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El nuncio de México a una víctima: “Yo me he sentido acusado de pederasta porque voy vestido de sacerdote”

Ana Lucía Salazar es una espina para la Iglesia católica en México. Con 35 años y un discurso aguerrido, la presentadora de radio y televisión mexicana se ha convertido en la nueva voz en alzarse contra la pederastia clerical en el país. Una voz que, en primera persona, ha aturdido a la institución religiosa con los detalles de los abusos sexuales perpetrados por un miembro de la Legión de Cristo. Ha llevado su denuncia a las más altas esferas de la jerarquía eclesiástica mexicana y las respuestas que ha obtenido, asegura, han sido gestos de desprecio y falta de empatía. El propio embajador del papa Francisco en México, Franco Coppola, llegó a reclamarle a la conductora que el enojo contra la institución religiosa también causaba daño. “Yo me he sentido acusado de pederasta porque voy vestido así caminando por las calles, y sé que no soy pederasta”, le dijo. “No se puede generalizar”.

Salazar es presentadora en programas de radio y televisión de la cadena mexicana Grupo Fórmula y en mayo se convirtió en la primera mujer en acusar públicamente a un miembro de la Legión de Cristo por pederastia en México. La periodista relató los abusos que había sufrido a manos del cura Fernando Martínez entre 1991 y 1992, cuando él era director de un colegio de los legionarios en Cancún (Estado de Quintana Roo) y ella era una alumna de ocho años. Después de que su caso se hiciera público, aparecieron al menos otras siete víctimas más del sacerdote. Algunas de ellas, incluida Salazar, denunciaron lo sucedido originalmente en los años 90 pero la congregación no dio respuesta y el hombre nunca fue removido del ministerio clerical, aseguran.

A tres meses de conocerse su caso, la conductora se ha convertido en una voz de referencia que se pasea por el Senado mexicano para exigir a la Iglesia un posicionamiento público sobre Martínez. La atención que obtuvo de los medios de comunicación desde su denuncia forzó al clero a prestar atención y escuchar su reclamo. El primero en recibirla fue el embajador del Vaticano en México, Franco Coppola. Durante el encuentro, en el que conversaron por casi tres horas, el representante del papa Francisco admitió que el clero mexicano se había mantenido alejado de las víctimas porque era “muy duro” escuchar sus relatos. “Solo les caen bien las víctimas calladas”, protesta Salazar, “son muy crueles con la gente con la que tienen deudas de vida”.

Uno de los comentarios que más le molestó a Salazar no llegó hasta después. La presentadora asegura que, tras contarle al nuncio los detalles de los abusos sufridos por Fernando Martínez —“me subía a la falda, me tocaba”—, Coppola le dijo que cuando él era joven leían a filósofos, como Nietzsche, que mostraban el sexo con niños como algo normal, natural, incluso “un deleite divino”. Una declaración que ratifica el exseminarista Erick Emmanuel Escobar, que también formó parte de la reunión. El embajador del Vaticano, sin embargo, ha rechazado haberse expresado en esos términos. “No me reconozco en esa declaración”, ha dicho el diplomático a EL PAÍS en un correo electrónico.

Coppola se convirtió en el delegado diplomático del Vaticano en México en julio de 2016. Entre sus desafíos más relevantes a su llegada se encontraban acercar la institución a la sociedad mexicana y limpiar la imagen de la jerarquía eclesiástica, manchada por el férreo apoyo al pederasta Marcial Maciel. Pese a eso, en la reunión con Salazar, el nuncio apostólico se lanzó contra la recomendación del Comité de los Derechos del Niño de la ONU de 2014, donde aconseja a la Iglesia católica investigar de manera independiente los casos de abuso sexual y remitirlos a la justicia. “No me gusta la recomendación de Naciones Unidas porque es claramente dirigida contra la Iglesia, como si la pederastia fuera solamente un tema clerical”, le señaló.
El nuncio de México, Franco Coppola, oficia una misa en México en 2017.
El nuncio de México, Franco Coppola, oficia una misa en México en 2017. CUARTOSCURO

La Iglesia mexicana comenzó el año con gestos a favor de la lucha contra los abusos sexuales en el clero. En febrero, pocos días antes de la cumbre contra la pederastia del Papa Francisco, la Conferencia Episcopal anunció la suspensión de 152 sacerdotes por abusos sexuales y prometió tomar cartas en el asunto. La institución religiosa estaba lista para hacer frente a la lacra de la pederastia en el país, aseguraban. Unos meses después, entre promesas en el aire y protocolos sin aplicar, las denuncias contra el legionario Martínez estallaron frente a sus ojos.

La denuncia de Salazar ha generado un revuelo en el país latinoamericano que la Iglesia católica ha intentado controlar. El portavoz de la Conferencia Episcopal Mexicana, Alfonso Miranda, incluso le ofreció un trato preferencial a la conductora si decidía llevar su caso ante la justicia eclesiástica. “Le pregunté por qué y me dijo: ‘Es vergonzoso lo que voy a decir, pero el ruido de los medios [de comunicación] ha hecho que los canales se abran más fácilmente para que tu caso llegue al Vaticano’”, recuerda la mujer que le expresó en una reunión a puertas cerradas. “Lamentablemente es así, la Iglesia solo ha respondido a la presión de la prensa”, ha admitido Miranda a este periódico en una entrevista telefónica.

El camino que debe recorrer una víctima de pederastia clerical que decide denunciar ante un tribunal eclesiástico en México es, cuando menos, engorroso. Los procesos pueden durar hasta una década, muchos no consiguen una sentencia condenatoria y, a veces, hasta representan un gasto económico para el denunciante, que debe hacerse cargo de pagar un abogado especializado en Derecho canónico. Eso sin contar los señalamientos y los prejuicios. En el caso de Salazar, el propio presidente del Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis mexicana, Andrés García Jasso, le aseguró que las denuncias contra Martínez estaban siendo investigadas por posibles “testimonios viciados”. “Le dije: ‘Ni siquiera he iniciado un proceso y ya me están tratando de mentirosa”, recuerda.

Salazar asegura que ha tenido que asistir durante años a terapia psicológica para poder asimilar lo que le había sucedido. Aún recuerda con detalles el año de adolescencia que pasó medicada por depresión a causa de los abusos. “Mientras todos mis amigos estaban ocupados en perseguir sus sueños, yo solo quería morir”, dice. Sus recuerdos contrastan con la persona de carácter que ahora se sienta frente a la jerarquía eclesiástica a discutir. “Me llevó mucho tiempo trabajarlo, pero ahora les digo a la cara: Hay un solo camino para los pederastas y es el camino de la justicia, ustedes no tienen derecho a tocar a los niños”.

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Nacional
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