México logró esquivar la amenaza de una guerra comercial con Estados Unidos con un acuerdo de último minuto. La crisis más profunda entre ambos países de los últimos años ha centrado los esfuerzos del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador en contener el éxodo de migrantes desde Centroamérica, concretar un despliegue sin precedentes en la frontera sur y conseguir resultados que mitiguen los embates de Donald Trump. Pero en el último capítulo de las tensiones bilaterales y justo cuando las exigencias desde la Casa Blanca se agudizan, el máximo encargado de aplicar la política migratoria del país, Tonatiuh Guillén, ha decidido hacerse a un lado y los problemas para el Ejecutivo mexicano no cesan.
"Le pedí eso [que renunciara], era lo mejor", se ha limitado a decir López Obrador en una breve declaración a los medios a su paso por el aeropuerto de Chihuahua, en el norte del país. El presidente ha señalado que el movimiento forma parte de la estrategia para afrontar la amenaza con Estados Unidos y ha anunciado que Francisco Garduño, un hombre de su confianza con amplia experiencia en gestión penitenciaria, será el nuevo titular del Instituto Nacional de Migración (INM).
En un momento álgido para la gestión migratoria de México en las últimas décadas, Guillén había quedado prácticamente borrado. En el organigrama de la Administración Pública mexicana, la migración compete a la Secretaría de Gobernación — Segob, el equivalente al Ministerio del Interior—, de quien depende el INM. Guillén, sin embargo, no formó parte de las negociaciones en Washington, no integró la comisión especial para cumplir las exigencias del pacto con Trump ni tuvo ninguna aparición pública junto a los funcionarios de primera línea en las conferencias de prensa de los últimos días. "Demostraste tu capacidad académica y tu integridad, respeto tu decisión y, sin duda, seguirás aportando en Gobernación", ha escrito Olga Sánchez Cordero, titular de la Segob.
Todos los reflectores que Guillén no tuvo cayeron sobre el canciller mexicano, Marcelo Ebrard. Fue el negociador en jefe de México, se convirtió en el bombero para responder todas las preguntas de la prensa y las críticas de la oposición y se afianzó como el hombre de todas las confianzas del presidente. López Obrador se vio obligado a admitir este viernes que el protagonismo de Ebrard "ha despertado celos y sentimientos" en el Gabinete. El presidente explicó que los equipos para hacer frente al reto ya se habían formado y que el coordinador era Ebrard. Guillén no estaba contemplado para ninguno de ellos.
Desde antes de la firma del acuerdo se empezaban a dibujar ciertas fracturas en el equipo del presidente. Los especialistas consultados por este periódico hablaban que la Cancillería había asumido el papel de los "halcones", quienes querían mano dura frente a la migración. La Secretaría de Gobernación y, por extensión, el INM eran "las palomas", quienes abanderaban el bando contrario. Guillén, un reconocido académico que dirigió ocho años el Colegio de la Frontera Norte, había dicho en diciembre pasado que quería quitar el enfoque "policial" a la migración y con el paso de los meses se vio obligado a matizar su discurso. Guillén tuvo que hacer frente al recorte de 468 millones de pesos (13 millones de dólares) del presupuesto del INM, un 26% menos que 2018.
López Obrador ha cerrado los primeros seis meses de su Gobierno con cuatro renuncias. El primero fue Germán Martínez, titular del Instituto Mexicano del Seguro Social, en reclamo por la política de austeridad del Ejecutivo el pasado 22 de mayo. Josefa González Blanco, al frente de la Secretaría del Medio Ambiente, renunció cuatro días después tras reconocer que había ordenado el retraso de un vuelo comercial para lograr subirse al avión. El encargado de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, Jaime Rochín, dejó su puesto el pasado 7 de junio por la falta de personal para cumplir sus tareas. A diferencia de los otros casos, Guillén aún no ha tomado el micrófono para dar su versión de lo sucedido.
Mientras los focos se concentran en cómo la migración ha desestabilizado la relación comercial de México y Estados Unidos, otro frente se abre para López Obrador. Las incógnitas que planean en la primera semana tras la firma del acuerdo con Washington van sobre cuál tiene que ser la estrategia para contener el flujo de migrantes, quién debería asumir esa responsabilidad y cómo se pueden atemperar las tensiones dentro del Gabinete. Mientras, se libra una batalla contra el tiempo. Quedan 38 días antes de volverse a sentar a negociar con Estados Unidos.