Hace cuatro años que Alain Rouquié (Millau, 1939) no visitaba México. En 1964, el politólogo francés llegó por primera vez fascinado por una democracia a modo sustentada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). “México es un punto de referencia para entender la democracia y la dificultad de democracia”, dice. Rouquié viajó desde entonces por toda América Latina y volvió varias veces —una de ellas como embajador de Francia, en la década de los años 90— para analizar cómo cambiaba la escena política mexicana. Profundizó sobre la relación con Estados Unidos y publicó México, un Estado norteamericano (Gedisa, 2017). El diplomático ha llegado esta vez para recibir el premio Daniel Cosío Villegas que entrega el Colegio de México a personalidades con aportes destacados en las humanidades. El retrato político actual, reconoce, le parece inédito y a la vez fascinante ante la elección de Andrés Manuel López Obrador como el primer presidente de izquierda del país.
P. ¿Cómo observa a México ante los cambios políticos más recientes?
R. Tengo la impresión que hay una expectativa muy alta. Hay mucha prudencia, con la voluntad de cambiar muchas cosas, sin cambiar mucho también. Eso es interesante. Si miramos las tendencias electorales en América Latina desde 2015, hay un movimiento hacia la derecha, tanto en Argentina, Chile, Colombia. El único país que no entra en el marco es México.
P. ¿La izquierda en México llegó tarde?
R. No va tarde, va a contramano. Cuando se elige a [Jair] Bolsonaro, un presidente de extrema derecha en Brasil, se elige por fin un presidente de izquierda en México. Es una excepción en toda América Latina.
P. ¿Por qué ocurre esto hasta ahora en México?
R. Se debe ante todo al problema de la violencia y también a Trump. Los dos grandes problemas que tiene México y que tiene desde hace bastante tiempo es manejar de forma aceptable la relación con Estados Unidos y tratar de reducir o de controlar la violencia. Para eso necesitaba un presidente fuerte. Ese presidente fuerte es un hombre que tiene experiencia pasada, dentro del PRI y fuera del PRI, un hombre que fue un luchador social, que por poco se eligió presidente dos veces. Visto desde afuera, los mexicanos lo votaron de una forma tan aplastante por un tema de confianza, votaron a un señor al que temían algunos años antes y por razones obvias de experiencia, de voluntad, de transparencia también. Todas las mañanas toma la iniciativa y creo que hay muchos presidentes o primeros ministros en el mundo entero a quienes les gustaría tomar la iniciativa todos los días de la política nacional como él.
P. Siendo López Obrador un jefe del Ejecutivo tan dominante, ¿podría caer en esto que usted clasifica como democracia hegemónica?
R. Hay siempre una posibilidad para quien se ha elegido de forma excepcional. Hay elementos que podrían parecerse a un avance hacia una democracia hegemónica. Es esa idea de refundación, de cuarta transformación, que es posible que sea solo un eslogan o una fórmula electoral. Pero creo que en el caso de México es muy difícil, porque la democracia es joven en este país, la democracia es nueva. No es como una democracia vieja, donde podemos limitarla o manejarla. Aquí hay un apego a la democracia muy fuerte. Los mexicanos consideran que la vida apetecible, la vida que quieren vivir, es una vida de democracia. De momento las decisiones han sido bastante prudentes, tanto en la política exterior como en la política interior.
P. ¿López Obrador es el hombre que puede plantar cara a Trump?
R. Con Trump no se planta cara, con Trump se hace una única cosa que es lo que él está haciendo: se lo ignora. Punto. Se ignoran sus embestidas, sus insultos y trata de hacer business as usual. Es lo que están haciendo y me parece bien porque geopolíticamente no puede meterse con Estados Unidos. La mejor fórmula para tener una buena relación con Trump es no retroceder, ni tratar de avanzar y mostrar cierta fortaleza frente a la situación adversa que nos interese. Un hombre que tiene tanta experiencia de política interior, como López Obrador, sabe cuando un político habla para su público o para otra cosa, y sabe que Trump habla para sus electores y habla para su reelección en 2020.
P. ¿Qué opina sobre las posición que toma López Obrador en contra del neoliberalismo?
R. Él es posneoliberal, lo que significa que es neoliberal porque no hay otra. Ser posneoliberal es aceptar algunas cosas que no puede cambiar y cambiar las que puede. Es realismo político, es pragmatismo, es la diferencia entre la política interior y la política exterior. Adentro puede decir ‘la mafia me quitó la presidencia’, pero frente a Estados Unidos y el Tratado de Libre Comercio dice ‘ustedes lo aprueban, lo aprobamos nosotros y ya está'. La política interior y la exterior son dos cosas diferentes en ambos lados.
P. ¿López Obrador también le habla a su electorado?
R. Claro. Dice que el neoliberalismo es un horror, pero Estados Unidos invierte bastante en empresas en México y exporta el 80% a Estados Unidos y eso está muy bien. Esas son las cosas que dicta la historia y la geopolítica. El margen de maniobra de un presidente en México con Estados Unidos, por lo menos desde 1848, es bastante estrecho y no hay que pensar que va a cambiar cualquiera que sea el presidente. Es un estira y afloja.
P. El papel de México en América Latina ¿Cómo cambia el tablero en este momento?
R. En este momento de crisis en América Latina no hay líder. Todos los movimientos, procesos de aproximación, de alianza, de unidad continental están parados, no funcionan. En una situación como esta, que el Gobierno mexicano vuelva a la tradición de no injerencia, no intervención, que es la tradición mexicana, es un regreso a una posición tradicional que para un país tan cerca de Estados Unidos es una posición respetable y tal vez la única posible en este momento. La prudencia del gobierno en la política exterior no me parece mal. Lo que sí me temo es un desinterés del gobierno por el mundo exterior. Un repliegue puede ser peligroso para los intereses de México, que son tener una buena relación con Estados Unidos y tener buenas relaciones con otros países que son posible mercado. Hacia América Latina tal vez sea positivo mantenerse al margen, hacia el resto del mundo quizá no tanto.