendidos y explicados; y quizá variaría un poco la manera en que lo hubiese hecho. Pero hay decisiones en las que no cambiaría cómo actué: liberar el precio de las gasolinas, no es que me arrepienta, era necesario, justo y equitativo, porque era insostenible seguir manteniendo un precio artificial para favorecer a los que tienen mayores ingresos; 30 por ciento de la población con mayores ingresos es la que consume 70 por ciento de la gasolina que se vende aquí.
Sabía el costo político que representaba, pero fue necesario adoptar la medida, más en la coyuntura que nos llevó a hacerlo, cuando ya teníamos una presión del gasto, (porque) mantener el subsidio nos habría llevado a hacer recortes en el presupuesto en política social, salud o educación. Era una u otra.
–¿Le frustra saber que algunas de las reformas podrían derogarse?
–No, porque no hay manera de que el impulso de una reforma la puedas garantizar por siempre. “La Constitución prevé mecanismos para hacer modificaciones y también existen visiones diferentes de cómo alcanzar un objetivo.
En materia educativa, donde hay una posición diferenciada con el presidente electo, advierto una coincidencia: buscamos que haya educación de calidad, maestros bien preparados, que el Estado mantenga la rectoría. Cómo alcanzar el propósito, pues a lo mejor ahí sí hay ópticas encontradas. No sabemos en qué grado se modificará. Será un tema que pasará necesariamente por la aprobación del Congreso.
–¿Pero cómo se siente ante tal posibilidad?
–Me siento bien a partir de una premisa: un gobierno nunca parte de cero. Construye sobre lo que se ha dejado, mantener lo positivo y modificar aquello que no está dando resultados para alcanzar la condición de bienestar y desarrollo de un país será el legado para el nuevo gobierno: hay políticas definidas, hay programas. Alterarlas estará en su óptica.
–Desde su perspectiva, ¿podría haber un retroceso?
–Espero que no involucione. Es un tema que ya no me corresponderá. Ni definir ni juzgar. Pasaré a ser un ciudadano. El juicio de la historia está sobre el ejercicio de la responsabilidad de cada administración. Viene una nueva que construirá bajo su óptica, pero con cimientos construidos por la contribución de este gobierno y de los que me han antecedido.
–¿Cómo procesa en su fuero interno las divergencias?
–Hay diferencias no profundas. Todavía no conozco temas donde haya una así, pero advierto una cosa: no es mi tiempo, es el de un nuevo gobierno. En el tema educativo las hay, y no he recogido en otras asignaturas, no más allá de la retórica, de lo que marcó sus posiciones y de algunas cosas de estilo de las cuales soy absolutamente respetuoso, como corresponde al jefe del Estado, y más en este periodo de transición: cooperar para que tengan información, elementos para la toma de decisiones y definan la política pública que seguirán.
–¿Cómo vivió el primero de julio? ¿En qué momento supo que no ganaría su partido?
–Siempre me he conducido con absoluta institucionalidad y con las leyes, y eso me da tranquilidad y convicción para encarar lo que representa un proceso democrático.
“Conocí los resultados cuando la autoridad electoral los dio y cuando el candidato de mi partido, con la información que tenía y en una señal de madurez y de civilidad política, salió a reconocer que la tendencia no le era favorable.
“Seguí el proceso con absoluto respeto, actué con imparcialidad sin dejar de tener clara mi preferencia electoral. Milito con orgullo en un partido y evidentemente con la simpatía hacia el candidato que había postulado el PRI.
“Conocimos en el curso de la campaña cómo estaban las mediciones (…) siempre cabe la esperanza de que el día de la elección el resultado sea distinto a como marcan las tendencias. Pero al final de cuentas el resultado confirmó lo que las encuestas habían publicado.”
–¿Y como lo asimiló?
–Con la entereza de ser un hombre de Estado, institucional, y que estaba en el deber, la obligación política, ética y moral de reconocer el resultado y lo que habían manda-tado los mexicanos.
Estaba preparado para buscar y felicitar a quien resultara ganador, reconociendo el resultado. Conocía y tenía identificado cómo acceder a él y no causar problemas. Busqué al licenciado López Obrador, lo felicité y desde ese momento le dije que contaba con toda la disposición de mi gobierno para construir una transición armoniosa. Dos días después tuvo lugar el primer encuentro, y creo fue con mucha apertura e institucionalidad para poder compartir mi experiencia, recoger sus inquietudes, preocupaciones y dónde el gobierno podía apoyar.
–¿Al considerar al Presidente líder natural de su partido y ante los resultados en las urnas, asume alguna responsabilidad en la modificación de estatutos y la selección del candidato?
–Como priísta digo que la modificación de estatutos fue correcta. Siempre me opuse a que el partido fuera cerrado. Creo en la exigencia ciudadana de tener candidatos con trayectoria sólida, conocida, más allá de si tienen o no origen o raíces muy profundas en el partido. El PRI postuló a un gran candidato. Tengo las mejores calificaciones para José Antonio Meade. Fue mi colaborador, fue una muy buena elección del partido.
–¿Entonces fue su gobierno el que pesó para la derrota?
–No dejo de reconocer que sí, en algo; es multifactorial. A todos los partidos les tocó enfrentar un ambiente antisistémico. Porque no sólo al PRI le fue mal, también al PAN y al PRD. Los partidos tradicionales no tuvieron los resultados de hace seis años.
El ejercicio del gobierno desgasta y eso impacta en el partido que está representado en él. Fuimos un gobierno representando a un partido que decidió emprender cambios profundos, que tomó decisiones de enorme desgaste para el organismo político. Pero mi tranquilidad es que todas esas decisiones han deparado en buenas cosas para el país: tienes empleo como nunca antes (cerraremos con 4 millones), inversión extranjera directa en cantidades récord, 192 mil millones de dólares.
–¿Fue una cosa por otra?
–Exactamente. Aquí tienes que pensar no en las elecciones, no en definiciones electorales, sino en el bien del país. Si bien el Presidente representa una expresión política en el ejercicio del gobierno, mi tarea y obligación es cuidar y ver por el país, no por el partido, buscando que la política que sigamos contribuya o sea capitalizada por la institución que representas, pero asumiendo que lleva el desgaste cuando tomas decisiones duras.
–¿Volverá el PRI a la Presidencia?
–No soy adivino ni mago.
–¿Seguirá militando en el PRI?
–Seguiré. Soy orgullosamente priísta. Quizá después de este resultado y de apreciar y reflexionar sobre el entorno social que vive el país, el mundo, el PRI tendrá que redefinirse y replantearse para poder seguir siendo una opción política para los mexicanos.
–¿Cambiar incluso de nombre?
–De nombre y de esencia, porque si conserva los apellidos entonces no funciona. Esta elección y las anteriores dejan ver un estigma muy señalado y muy asimilado en la sociedad, lamentablemente, de desgaste y de reproche hacia el PRI como marca.
“Está el caso de Ciudad de México. Desde que hubo elecciones para jefe de Gobierno el PRI nunca ha ganado y le ha costado mucho trabajo revertir. Tiene un gran desgaste, cuando yo advierto que es un gran partido político. Con errores, con fallas, con militantes que no son el mejor rostro que un partido quisiera tener, (pero) el problema lo tienen también otros organismos, no somos la excepción. Pasa aquí y en el mundo. Estoy convencido de que muchos creemos en el PRI y que seguirá siendo una opción vigente para la preferencia electoral de los mexicanos.
–¿Teme persecución para usted, su familia y colaboradores a partir de la promesa de López Obrador de combatir la corrupción?
–Mi actuación como Presidente siempre ha sido de acuerdo al mandato de la ley. He sido absolutamente cuidadoso de conducir y tomar las decisiones en alcance a la legalidad, y eso es lo que me da tranquilidad.
“Los señalamientos de calificar a esta administración de la más corrupta en la historia del país no los comparto, no creo que haya sido así.
No dejo de reconocer que hay espacios de opacidad, pero no sólo en el gobierno federal, también en los estados y municipios. Hubiésemos querido cambiar la percepción de corrupción con las acciones que emprendimos. Hay un Sistema Nacional Anticorrupción, un Sistema Nacional de Transparencia que seguramente contribuirán a cerrar espacios a la discrecionalidad. Pero nada de todas las acciones que llevamos a cabo fueron suficientes para modificar esa percepción. Como presidente, no acepto ese señalamiento.
–¿Cómo se siente usted ante esa posibilidad?
–Me siento tranquilo. Si hay alguien dentro de mi administración, dentro del gobierno, cuya actuación haya estado al margen de la ley y no se haya apegado a los principios de ética que siempre se instruyó, pues cada quien tendrá que enfrentar sus propias responsabilidades.
–¿Qué hará después del primero de diciembre? ¿Qué quiere?
–No lo tengo resuelto. Para mí sí concluye la carrera política. Me dedicaré a alguna otra actividad que aún no sé.
Hacia el final de la conversación, Peña Nieto considera, como hipótesis
, dedicarse tal vez al ramo alimentario en actividades del campo, quizá a la docencia, en alguna consultoría o a resolver una de sus frustraciones: ser notario público.
Fuera de grabadora, reitera las declaraciones recientes sobre el tema de la seguridad y la vinculación que existe entre el repunte de la violencia en algunas entidades donde se habían logrado buenos resultados y la llegada de los nue-vos gobiernos estatales.