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Confinadas frente al mar

Miles de personas, pese a las advertencias de las autoridades, deciden pasar el confinamiento en Acapulco, la ciudad costera que se hunde con el virus.

La fotografía que retrata hoy a un tercio de la población mundial es la de un planeta metido en casa recibiendo aterrado desde el exterior las noticias que llegan con más muertes. La fotografía de la felicidad, en cambio, es la de Alejandro Camacho, sentado en la hamaca frente al mar estirando el brazo hasta alcanzar la lata de cerveza.

“Me vine a la playa porque la situación se pondrá peor y en poco tiempo no será opcional estar en casa. Vamos a tener que quedarnos por obligación”, dice con tristeza Camacho, un joven empresario de 33 años de la Ciudad de México. La temperatura supera los 30 grados en Acapulco, sopla una ligera brisa y frente a los lujosos departamentos de Playamar o Marena, la “sana distancia”, es la que hay a la hielera.

A pocos pasos caminando por la arena, dos amigas charlan en la tumbona mientras vigilan a los niños.

¿Y están notando los efectos del coronavirus en Acapulco? “Sí, algunas cosas han cambiado bastante”, dice Paola Pérez, de 37 años, antes de tomar aire y comenzar lo que parece una explicación sobre el impacto socioeconómico de la pandemia. “Hacemos controles de temperatura a los trabajadores del condominio y se les obliga a desinfectarse. Ahora tengo más cuidado para no tocar nada y es el servicio quien pulsa el botón del elevador”, aclara. “Nuestros maridos van y vienen a Ciudad de México. Pero aquí al menos los niños pueden jugar tenis, hacer surf”, añade su amiga María José, con un jugo verde en la mano. Ambas se describen como “amas de casa” esposas de empresarios.

Miles de personas llegaron este fin de semana desde la capital para pasar los próximos días de confinamiento a pesar de la orden de las autoridades sanitarias para que todos se queden en casa y “no se tomen estos días como unas vacaciones”. La mayoría ha obedecido. Y la consecuencia es que Acapulco se ha desplomado y de las 11.000 habitaciones disponibles, apenas se han ocupado un 11% este fin de semana, según cifras del Estado de Guerrero. Algo similar a lo sucedido en Cancún o Puerto Vallarta.

Sin embargo, la tarde del viernes las salidas de Ciudad de México incrementaron notablemente el flujo de días anteriores con miles de personas que decidieron dejar la ciudad y desplazarse a Cuernavaca, Puerto Vallarta o Acapulco para pasar el encierro en su segunda residencia.

Todavía con el bronceador fresco, la familia Thompson -Mari Carmen, Silvia y su hija, estudiante de arquitectura en una Universidad privada de la capital-, se relajan en la zona noble de Acapulco mirando el Pacífico. “No he viajado, no he estado en contacto con nadie que estuviera en España o en Estados Unidos y nadie de mi familia está contagiado”, explica Silvia Thompson con la certeza de quien no hace nada malo. “Así que estos días estoy en mi departamento y solo me muevo para ir a la playa y al supermercado con guantes de latex y ya”, aclara para explicar que ya no va al Club de Golf ni al centro cívico.

¿Y qué le parece el cambio de López Obrador que ha pasado de decir que se hiciera vida normal a pedir a la gente que no salga?. “Ay mira, López Obrador es un irresponsable y está haciendo daño a la imagen de México en el exterior”, reprocha Mari Carmen Thompson.

Existe un consenso mundial sobre la efectividad del confinamiento para frenar el coronavirus. En Italia, el 21 de febrero, Mattia, un exitoso directivo de la multinacional Unilever de 38 años y corredor de maratones, acudió al centro médico de Codogno, población de 16.000 habitantes en Lombardía. Solo unos días después de que la prueba por coronavirus diera positivo, el virus ya estaba en Sicilia a mil kilómetros de ahí.

En España, alcaldes de Galicia o Alicante han reprochado a los madrileños haber expandido el virus por la península cuando decidieron salir en masa hacia su casa en la playa para pasar el confinamiento. Indignados, los alcaldes criticaron que además de expandir la mancha, saturan los hospitales más pequeños.

Acapulco, por su parte, con un fallecimiento, es de los lugares con menos contagios de México. Según el rastreo realizado por las autoridades médicas, el virus llegó aquí de la mano de un argentino que vino a pasar el puente del 12 de marzo. Dos semanas después hay diez casos confirmados y otros 52 sospechosos. Entre ellos el del tenor español Plácido Domingo, ingresado en un hospital de la ciudad.

“Quédate en casa, si no tú, tú, tú y tú”, dijo Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud señalando a la prensa y a varios secretarios (ministros) que lo acompañaban el sábado, “se van a contagiar y serían demasiados casos para atender”. El encargado del Gobierno de México para luchar contra el coronavirus estaba visiblemente enojado ante el poco éxito que están teniendo sus exhortos a quedarse en casa. Durante estos días de confinamiento voluntario ha estado monitoreando la actividad de la Ciudad de México a través del tráfico y la actividad en los pasos peatonales y concluyó que hubo una reducción menor al 30%. “La única manera de bajar hoy la transmisión- que ha causado hasta el momento 848 contagios y 16 muertes- es quedándose en casa durante un mes”, insistió Gatell.

Horas antes de estas palabras, una pareja de novios bajan de un Mazda azul con placas del Estado de México, todavía con la cara hasta el suelo. “Hemos venido a relajarnos un poco a Acapulco porque ya no podíamos más en casa”, dice en traje de baño Miguel Pardo, de 36 años y vendedor de seguros de profesión. “Llevamos toda la semana en casa haciendo “home office” pero necesitábamos salir porque nos íbamos a matar”, ríe mirando a su compañera.

Mientras eso sucede frente a las elegantes residencias de Punta Diamante, en las calles de Acapulco, con 700.000 habitantes censados, se viven los efectos del coronavirus como una fiesta en la que está todo preparado- la música la bebida y los globos, pero a la que no llega nadie. Los meseros aguardan apoyados en barras sin gente, la música truena en discotecas vacías y las llamativas calesas recorren sin enamorados la Costera.

El golpe para el turismo es dramático pero la preocupación más recurrente en Acapulco no es que vengan los chilangos a traer el virus -nadie odia a quien le da de comer- sino la desolación que se aproxima. Los empresarios turísticos- desde dueños de hoteles al propietario de la banana inflable- dan por perdida la Semana Santa en un estado que se sostiene con alfileres. La pandemia ha transformado el escenario, aunque ahora el “servicio” pulse el botón del elevador.

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Nacional
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