La pandemia no ha golpeado a la región al nivel de Europa pero ya ha hecho saltar todas las alarmas
América Latina afronta su enésima encrucijada en un escenario cada vez más incierto. La región no ha registrado casos de contagiados por coronavirus al nivel de Europa, al menos aún, quizás el adverbio que sobrevuela de México a Brasil, pero ya está en máxima alerta. La incertidumbre es total en el vasto territorio de más de 600 millones de personas, donde cohabitan líderes políticos que no se toman en serio las recomendaciones sanitarias, tensiones entre países que se agudizan con la pandemia y una economía cada vez más frágil que aleja cualquier atisbo de certeza. El desafío es mayúsculo por la debilidad de la mayoría de los sistemas de salud, con un gasto por habitante muy por debajo del de los países más industrializados
A principios de año América Latina vislumbraba un nuevo horizonte tras las revueltas populares que convulsionaron la mayoría de los países a finales de 2019. Colombia y Chile habían puesto contra las cuerdas a sus Gobiernos; Argentina estrenaba presidente (Alberto Fernández) y consolidaba el giro político de las tres principales economías, iniciado un año antes con la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México, dos de los mandatarios más criticados por su actitud irresponsable frente a la pandemia; Venezuela, prometía un año electoral en el que la batalla política entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó escalaba a otro escenario. Todo ha quedado sepultado por el coronavirus. Y las incertidumbres, agravadas.
A las tensiones políticas se le añade un agravante, la fragilidad económica en la que estaba inmersa América Latina y que no hará más que profundizarse. Antes de la pandemia y de la crisis del petróleo, la región era la que menos iba a crecer de todo el mundo. El FMI estimaba a finales del año pasado un crecimiento del 0,2%. Capital Economics lo cifra en el mismo porcentaje, sin incluir a Venezuela, por lo que todos los analistas abocan a que América Latina está condenada a la recesión para este año.
El golpe que se avecina en la región tendrá consecuencias en las protestas populares que, por el momento, con toda seguridad, quedarán en una suerte de cuarentena ante las medidas de contención que se requieren a nivel mundial. No es baladí lo que se prevé que ocurra en Chile, que el próximo mes tiene previsto celebrar un referéndum constitucional, que tiene todos los visos de ser pospuesto. Si las revueltas se entendieron como una respuesta a la desigualdad inequívoca de los últimos años, nada hace prever que estas pueden retornar con más fuerza en tanto los Gobiernos se vean obligados a aplicar medidas drásticas para paliar la caída.
El coronavirus ha paralizado en cierta medida Sudamérica, donde la mayoría de países ha decidido cerrar sus fronteras. El cierre de los territorios nacionales no es total, pero no tiene precedentes a esa escala. Los principales Gobiernos tratan de tener una respuesta coordinada, pero con algunos países resulta quimérico, caso de Brasil, cuyo presidente considera que la respuesta a la pandemia es una “histeria”. Eso no ha impedido que Alberto Fernández, el mandatario argentino, haya decidido tomar medidas en la frontera con Brasil.
La difícil relación de Brasil, con un ultraderechista como Bolsonaro y Argentina, con Fernández abrazando el progresismo en la región, dista de ser un hecho aislado. La pandemia ha agudizado el enfrentamiento entre Venezuela y Colombia, que comparten una de las fronteras más porosas de la región. El Gobierno de Duque y el de Maduro no tienen relación alguna desde que el primero reconociese a Juan Guaidó como presidente interino y abanderase la cruzada de este por sacar del poder al líder chavista. Apenas este martes se han empezado a sentir los primeros movimientos entre ambos gobiernos, a través de organismos intermedios, para tomar medidas conjuntas. El canciller venezolano, Jorge Arreaza, aseguró que ha habido intentos de trabajar coordinadamente con Brasil y Colombia, pero hicieron caso omiso. A las críticas de Arreaza respondió Julio Borges, expresidente de la Asamblea Nacional: “La región no te reconoce, porque eres un corrupto y un títere de la dictadura de Nicolás Maduro”.
Que cualquier momento es bueno para tratar de desviar la atención lo dejó claro el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, este lunes, cuando emprendió, a través de Twitter, una esperpéntica cruzada contra México, con quien, en teoría, mantiene buenas relaciones y comparte la necesidad de abordar la crisis migratoria. El mandatario de El Salvador, uno de los países con los sistemas más precarios de la región, acusó sin pruebas al Gobierno de López Obrador de querer permitir un vuelo con 12 supuestos casos de contagiados por coronavirus. Ante las molestias de las autoridades mexicanas, Bukele sacó a colación el asilo político que México le había dado a un exdirigente del Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN) acusado de corrupción.
La incertidumbre no solo golpea a las relaciones entre países, sino que está acrecentando el malestar social al interior de los mismos. En México, a priori el país con mayor información en la medida en que el presidente sale todos los días a hablar ante los medios, permea la confusión. Las autoridades sanitarias insisten cada día en la necesidad de adoptar medidas para contener la pandemia a escasos metros de un presidente que se pasó el último fin de semana dándose un baño de masas y besando y abrazando a todo aquel que se le acercaba.
El reto que afronta América Latina es hercúleo en lo político, en lo económico, pero también en lo social. Los sistemas de salud de la región son, por lo general, débiles si no muy frágiles. En Venezuela, donde el colapso se ha ido viendo paso a paso durante los últimos años, han saltado todas las alertas. Pese a ser el caso más ilustrativo, no es el único. A la vista de lo ocurrido en Europa, ni Brasil ni México, los dos gigantes de la región, están suficientemente preparados para abordar una crisis sanitaria como la que se prevé o, al menos de momento, se proyecta. El desafío en la región más incierta es mayúsculo.