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LA CRÓNICA DE HOY: Milpa Alta, “donde la salud es un lujo”, entre los 10 municipios del país con mayor tasa de COVID

¿Por qué en la alcaldía con menos población de la ciudad y menor densidad de habitantes por kilómetro cuadrado el porcentaje de contagios y muertes es de los más altos a nivel nacional? Las causas apuntan a pobreza, marginación, olvido y falta de servicios básicos

Doña Susana Salazar, de 71 años y rezandera de San Salvador Cuauhtenco, una de las colonias en la CDMX con más casos de COVID-19, lleva el registro de 70 defunciones por coronavirus en los últimos meses. “Y sólo aquí en uno de los 12 pueblos de Milpa Alta

Los lugareños ya se sobresaltan cuando escuchan el sonido de los cohetes. “Es señal de un nuevo muertito”.

Doña Susana Salazar, de 71 años y rezandera de San Salvador Cuauhtenco, una de las colonias en la CDMX con más casos activos de COVID-19 por número de habitantes, lleva el registro de 70 defunciones por coronavirus en los últimos meses. “Y sólo aquí en San Salvador, que es uno de los 12 pueblos de Milpa Alta, imagínese cuántos no se habrán ido en toda la demarcación”, dice.

Sus cifras de dolor se contraponen con las oficiales: conforme a las estadísticas más actuales de las Secretarías de Salud federal y local, han fallecido por la pandemia 66 personas, pero en toda la alcaldía.

Aun así, con ese suspicaz número de decesos y 2 mil 59 contagios confirmados, Milpa Alta se ha ubicado durante las 29 semanas epidemiológicas transcurridas hasta ahora, entre los 10 municipios del país con mayor incidencia por cada 100 mil habitantes: en la última, el índice fue de 123, aunque el mes pasado alcanzó más de 150.

¿Por qué en el municipio con menos población de la ciudad (139 mil, muy por debajo, por ejemplo, de los 828 mil de Iztapalapa) y menor densidad de habitantes por kilómetro cuadrado (507, cuando en Iztacalco es casi de 16 mil) el porcentaje de contagios y muertes se ubica entre los más altos de México?

Las causas apuntan a pobreza, marginación, olvido y falta de servicios básicos, espejo cruel de la realidad nacional. Lo marcan las referencias del INEGI y del Coneval, pero también los rostros taciturnos de quienes deambulan por este territorio desahuciado, donde muchas familias carecen siquiera de 10 pesos para comprar un cubrebocas. “Y no se diga cuando son varios integrantes. Ya quisieran para comer, porque aquí la salud es un lujo”, dice Pavel Arenas, un especialista en psiquiatría del Centro de Salud de San Pablo Oztotepec -otro de los pueblos milpaltenses- y quien nos acompaña por estas calles empinadas, a 3 mil 600 metros sobre el nivel del mar.

“Viene lo bueno para la salud mental -dice-. Ha crecido el número de pacientes en duelo y los trastornos de ansiedad, más aún porque las familias no han podido practicar con libertad los rituales fúnebres y rezos; oficialmente siguen prohibidos, aunque algunas los han hecho a escondidas, porque es la única manera para manejar el duelo y la culpa. Desde la ciencia se ha estudiado la fe como factor protector del suicidio y otras alteraciones del ánimo”.

De los 70 entierros contabilizados por doña Susana, decana de las plegarias en San Salvador, “en 40 ha habido acompañamiento espiritual y en 30 no, porque ha ganado el miedo al contagio. En mayo y junio la mayoría no quería salir, ni siquiera las compañeras de la iglesia y, quienes seguimos activas, no nos dimos abasto. Había días de cuatro o cinco sepulturas”.

Vive en una vecindad donde ahora revientan las notas de Los Ángeles Azules; está empotrada en la ladera más próxima a la parroquia principal de la comunidad: El Salvador del Mundo, la cual se fracturó en el sismo de 2017 y todavía se mantiene inhabilitada. Las autoridades de protección civil prohibieron tocar las campanas, una práctica ancestral en el pueblo para despedir a los muertos, y desde entonces comenzó a masificarse el uso de cohetes.

“Soy de Xochimilco, pero casé aquí”, cuenta la rezandera.

Escuchar su recuento triste, sentados en una pequeña mesita de madera frente a un altar abundante en colguijes y santos, es como formar un crucigrama fúnebre. “Con doña Zenaida, que se veía tan fuerte, hablé el martes y el sábado ya se había ido”.

La memoria, de repente, se le empantana con apelativos y nombres ya extinguidos, víctimas del COVID: don Macedonio, la hija de doña Irma, la enfermera, el odontólogo, la sobrina del doctor Peña, don Moisés, el vendedor de chiles…

Una de las despedidas más angustiantes fue la de don Anselmo, un campesino con menos de 50 años cuya familia carecía de dinero para el sepelio. Durante varios días hubo donadores en travesía solitaria hacia Xoctongo, donde vivió desde niño: peso a peso, kilo a kilo, se juntó para el féretro y demás necesidades.

“Aquí se acostumbra el rosario, misa de cuerpo presente, novenario, levantada de cruz y comida en honor al difunto: mole con frijoles o revoltijo con polvo de camarón, papa y nopales picados. Ya de plano, quienes no tienen: rajitas y arroz, pero ahora no se ha podido: muchas familias se quedaron con ese sentimiento atorado y han caído en depresión, no se desahogaron”.

LA ESCASEZ DE ARRIBA. Tras el paso por Santa Cecilia Tepetlapa, último pueblo xochimilca, famoso por la producción de dulces cristalizados, asoma San Isidro, ya en territorio milpaltense. Una mojonera señala el lindero y el primer retrato es el de un periodiquero anunciando los descuartizados del día. El camino estrecho, rodeado de barrancas y maizales tristes, conduce hacia San Salvador, San Pablo y los otros barrios…

La falta de vías de acceso es otro de los distintivos de la alcaldía: todas sus carreteras son de un carril, carece de línea del metro y cuenta sólo con tres rutas de transporte público: de Villa Milpa Alta hacia San Salvador, Taxqueña y la estación Tláhuac, lo cual complica y entorpece el traslado de comerciantes y asalariados: la mayoría es empleado o subempleado “allá abajo”, como suelen decir los de aquí en referencia a la distante y hundida Ciudad de México. Ellas, son trabajadoras domésticas o auxiliares en centros comerciales; ellos, obreros o vigilantes…

Según el INEGI, mientras en la CDMX el porcentaje de funcionarios, profesionistas, técnicos o administrativos, con más probabilidad de sortear una cuarentena en casa, es del 43.91 por ciento, en Milpa Alta el porcentaje es sólo del 22.99.

Y otro dato revelador: en la CDMX, el 14.63 por ciento labora en la industria, y en Milpa Alta este nivel porcentual sube a 22.31. “Pero aquí no hay fábricas, apenas algunos talleres de muebles o productos de nopal o maíz. La gente tiene que ir a la ciudad y, como el transporte es deficiente, se hacen aglomeraciones y ahí se están dando los contagios”, describe el doctor Arenas.

“Desde las 4 de la mañana ya escuchas movimiento de personas y camiones, dan las 12 de la noche y sigue el trajín de trabajadores regresando. Van al día: trabajan o no comen. De ahí los altos índices de drogadicción, abuso sexual y suicidios en menores de edad. Ves a los jovencitos drogándose y preguntas: ¿los papás dónde están? Después de 4 o 5 horas en transporte público qué van a tener ganas de supervisar a los hijos. Estoy sorprendido con la cantidad de niños de gran coeficiente intelectual, pero necesitan atención, compañía, sino el genio termina en delincuencia, droga y muerte, y el gobierno no debería apostar a esa suerte”.

También el porcentaje de comerciantes —con la urgencia de salir a la calle, vender y solventar los gastos diarios— es mayor en este municipio: 47%, a diferencia de la gran ciudad, donde alcanza 39.4.

El bullicio de la compra-venta se constata en las arterias principales, donde se agolpan pequeños negocios de artículos y servicios básicos. Casi en todos, se han colocado protecciones provisionales con plástico y, sobre las paredes, abundan carteles invitando al uso de cubrebocas: “Por valor, por amor, llévalo puesto”.

Entre los tenderos y demás mercachifles de San Salvador, incluido en el Programa de Atención Prioritaria por su incidencia de casos activos, predomina -como en todo el pueblo- la desazón, porque se ha suspendido ya la mejor época del año para el flujo de mercancías. Los mayordomos han anunciado la cancelación de las fiestas patronales, proyectadas para la primera semana de agosto y cuya jornada especial es la del día 6.

No habrá verbena ni procesiones multitudinarias con el santo patrono. Tampoco flores, mañanitas, danzas ni castillos humeantes…

“Este año no salimos a recaudar a las casas la cooperación de 350 pesos. Siempre se juntan más de 200 mil. Ahora el festejo se limitará a una misa a puerta cerrada en una carpa aledaña, sólo con el sacerdote y unos cuantos representantes de los grupos religiosos”, cuenta don Fidel Rentería, jefe de la mayordomía conformada por 13 matrimonios de su familia.

El acceso principal de la iglesia resquebrajada permanecerá sellado, y las imágenes de El Salvador del Mundo y de los otros santos seguirán en la sacristía, donde se resguardaron desde el terremoto de septiembre de 2017.

—¿Qué ha sido para un pueblo tan creyente y con tantas desgracias por el COVID tener su templo cerrado?— se le pregunta.

—Al principio, cuando los primeros muertos, los deudos nos culparon por el cierre. ‘Ustedes se creen dueños de la iglesia y del patrón, pero han de pasar por la cooperación’, nos amenazaban. Muchas familias aquí no quieren decir que su ser querido murió por coronavirus, les da pena, pero en el pueblo todo se sabe. La mayoría desea que su difunto se despida del patrón, pero no se les ha abierto la puerta. Por allá, lejos, se echa agua bendita a la caja y hay veces que ni bajan a los difuntos de la carroza, ya vienen enrollados como si fueran muebles o pan.

—¿Entonces el santo patrono ha estado guardado?

—No -responde de inmediato Rocío Rentería, también integrante de la mayordomía, mientras se limpia las lágrimas-. Hay personas que sí están muy dolidas, tienen necesidad de una oración y se les deja entrar, aunque sea una por una. No queda más que acercarse al señor, porque ha habido mucha desdicha. ¿Cómo no va uno a tristear? A cada rato le pedimos que ya se apacigüe la enfermedad…

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