Trump parece el mismo que hace un año —el mismo que hace dos, incluso, en su primer discurso— y muchas de las ideas esgrimidas este martes habían retumbado ya en el Capitolio y en la Casa Blanca con anterioridad. Lo que le rodea, sin embargo, ha cambiado. Nada como la imagen de la demócrata Nancy Pelosi, mazo en mano, al frente de la sesión, como presidenta de la Cámara que es, para reflejar el cambio de tornas en esa parte del Congreso. Los republicanos mantienen el control del Senado, pero desde las elecciones legislativas de noviembre, los progresistas han recuperado la mayoría en la Cámara baja y eso maniata buena parte de la agenda política trumpista.
"Juntos podemos romper con décadas de bloqueo político. Podemos acabar con viejas divisiones, curar viejas heridas, construir nuevas coaliciones", afirmó el presidente en el Capitolio. "Debemos rechazar la política de la venganza, la resistencia y la retribución y abrazar el potencial ilimitado de la cooperación, el compromiso, el bien común", enfatizó en la parte inicial de su discurso. En ese punto, Pelosi, sentada detrás de él y junto al vicepresidente, Mike Pence, se levantó a aplaudir junto a los republicanos —otros demócratas la siguieron—, estirando los brazos hacia el presidente, como quien señala con la punta del dedo.
El mandatario neoyorquino emplazó a sus rivales políticos a impulsar legislaciones relativas a la inversión en infraestructuras o a la lucha contra el VIH. Pero también a dar luz verde a uno de los elementos más polémicos en la política actual, como la espiral arancelaria, nuevas restricciones al aborto y la mano dura contra la inmigración irregular. Nada se ha descafeinado en su agenda. "En el pasado, la mayoría de la gente de esta sala estaba a favor de un muro [en referencia a los tramos levantados por anteriores Administraciones]. El muro [en la frontera con México] adecuado nunca se construyó. Lo haré yo”, prometió. O se prometió a sí mismo. Porque sin el control de la Cámara baja, no puede aprobar el presupuesto necesario.
La ceremonia, para empezar, se celebró de forma accidentada. El discurso de la Unión, uno de los días grandes de un presidente, tiene lugar cada año a invitación del presidente de la Cámara de Representantes. Pelosi citó al republicano para el 29 de enero, pero como la Administración se hallaba parcialmente cerrada por el pulso sobre el muro le obligó a aplazarlo. Surgió la valla fronteriza varias veces esta noche. Insistió el mandatario en que la obra es necesaria para combatir una inmigración irregular que vincula sin contemplaciones con la delincuencia.
Trump saludó en el público a una familia cuyos abuelos octogenarios habían sido asesinados por un inmigrante sin papeles. Los hizo levantarse y recibir una ovación. "Ninguna vida americana debería perderse porque nuestro país fracasó a la hora de controlar su peligrosa frontera", clamó.
Frente a esa visión de la migración, se alzó la de la demócrata Stacey Abrams, la elegida por el Partido Demócrata para dar la réplica al discurso sobre el estado de la Unión de Donald Trump. “Estados Unidos es más fuerte por la presencia de inmigrantes, no de muros”, afirmó.
"Ridículas investigaciones partidistas"
El presidente llegaba a este discurso debilitado políticamente y asediado por hasta 17 investigaciones, entre ellas, la de la trama rusa, que busca esclarecer si hubo un pacto entre su entorno y el Kremlin para interferir en la campaña electoral de 2016 y favorecer su victoria. Trump reclamó el fin de las "ridículas investigaciones partidistas", las cuales, señaló, pueden llevar al traste la buena marcha de la economía.
El público que le escuchaba reflejaba bien la atmósfera fracturada del país. Los aplausos de los republicanos se mezclaban con los rostros escépticos de los demócratas, sobre todo los de la nueva hornada de legisladores, más jóvenes y más reacios a los protocolos. Era una noche cargada de símbolos. Las mujeres demócratas, presentes en números récord en la historia del Capitolio, vestían de blanco en homenaje a las sufragistas estadounidenses.
Y cada invitado era una declaración: si la primera dama, Melania Trump, invitó a un niño que ha sido objeto de acoso escolar (bullying) por apellidarse Trump; la joven demócrata Alexandria Ocasio-Cortez llevó a la activista Ana María Archila, quien se hizo famosa el pasado septiembre por su sonada protesta al senador Jeff Flake en un ascensor, en plena batalla por el nombramiento del conservador Brett Kavanaugh como nuevo juez del Supremo. Si el senador de Florida, Marco Rubio, trajo a Carlos Vecchio, nombrado representante en Washington por Juan Guaidó, a quien EE UU acaba de reconocer como presidente venezolano, en oposición a Nicolás Maduro; la precandidata presidencial Kirsten Gillibrand se acompañó de Blake Dremann, un soldado transgénero condecorado que, si las políticas de Trump siguen adelante, ahora ya no podrá enrolarse en el Ejército.
Porque la era Trump, en medio de astracanadas y ruido, ha cambiado muchas cosas en Estados Unidos. Políticas regresivas en materia de aborto y de la comunidad LGTBI se han abierto paso bajo el rodillo republicano en el Congreso, la mayor rebaja de impuestos desde Ronald Reagan ha visto la luz, los compromisos medioambientales de Barack Obama se han liquidado y la política exterior ha dado un giro de 180 grados. Trump ha roto el acuerdo nuclear sobre Irán, ha trasladado de manera provocadora la sede de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y ha decidido el repliegue de tropas en Siria contra el criterio del Pentágono y de los aliados.
Trump confirmó que los próximos días 27 y 28 de febrero se celebrará una segunda cumbre con el dictador norcoreano Kim Jong-un, para abordar la desnuclearización del país, pese a los escasos avances desde la mantenida en junio pasado en Singapur. Sacó brillo a esas conversaciones, sin embargo. Hiperbólico, llegó a decir: “Si yo no hubiese salido elegido presidente, ahora mismo estaríamos, en mi opinión, en una gran guerra con Corea del Norte, con millones de personas potencialmente muertas”.