México tiene, al fin, a su primer fiscal general. El Senado ha elegido este viernes para el cargo a Alejandro Gertz Manero, quien hasta hoy era el encargado de despacho de la Procuraduría General de la República (PGR). Morena, el partido en el Gobierno, junto al Partido Revolucionario Institucional (PRI) consiguieron la mayoría calificada necesaria para llenar un puesto vacante desde octubre de 2017. Quien fue la apuesta de Andrés Manuel López Obrador obtuvo 91 de 128 votos posibles. Gertz Manero es un abogado de larga trayectoria con una interlocución política privilegiada. La duda que planea sobre él, quien ya fue parte de un Gabinete presidencial, es si será independiente quien dice tener una amistad política con el presidente.
Alejandro Gertz Manero (Ciudad de México, 1939) es un abogado con recursos. No es exclusivamente una cuestión de dinero, sino de saber a quién recurrir, a qué apostar, cuándo aparecer y desaparecer. Y hacerlo en el momento justo. Es también un apasionado del teatro al que no le importa estar bajo los reflectores o esperar a que se levante el telón. Hace un año no estaba entre los preferidos de López Obrador para estar al frente de la nueva Fiscalía General de la República (FGR), pero hace una semana nadie tenía dudas de que él sería el elegido.
El presidente sorprendió cuando lo presentó en enero del año pasado como uno de sus "asesores para garantizar la paz". Gertz Manero había estado fuera de la política por años. Su última aparición, en 2009, fue a la cabeza de la lista plurinominal de Convergencia, un partido pequeño que se transformó en Movimiento Ciudadano (MC) y que afrontó sus primeras dos campañas presidenciales en alianza con López Obrador. El abogado nunca se afilió a esa agrupación, partió caminos con ella en 2012 y fue inmune a los reacomodos políticos de 2018, cuando MC decidió apoyar el Frente de Ricardo Anaya, quien perdió en julio.
La etiqueta que pesaba sobre Gertz Manero era la de foxista. Vicente Fox, el empresario que sacó al PRI de Los Pinos en 2000 y que intentó sacar a la mala a López Obrador de la carrera presidencial de 2006, lo incluyó como secretario de Seguridad Pública por su buena reputación en su gabinetazo, un supuesto dream team de funcionarios.
Con el estigma de la primera fuga de Joaquín El Chapo Guzmán en 2001, Gertz Manero, de quien dependían las prisiones, nunca ocultó que ya no se sentía cómodo con los hombres fuertes ni los cercanos a Fox. Miembros de ese equipo lo describen como un tipo de trato fácil e inteligente, pero arrogante, individualista y que va por su cuenta. En 2004, el secretario pidió que lo dejaran ir. No fue una renuncia convencional. Gertz pidió jubilarse tras cumplir 65 años y más de tres décadas en el servicio público: un caso insólito.
Gertz Manero se encontraría años después con otro compañero del foxismo. Alfonso Durazo, secretario particular y vocero del expresidente, encontró un nuevo rumbo político con López Obrador. Durazo fue nombrado secretario de Seguridad Pública del Gobierno de Morena contra el crimen y Gertz Manero iba a ser parte de su equipo, pero hubo un cambio de planes. El 3 de diciembre, dos días después de la toma de posesión, fue presentado como el encargado de despacho de la PGR. La etiqueta de foxista se deslavaba.
Antes, en 1997, un reputado académico sin experiencia en gestión policial se convirtió en jefe de la policía del Distrito Federal. Cuauhtémoc Cárdenas, el primer gobernante elegido de la capital, apostó por Gertz Manero como secretario de Seguridad Pública. Nadie se lo esperaba. Y este viernes la historia se repite: fue el primer encargado de Seguridad Pública del primer Gobierno del PRD en Ciudad de México; el primer secretario de Seguridad Pública del primer Gobierno del PAN en México y es el primer fiscal de un presidente de izquierdas, Morena, en el país.
Quienes lo conocen saben que es un amante de la aviación y quienes lo juzguen por su empaque creerán que es un piloto de acrobacias políticas imposibles. En 1976, al inicio del Gobierno del priísta José López Portillo, el joven abogado recibió la encomienda de dirigir la primera gran campaña contra el narcotráfico con patrocinio estadounidense.
En cinco décadas de trayectoria profesional, el nieto de Cornelius Gertz, un hábil empresario alemán y cónsul honorario del imperio austrohúngaro, lo ha sido prácticamente todo. Se graduó en 1963 de la Escuela Libre de Derecho, famosa por su minuciosidad, rigurosidad y prestigio, con una tesis en derecho mercantil.
Su madre, Mercedes Manero, fue guionista, poetisa y novelista, y publicó una decena de libros. Su obra más famosa, Rastro de muerte, fue llevada al cine por Arturo Ripstein en 1981. Como su madre, también ha publicado una decena de libros y ha desarrollado una pasión por las artes escénicas. En 1975 fundó la Asociación Nacional de Productores de Teatro, un año antes del inicio de la Operación Cóndor. En 1994 emprendió un complejo litigio legal por fraude que llevó a un exilio momentáneo a Silvia Pinal, diva del cine mexicano y exdirectora de la Asociación. Pinal y Gertz fumaron la pipa de la paz en 2004 en lo que pareció una gran puesta en escena.
Su hermano mayor, Federico, murió en 2015 y fue por años el albacea y gestor de la fortuna de la familia. Los Gertz crecieron en una hermosa casa blanca en pleno Paseo de la Reforma, que se edificó a espaldas de la icónica fuente de petróleos, que marcaba el inicio de Chapultepec Heights (hoy, el exclusivo barrio de Las Lomas) y que fue demolida en 2012.
Gertz Manero tiene tres doctorados: uno por la Universidad Nacional Autónoma de México, otro por la universidad metodista de Mount Union College en Ohio y el último, un honoris causa que recibió el año pasado de la Universidad de las Américas de la Ciudad de México, de la que fue rector desde 1995. La cercanía con su hermano lo llevó a tener que explicar un malentendido tras aparecer en los Paradise Papers como vicepresidente de una empresa offshore en las Islas Caimán, en la que no se ha comprobado ningún ilícito.
Abogado, piloto, productor de teatro, biógrafo, columnista, entrevistado elusivo, catedrático, rector, pionero de la lucha contra el narcotráfico, diputado federal, fiscal. Tiene tres hijas, pero su estado civil es su secreto mejor guardado. Sus detractores dicen que un hombre que conoce el escalafón de arriba abajo de la burocracia quizá no es la mejor apuesta para transformar el principal ministerio público de México. Su rutina empieza a las cuatro de la mañana, hace ejercicios a diario, siempre se ha mantenido en su peso, pero sabe que su edad pesa. Si concluye su mandato, lo hará con 88 años. Empezó como un agente ministerial, pero supo esperar su momento. Un hombre que nunca salió de su personaje y que esperó tras bambalinas el momento adecuado para colocarse bajo los reflectores como el primer fiscal del país.