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La calavera Catrina inunda de alegría el Día de Muertos

Convertida en un icono cultural, el personaje burlón es el centro de una celebración festiva declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2003

 

Día de MuertosUna mujer maquillada como una 'Catrina' para el Día de Muertos. AFP

 

México vive estos días lo que en otros lugares del mundo se denominaría su Semana Grande. El Día de Muertos se ha convertido en una fiesta tan original como representativa de la cultura mexicana, globalizada en los últimos años gracias, en primer lugar, al reconocimiento de la Unesco al declararla Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2003 y, más tarde, por la publicidad que le hizo a principios de 2015 la película ‘Spectre’, de James Bond, que apostó en el rodaje por un desfile del Día de Muertos en México. El pasado año, la película de animación de Disney ‘Coco’ se sumó a una larga lista de largometrajes que abordan esta ancestral tradición.

Todo en México en estos días se transforma en el color y el olor de las flores, en el sabor de sus dulces y en la alegría de los disfraces para celebrar la vida en contraposición a la muerte, que es en realidad lo que se recuerda y a quien se homenajea a través de los seres queridos. Se trata de una festividad que mezcla sus raíces aztecas con tradiciones cristianas de la época colonial española y que hoy se ha convertido en un ritual cargado de simbolismo y que traspasa fronteras.

Las coloristas imágenes que cada año regalan los desfiles del Día de Muertos han contribuido al éxito de participación y de identificación de la población con esta fiesta. Las autoridades han sabido aprovechar este escaparate para impulsar cada año un poco más la celebración con el desfile multitudinario y de apariencia de Carnaval que ha cumplido su tercera edición con miles de participantes y visitantes.

Este año, la celebración del Día de Muertos lleva aparejada la temática de la migración para recordar a todas las personas que mueren sin poder cumplir sus sueños. Desde el pasado 27 de octubre y hasta el próximo domingo, 4 de noviembre, la Ciudad de México se convierte en el escenario de distintas actividades en torno al Día de Muertos: un desfile multitudinario, la gran ofrenda del Zócalo, un paseo nocturno en bicicleta... aunque las jornadas más importantes siempre son el día 1, dedicado a las almas de los niños, y el día 2, reservado para las almas de los adultos.

La tradición se basa en la creencia de que la muerte es una parte natural de la experiencia humana y del ciclo de la vida. Para los mexicanos las personas fallecidas ni se pierden para siempre y mucho menos se las olvida, sino que continúan existiendo como lo hicieron en sus vidas y vuelven a visitar a los vivos cada año en estas fechas. Por tanto, en lugar de ser un momento de tristeza, el Día de los Muertos sirve para recordar y a la vez festejar. Los espíritus de los seres queridos que han muerto son los invitados de honor a la hora de visitar a los vivos estos días.

El origen de la celebración del Día de Muertos en México hay que situarlo mucho antes de la conquista de América. Hay constancia de rituales en las etnias mexica, maya purépecha y totonaca, así como también entre los pueblos prehispánicos, que conservaban los cráneos de los fallecidos como trofeos y los exhibían durante las celebraciones para simbolizar la muerte y a la vez el renacimiento.

El Día de Muertos contiene cinco aspectos característicos que han forjado su identidad: las ofrendas de bienvenida, que son la comida y bebida favoritas con las que se recibe a los difuntos, y que se transforman en juguetes y fruta si son niños; las velas que se colocan sobre las tumbas como una forma de iluminar el camino de las almas en su regreso a casa; el pan de muerto, un dulce cubierto de azúcar y con trazas que simulan huesitos, aunque también los hay con formas de esqueletos o animales; la flor de cempasúchil, una especie de caléndula que, por su característico color amarillo, representaba la muerte en el México prehispánico por la creencia de que iluminaba el camino de las almas de los difuntos, aunque también se habla de que es su olor el que los guía para visitar a sus seres queridos ese día. El caso es que más de 15.000 toneladas de esta flor, endémica de México, se venden estos días en el país azteca para honrar a los seres queridos fallecidos.

El quinto elemento son las calaveras, en torno a las cuales se desarrolla toda la celebración, y que, además de ser el disfraz característico, también las hay literarias, que consisten en versos que ironizan situaciones de personajes populares e impopulares usando el tema de la muerte con una intención humorística. A diferencia de otros lugares, donde los cráneos van asociados al miedo, en México tienen un significado alegre. De hecho, estos símbolos se venden hoy como dulces hasta rellenos de chocolate.

Las calaveritas de azúcar tienen sus raíces en el tzompantli, un altar utilizado por los pueblos mesoamericanos. Sobre él se colocaba una hilera de cráneos perforados de quienes habían sido sacrificados en honor a los dioses. Sin embargo, tras la llegada de los españoles y con la incorporación del Día de Todos los Santos en el calendario, se introdujo una técnica para elaborarlos como dulces y pasaron a denominarse alfeñiques, siendo una especie de caramelo con base en azúcar de caña y que tiene una pasta moldeable.

La combinación de las calaveras y las flores da lugar al personaje más característico y protagonista del Día de Muertos, convertido ya en un símbolo dentro y fuera de México: la Catrina. La palabra proviene de “catrín”, que definía a un varón elegante y bien vestido, con pantalón a rayas, bombín y bastón, que era como se engalanaban los hombres de clase social alta para presumir y exhibirse mientras paseaban por las calles del centro histórico de la Ciudad de México, a ser posible acompañados de alguna mujer con las mismas características. Tan populares se hicieron los presumidos galanes que su imagen llegó a formar parte de un juego de cartas muy popular en México al que se denominaba Lotería, y en las que se representaban los diferentes ámbitos de la cultura popular del país.

La Catrina es una figura femenina con más de un siglo de historia creada por el caricaturista mexicano José Guadalupe Posada. Originalmente se llamó “La Calavera Garbancera” porque representaba a las mujeres humildes que querían aparentar lo que no eran y lucir como las damas de la alta sociedad. Garbanceros eran los indígenas que vendían garbanzos y también designaba a los que negaban sus raíces y se creían españoles.

Pero todo cambió cuando el muralista Diego Rivera la bautizó como Catrina inmortalizándola en su famoso cuadro mural titulado ‘Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central’ (1947). En ese cuadro la calavera está en primer plano con la indumentaria con la que se eternizó: desgarbada, con sonrisa casi burlona, adornada con su estola de plumas y con su característico sombrero de ala grande, igualmente emplumado, junto a su primer creador, José Guadalupe Posada, y a la reconocida Frida Kahlo, y tomando de la mano al propio muralista.

En la actualidad, ya sea con su característico vestido victoriano, con flores, con un modelo indígena, con elementos folclóricos o como alusión a algún fallecido famoso, el homenaje que representa siempre Catrina, la dama de la muerte, se ve reflejado en la ornamentación que lleve esta famosa calavera o “calaca”, como la llaman los mexicanos.

Y junto a flores, velas, dulces y catrinas, los altares del Día de Muertos son la máxima representación de esta festividad mexicana al aglutinar todos los elementos de la tradición y participar en ellos toda la familia. Se elaboran para realizar ofrendas y recordar el espíritu de los seres queridos y pueden tener diferentes niveles de altura. Así, dependiendo del nivel -los hay de dos, tres… y hasta de siete niveles-, se colocan diferentes objetos simbólicos relacionados con la vida del fallecido.

La versión más sencilla, de dos niveles, representa el cielo y la tierra y se colocan objetos de ambos mundos en cada sección; el altar de tres niveles representa el cielo, la tierra y el inframundo y, como en el anterior, los objetos que representan cada uno son colocados en su apartado. El de siete niveles es el más complejo y representa los pasos por los que tiene que pasar el alma para poder descansar según la antigua creencia mexica.

El desfile de la celebración del Día de Muertos contó este año con la asistencia de un millón y medio de personas y ha estado dedicado a los migrantes. Más de 3.000 personas desplegaron todo el esplendor de sus coreografías y disfraces por el paseo de la Reforma, la avenida Juárez y 5 de Mayo, hasta finalizar en el Zócalo de la capital y sin que la lluvia intermitente desluciera el pasacalle.

El desfile estuvo dividido en dos partes y a su vez en seis segmentos, que incluyeron carros alegóricos de cuatro estados invitados: Aguascalientes, Oaxaca, Michoacán y San Luis Potosí. La primera etapa se llamó ‘La muerte es un viaje’ e incluyó los segmentos denominados travesía de la muerte, migración, tránsito y el último viaje. La segunda etapa, por su parte, se denominó ‘La gran Tenochtitlan’ y reflejó el pasado prehispánico y el origen de los grandes desplazamientos migratorios en el Valle de México. Por la noche, los participantes, acompañados de las calaveras monumentales, de la música, la fiesta y el baile llegaron al Zócalo que emula un cementerio iluminado por la noche, para realizar la denominada megaofrenda con la temática este año de los migrantes.

Octavio Paz escribió con razón que “el mexicano está familiarizado con la muerte, bromea sobre ella, la acaricia, duerme con ella, la celebra. Es cierto, hay tanto miedo en su actitud como en la de los demás, pero al menos la muerte no está oculta: lo mira cara a cara, con impaciencia, desdén o ironía”. Y esto es lo que vuelve a ocurrir un año más, en el que los muertos se despiertan de su sueño eterno para compartir la vida, que es mucho más que recuerdos, con sus seres queridos alrededor de este Día de Muertos.

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Nacional
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