La conversación de López Obrador y Trump destrabó la negativa de México a los recortes, pero el Gobierno de México no ha querido aclarar a cambio de qué
Nadie vio venir a México. El país latinoamericano era un invitado más a la cumbre de la OPEP ampliada, un productor de petróleo intermedio que se sumaría al esfuerzo mundial por estabilizar los precios del crudo a costa de lo que fuera. Pero México tenía otros planes. Una vez que las grandes potencias petroleras estaban acercándose a un acuerdo para que todos recortaran un 23% de su producción, México levantó la mano y se negó. Lo que se esperaba fuese una cumbre de dos días se extendió un par más, hasta el Domingo de Resurrección. México dio un salto arriesgado al oponerse a Arabia Saudí, el principal productor de petróleo del mundo, y al final consiguió un trato con el respaldo de Estados Unidos, cuyas consecuencias todavía están por conocerse.
La OPEP ampliada buscaba que todos los países participantes recortaran un 23% de su producción para, juntos, impulsar el precio del barril que estaba llegando a niveles históricamente bajos. México debía cortar 400.000 barriles de crudo al día, de su producción total de 1,7 millones de barriles diarios. Enlazada por videoconferencia, la ministra de Energía, Rocío Nahle, pidió su turno y lanzó la noticia: México solo estaría dispuesto a recortar una cuarta parte, unos 100.000 barriles al día. Todos habían estado de acuerdo, hasta que México se negó. Nahle, además, abandonó las conversaciones sin avisar la tarde del jueves y los nervios se tensaron en Medio Oriente. El drama mexicano había comenzado.
México es un país de tradición petrolera y cuya historia ligada al crudo ha sido convulsa. El país sostiene la mayor parte de su producción en Petróleos Mexicanos (Pemex), la compañía estatal y desde 2014 permite una pequeña participación del sector privado en la industria. Pemex ha sufrido la caída de su producción desde hace más de una década y se ha convertido en la petrolera más endeudada del mundo –110.000 millones de dólares, hasta el cierre de 2019–. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha querido impulsar la industria nacional desde que llegó al Gobierno en diciembre de 2018, así que ha congelado los proyectos para el sector privado y ha echado toda la leña al resurgimiento de Pemex, con aportaciones de dinero público incluidas. La salud de las finanzas públicas de México están siempre ligadas a Pemex.
El inusual giro de México en la cumbre de la OPEP ampliada refleja la visión de López Obrador: una producción de 1,3 millones de barriles diarios –un nivel no visto desde 1992–, como había propuesto la OPEP, dejaba a México sin la posibilidad de seguir con la política energética del presidente que nació en Tabasco, el corazón de la industria petrolera del país. “Si la producción baja tanto eso significa que ya no se cumple el sueño petrolero del presidente”, señala el consultor en energía Gonzalo Monroy. La insignia de ese proyecto ha sido hasta ahora la construcción de una refinería en Dos Bocas (Tabasco) por 8.000 millones de dólares. La defensa de ese plan llegó hasta la mesa de la OPEP. “La mejor política exterior es una buena política interior”, es una de las frases más repetidas por el presidente mexicano cuando se le pregunta sobre cualquier tema global.
En la historia de México siempre ha estado Estados Unidos. Así que cuando la OPEP rechazó la propuesta mexicana, Donald Trump se puso al teléfono. “El presidente Trump me empezó a leer los nombres de todos los países que habían aceptado, y dice: ‘Solo México no aceptó’. Y ya le expliqué el por qué y le hice la propuesta, que afortunadamente la aceptó con esta compensación de parte de ellos”, contó el viernes López Obrador. Así, Estados Unidos se comprometió a cubrir el faltante de México sin ahondar en el cómo, pero asegurando que de alguna manera México lo iba a pagar. La moneda de cambio es todavía un misterio.
Arabia Saudí se negó a aceptar el trato entre México y Estados Unidos argumentado que si concedía la excepción, otros países buscarían escaquearse. México no se movió un ápice, fiel a la costumbre del presidente mexicano de ser inamovible, y crecieron las preguntas sobre cómo un país con una producción en declive y sin una representación significativa en el mercado se atrevió a siquiera plantear un David contra Goliat. Se arriesgó a que le echaran del grupo o a ser sujeto de alguna sanción. La confianza de México pudo estar sustentada, en parte, a las llamadas coberturas petroleras, una especie de seguro para su producción que protege los ingresos de la Hacienda mexicana, que este año garantizan un barril a 49 dólares; o sobre el cálculo del declive de sus principales campos petroleros: Cantarell y Ku Maloob Zaap; o simplemente intuición.
“La estrategia que diseñó el presidente López Obrador funcionó”, anunció este domingo el canciller Marcelo Ebrard para alimentar la épica. El pacto para recortar 9,7 millones de barriles en mayo y junio solo reconoce los 100.000 barriles al día por parte de México, que mantuvo a Estados Unidos como su aval. Si la estrategia de López Obrador funcionó, la mezcla mexicana de exportación podrá recuperarse de su histórica caída (ahora valuado en 16,54 dólares), las finanzas y la calificación crediticia de Pemex seguirán a flote, y el proyecto petrolero estará a salvo. “Una estrategia de reducción de producción le hubiera dado más margen de acción para que la calificación de Pemex se quede al menos como está”, considera Monroy. El riesgo para México en esta cumbre ha sido tan alto como la incertidumbre sobre su futuro.