Incognitapro

LA CRÓNICA DE HOY: Los hacinados, vulnerables ante embates del COVID-19

“Sí nos sentimos ahogados, pero, ¿a dónde vamos? A veces ni juntamos para la renta de aquí. Ahora con lo del virus nos dicen de la distancia, ¿y cómo le hacemos? O que nos lavemos las manos a cada rato… ya quisiéramos agua para tomar”, dice doña Jimena Pineda.

Superficie mínima de dormitorios dignos, según el Código de Edificación de Vivienda de la Comisión Nacional de Vivienda: 7.29 metros cuadrados.

[ Primera Parte ]

Sus vidas, sí, su sobrevivencia, gira en torno a un pozo de agua. Nadie sabe cómo apareció ni desde cuando alivia a cientos de familias en este territorio desahuciado y perdido donde se encara al coronavirus entre sed, hambre, mugre y asfixia.

Aquí, en esta zona abandonada, no hay oportunidad para la “sana distancia”. Ni siquiera en la imaginación. Se vive apretujado, en continuo revoltijo de alientos y sudores, en sofocamiento permanente sobre pilas de trapos viejos o tendederos convertidos en armarios.

“Sí nos sentimos ahogados, pero, ¿a dónde vamos? A veces ni juntamos para la renta de aquí. Ahora con lo del virus nos dicen de la distancia, ¿y cómo le hacemos? O que nos lavemos las manos a cada rato… ya quisiéramos agua para tomar”, dice doña Jimena Pineda, de 35 años y cuya familia de cinco integrantes duerme en un pequeño cuartito de seis metros cuadrados en la calle José del Pilar, colonia Juárez, Pantitlán de Ciudad Nezahualcóyotl.

El sopor parece subir de intensidad a cada segundo, no sólo por la estrechez del lugar y las temperaturas descarriadas de los días recientes, sino por el burbujeo sin pausa del caldo de retazo de pollo, ya sobre la lumbre, y listo para servir. Los pequeños lo saborean, a la espera del papá, quien por estas horas regresa a casa.

De acuerdo con el Estudio Diagnóstico del Derecho a la Vivienda Digna y Decorosa 2018 elaborado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 10.2 millones de personas en el país viven en condiciones de hacinamiento, las cuales se actualizan cuando hay 2.5 habitantes por dormitorio. Esa característica se repite en el 8.4% de las viviendas habitadas en el país, aunque hay estados donde el porcentaje de hacinamiento es mayor, como Guerrero (23.1), Chiapas (15.9), Quintana Roo (14.9) y Oaxaca (14.1%).

Es la dolorosa realidad numérica del país, frente al COVID-19…

DIMINUTOS. Una parte de la colonia Juárez Pantitlán creció en derredor de dos serpientes convulsas: el tianguis y el mercado de carnes de San Juan, en los límites de la Ciudad de México y el Edomex. El ajetreo comercial atrajo a incontables aventureros de provincia, en especial originarios de entidades sureñas como Chiapas, Oaxaca y Veracruz, quienes migraron con la idea de contratarse como ayudantes en las grandes carnicerías o dedicarse al comercio.

Se formaron vecindades o las casas ya existentes comenzaron a dividirse para multiplicar los espacios y albergar a los nuevos huéspedes. Surgió una franja de dormitorios diminutos, sin infraestructura ni servicios básicos, donde hoy los olvidados buscan con desesperación un poco de agua para ducharse, lavar trastes o ropa y rehusarla en el baño. De día y de noche. De madrugada o en medio de la oscuridad.

En este cinturón extraviado se conjugan dos calamidades, paradojas del discurso oficial y de la realidad nacional: el hacinamiento y la escasez de agua. Y hacia allá van los pasos…

Doña Jimena es oriunda de Tuxtepec, Oaxaca, y su esposo es chiapaneco. Ambos encontraron empleo en una cremería aledaña a la fiebre de las carnicerías. Rentan este reducido apartamento desde hace más de una década. Aquí nacieron sus hijos, cuyas edades oscilan entre los cuatro y nueve años. El vecindario, de viejo, parece desmoronarse a cada pisada. Sus techos y paredes despellejadas delatan la desolación.

Para llegar al área habitada habrá de cruzarse un pasillo largo y angosto, tétrico, donde plagas e insectos se mantienen en pelea por territorio. El olor es repulsivo, pues los chubascos de días pasados desbordaron los caños.

“Con cualquier lluviecita se bota el drenaje y se inunda”, cuenta la mujer, quien tiene encendido un radio cuyo ronroneo permite apenas escuchar los mensajes incesantes de la Secretaría de Salud, apelando a la sana distancia.

“Todos dormimos en un solo cuarto, y en una sola cama, porque no cabe otra, ni siquiera chiquita”.

Para tener dónde cocinar, “y que no estuviéramos durmiendo casi sobre la estufa”, dividió el espacio con cajas, bolsas y plásticos.

—Está bravo el bochorno -se le comenta.

—Así es aquí, aunque abra la puerta se encierra el calor, pero ya nos acostumbramos. Y como también estoy haciendo mi comida, pues más, pero ya voy a apagarle a la lumbre. Estábamos juntando para un ventiladorcito, pero…

—¿Qué pasó?

—Con esto del coronavirus todo se vino abajo y no alcanza el dinero. En la cremería cambiaron las cosas: vamos un día, y otro no, y nos están pagando la mitad.

—¿Cuánto ganaba usted?

—Novecientos pesos a la semana, pero ahora me están dando 500. A mi esposo le pagaban mil 500, y le quitaron la mitad, aunque tiene que trabajar más horas, para compensar lo que no hará al día siguiente. Lo único bueno es que nos queda cerca, a dos cuadras, y no tenemos que pagar pasaje. ¿Usted cree que vamos a juntar para el ventilador? Mi Iván tiene buenas calificaciones, es de los mejores del salón, pero no ha salido su papel de la beca.

—¿Cuánto paga de renta?

—Mil 500 pesos. Con eso, no conseguimos otro lugar. Vivimos apretados, pero así nos tocó la suerte. De tan cerquita, ni nos vamos a dar cuenta cuando nos contagiemos.

Conforme al citado análisis del Coneval, “los elementos de la vivienda en su dimensión material y espacial tienen un efecto en la salud física y mental de los habitantes. Este es un criterio primordial para evaluar las condiciones de habitabilidad, ya que guarda una correspondencia directa con la propagación de enfermedades infecciosas”.

Y según la Organización Mundial de la Salud, el hacinamiento está relacionado con el aumento de la incidencia de enfermedades respiratorias y gastrointestinales, cuya “situación se agudiza en condiciones de pobreza y carencia de servicios básicos adecuados”.

No llega el papá. Iván, Jimenita, y Lupita se intentan lavar las manos en una jícara a medias, con agua amarillenta. El caldo se servirá en unos minutos… En esta vecindad, tienen cuatro meses sin agua, y no saben por qué, tampoco preguntan. Se han acostumbrado a corretear la pipa o al acarreo desde el pozo, como otras familias cuya historia habrá de contarse. “Ya queda muy poco en el bote, ahora que venga mi esposo tendrá que traer”, dice doña Jimena, quien pica un poco de cebolla para acompañar el pollo, mientras los niños se sientan en el suelo para recibir el plato, apretujados, indefensos ante los embates del coronavirus…

Ámbito: 
Nacional
Tema/Categoría: