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LA CRÓNICA DE HOY: Gana $13 mil en un día una familia huachicolera

Trece mil pesos en una jornada es lo que una familia puede llegar a ganar en Hidalgo, en la zona de la tragedia, sólo revendiendo el combustible ilegal; es una actividad que ya anidó en la población, comentan los lugareños

[ Primera Parte ]

 

 

Sin el huachicol, “sólo habría tenido chance en la albañilería, pero es pesada y pagan muy poco. Y no se diga en el campo, donde uno se muere de hambre”, narra José Ernesto, quien desde los 14 años se dedicó a revender gasolina robada, uno de los eslabones más importantes de esta estructura delictiva de alcances inimaginables.

En el Enegocion de esta familia de origen campesino han participado los dos hermanos mayores y ambos padres. Les llegó a representar, en sólo dos años, ganancias de hasta 13 mil pesos libres al día.

“A lo mejor, ya repartido no es mucho, pero no lo sacábamos en ningún otro lado”, dice el chamaco, quien hoy tiene 16 años.

A él lo conocimos tras un trabajo de campo en una comunidad de mil 500 habitantes a la cual los antiguos toltecas llamaron Xochitlán de las Flores, perteneciente a Tula de Allende, el municipio con más tomas clandestinas del país desde 2018.

Xochitlán es un punto vital para la distribución de gasolina, por su cercanía con el Arco Norte y la autopista hacia Tuxpan. El flujo constante de vehículos garantiza dividendos. Por eso la familia montó ahí, en su casa, el depósito de venta.

De boca en boca, corrió la noticia de la nueva oferta de combustible. La familia colocó sobre el patio una enorme lona azul, la cual se convirtió con el tiempo en insignia del huachicol, una señal para los clientes. “Vamos por agua a la lona”, se decía entre el pueblo consumidor, motor de esta industria paralela.

“Porque el huachicol es como la corrupción, no funciona si no hay apoyo de la raza, no sólo en la compra sino en la promoción”, dice Genaro, oriundo de Xochitlán y convertido en guía secreto de nuestro recorrido.

—¿Promoción?

—De repente veías a un chorro de chiquillos a la orilla de la carretera, ofreciéndole gasolina a todos los que pasaban. Si llevaban un cliente, les daban su propina.

José Ernesto y sus hermanos se volvieron pronto modelo a seguir entre los chicos de su generación y otros más pequeños.

—¿Cómo veían ustedes el huachicol?, se le pregunta a Alicia, esposa de Genaro.

—Como algo normal, como la venta de pan o de carne, supimos que era delito hasta la explosión de Tlahuelilpan.

En tiempos de sequía, por la estrategia emprendida desde el gobierno federal contra el robo de combustible, José Ernesto deambula sin rumbo por esta tierra estéril donde niños y jóvenes aspiran, como objetivo de vida, a ser huachicoleros.

EL CONTACTO. “¿No saben dónde puedo conseguir gasolina?”, pregunta el periodista en su disfraz de forastero e informado ya de las andanzas de este huachicolerito famoso en la región.

Todos los muchachos, reunidos frente a la única tienda del centro y a la espera de comenzar la repartición de cerveza, se dirigen a un chico de ojos pequeños, con un bigotillo apenas perceptible:

—Neto, que si no tienes agua, le refiere uno.

—¡Huachi! –grita otro.

—Orita no, andamos secos, responde él sin disimulo, a un par de metros del grupo.

—¿Quién es Ernesto?, se pregunta al aire, sólo para corroborar la identidad.

—Yo mero soy, ¿qué se le ofrece?, responde él y camina hacia la ventanilla del auto.

—Soy periodista, ¿aceptarías contar tu historia?...

Un fugaz velo de miedo le desencaja el semblante. Lo recompone en segundos, acostumbrado al peligro. Vienen instantes de duda. “Pero vamos a la banquita de allá, frente a la escuela”, dice como queriendo ocultar lo ya conocido por todos, mientras señala una grada descascarada, a unos 20 metros de distancia.

Y allá vamos.

—¿Entonces no hay huachicol?, se le comenta de arranque.

—No, pero dicen los compas que sólo es por un rato, porque anda muy brava la autoridad, que luego se va a cansar y todo volverá a la normalidad, describe con soltura insospechada.

—¿Qué compas?

—Los que nos venden la gasolina…

—¿Y dónde están ellos?

—En Santa Ana.

Santa Ana Ahuehuepan, se sabrá después, es el centro logístico y operativo del huachicol en Tula, ya decíamos, el municipio con mayor incidencia de tomas a nivel nacional. De ahí la elección de este lugar para platicar con los lugareños sobre la penetración del robo de combustible en las entrañas sociales y familiares, sobre la disyuntiva de seguir en esta práctica o acogerse a los programas sociales ofrecidos en los días recientes por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El año pasado se detectaron en Tula 479 tomas clandestinas, un promedio de 1.3 al día; y al menos durante el primer mes de 2019, el número se disparó a 4 diarias, consolidándose como el principal foco rojo en la República.

En la parte básica de la cadena de huachicol están quienes son usados para la recolecta de combustible, en tambos y bidones, además de almacenistas, halcones y revendedores. Entre estos últimos, hay distintos niveles visibles: desde quienes compran la gasolina de manera directa con las sofisticadas estructuras de ordeña, en grandes volúmenes, hasta quienes recurren a intermediarios para adquirir producto en menor cantidad para ofrecerlo en pueblos, rancherías y colonias alejadas.

Es el caso de José Ernesto y su familia.

—¿Cómo ingresaron al huachicoleo?

—Un conocido de mi papá nos invitó: ¿no quieren vender gasolina?, nos preguntó un día, de paso por Santa Ana. Al principio dijimos que no, pero él insistió y como aquí en Xochitlán no hay de qué vivir, terminamos por entrarle. Primero compramos poca, vimos que había buena ganancia y fuimos subiendo.

—¿Cuántos litros compraban?

—Según lo que nos iban pidiendo: a veces 800, mil litros al día; a veces mil 500.

—¿Al día?

—Pues sí, hacíamos viajes casi todos los días.

—¿Cuánto es lo máximo que llegaron a comprar en un día?

—Dos mil litros.

—¿A cuánto pagaban cada litro?

—A siete pesos.

—¿Y este hombre de Santa Ana pinchaba los ductos y robaba la gasolina?

—No, él también la compraba, pero a los de arriba.

—¿Quiénes son los de arriba?

—A esos no los conozco.

—¿Supieron alguna vez a cuánto compraba el litro esta persona de Santa Ana?

—A 3 pesos con 50 centavos.

—¿Y ustedes a cómo la vendían en el pueblo?

—A 14 o  15 pesos, según la demanda.

La transportaban desde Santa Ana a Xochitlán en la vieja camioneta del papá. Al principio, los padres aconsejaron “no meterse en esas cosas, pero cuando comenzaron a ver el dinero, ya no dijeron nada, se acostumbraron”.

—Entonces había buenas ganancias, insiste el reportero.

—Más o menos. Había que descontarle la gasolina que gastábamos en el viaje y el pago del halcón.

—¿Qué halcón?

—Contratábamos a un primo para que nos avisara cuando venían los policías o militares.

—¿Cuánto le pagaban?

—Mil 500 por cada viaje; a veces 2 mil, dependiendo de la carga…

“¡Neto, ya vámonos!”, se escucha el grito distante, desde la bola de amigos.

—Ya me tengo que ir, dice él mientras se pone de pie.

—¿Aceptarías dejar el huachicol y recibir ayuda económica del gobierno?, se le consulta en la despedida.

—No lo sé, hay que pensarlo…

—¿Y la escuela?

—Terminé la secundaria y ya no quise seguir, porque no me gustaba.

MONTOS. “Eso de los apoyos y de las becas va a funcionar con las familias que no estaban en el huachicol o que estaban en la decisión de meterse o no, dudando, pero no con quienes ya le habían entrado al juego, esos no se van a salir”, advierte Genaro, quien se ha dedicado a la siembra de frijol y maíz.

—¿Ni siquiera por la tranquilidad que da la vida en la legalidad?

—Será difícil, porque no hay programas que equiparen el monto. Mucho menos funcionará con quienes están acostumbrados al dinero fácil y se han dedicado al delito.

Días antes del recorrido por Hidalgo, se preguntó al presidente López Obrador si su gobierno había realizado un análisis comparativo sobre cuánto obtenía una familia dedicada al huachicol y cuánto ofrecían los programas sociales.

“Cada familia recibirá entre 6 y 8 mil pesos al mes, porque habrá domicilios donde un adulto mayor recibirá apoyo, pero también donde un estudiante tendrá beca, o el dinero se complementará con una tanda de bienestar”, respondió el Presidente.

Esta cantidad, dijo, superará lo obtenido por actividades relacionadas con el hurto en ductos. “Les pagan muy poco. Un joven que es ocupado, como se dice, de informante o halcón recibe tres, cuatro o cinco mil pesos cuando mucho; el negocio lo tienen los de arriba”.

Ahora sabemos: su cálculo es erróneo. Ahí, en Xochitlán, otra familia conocida entre la comunidad incursionó también en la reventa de gasolina, ésta con un perfil distinto a la de José Ernesto, pues de siempre se han inclinado por las fechorías.

“Antes del huachicol, se sabía que robaban ganado o se metían a las casas”, cuenta Alicia, mientras ofrece un jarro de café con piloncillo.

“¿Dónde cree usted que esos van a cambiar? Árbol que nace torcido jamás su rama endereza. ¿Cómo van a componerse los de Santa Ana Ahuehuepan, que ganan los buenos billetes? Ésos, no”.

—¿Por qué mencionan tanto a Santa Ana?, se le pregunta.

–Porque allá están los meros meros.

 

 

 

EL ENGRANAJE DEL HUACHICOL EN LOS PUEBLOS

 

1.    Bandas delictivas, en complicidad con autoridades, especializadas en pinchar los ductos y, mediante estructuras ingenieriles, ordeñar los ductos de Petróleos Mexicanos. Con capacidad para llenar pipas y construir extensos centros de almacenaje.

2.    Un primer escalafón de revendedores, con un perfil caciquil y trato directo con los grandes ordeñadores, a quienes se les vende el litro de combustible entre 3 y 3.50 pesos.

3.    Una segunda escala, conformada por familias rurales, a las cuales se les vende el litro de gasolina en alrededor de siete pesos, para su distribución comunitaria.

4.    Consumidores en los pueblos o clientes foráneos, de paso por caminos y carreteras, a quienes se vende el litro de gasolina en 13, 14 o 15 pisos; a 10 pesos, la más sucia, recolectada en zanjas aledañas a los ductos.  

 

 

DIVIDENDOS DE UNA FAMILIA

*Compra 2 mil litros de gasolina en 14 mil pesos.

*Obtiene cerca de 30 mil pesos en la reventa.

*De ese ingreso, se descuenta el pago de 2 mil pesos por viaje a un halcón o informante. Y mil pesos de combustible para realizar el traslado.

*El ingreso que logrará inicialmente será de  alrededor de 13 mil pesos en actividades de huachicoleo que pueden realizarse en un mismo día.

 

 

 

 

Ámbito: 
Nacional
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