Rebelándose contra el machismo que hay en la montaña de Guerrero, un grupo de mujeres indígenas mè´phàà creó un espacio libre de violencia de género donde buscan empoderarse económicamente; para lograrlo, realizan una campaña que les permita tener un sistema de captación de agua pluvial debido a la escasez que hay en su comunidad
En la montaña alta de Guerrero, un grupo de mujeres indígenas mè’pháá lucha contra una epidemia que supera a la de COVID-19 en esa región: la violencia de género. En la comunidad de Ayotoxtla, en el municipio de Zapotitlán Tablas, ellas se unieron y construyeron un espacio comunitario para romper con la violencia machista y empoderarse económicamente. Su colectiva llamada Tachi A´gú, que en mè´phàà significa “voz de las mujeres”, es un acto de rebeldía y valentía en una zona donde esta población suele ser silenciada e invisibilizada.
Llegar a Ayotoxtla y a los poblados aledaños es difícil porque en los caminos no hay pavimentación y sí innumerables curvas y hoyos. Es una de las regiones más marginadas y pobres de México.
Las viviendas tienen piso de tierra y fogones de leña; no hay agua, tampoco drenaje, ni acceso a la salud; no hay buena recepción telefónica ni de internet, la lengua materna es el mè’phàà y las labores agrícolas son la actividad principal.
Ahí, las mujeres son las más vulnerables. Desde niñas aprenden que su papel es secundario. Se casan y tienen hijos siendo adolescentes —algunas veces de manera forzada—; la mayoría aprende a hablar español en la infancia o en la adolescencia; y su rol es dedicarse al hogar y a las tareas del campo.
Un destino que las integrantes de la colectiva Tachi A´gú ya no están dispuestas a heredar a sus hijas.
Camino de lucha para Tachi A´gú
En Ayotoxtla, las y los habitantes dicen que no se han registrado casos de coronavirus; en cambio, las agresiones, los golpes, las humillaciones contra las mujeres e incluso los feminicidios ha sido un problema grave desde siempre.
Por ello, hace 10 años, un grupo de mujeres empezó su travesía para romper con el maltrato que históricamente han vivido de manera doble: por nacer mujeres y por ser indígenas.
“Vimos la necesidad de apoyarnos como mujeres porque los hombres no nos iban a apoyar y pues no había derechos para las mujeres aquí en la montaña y fue nuestra iniciativa para salir adelante”, dice Adriana Basilio, de 24 años e integrante de Tachi A´gú.
El camino no ha sido fácil. Llegaron a ser hasta 60 mujeres, durante un tiempo hicieron productos medicinales como shampoos y cremas para obtener dinero, pero la falta de ingresos, y las burlas y críticas que recibieron, provocaron que la mayoría abandonara el grupo.
Poco a poco han aprendido a alzar la voz, a ser reconocidas por sus familias y a saber que ellas pueden lograr lo que se propongan.
A finales del año pasado lograron abrir un restaurante llamado Tsíma, que quiere decir “felicidad” en mè´phàà; también dos cuartos de hostal y una tienda de artesanías donde venden productos elaborados por ellas mismas y por otras mujeres de la región.
Actualmente realizan una campaña de recaudación de fondos en donadora.org para obtener recursos y construir un sistema de captación de agua pluvial y una cisterna debido a la escasez que hay en la comunidad, ya que deben de acarrearla con ayuda de burros.
Incluso, uno de sus proyectos es cosechar y comercializar café, pero por la falta de agua muchas de las plantas que colocaron en meses pasados ya están marchitas.
Reivindicar sus derechos
Las mujeres de la colectiva han recibido a especialistas y tenido sesiones de terapia, donde han aprendido que tienen los mismos derechos que los hombres y que las situaciones que viven no son normales, sino que tienen un nombre: violencia y acoso, por ejemplo.
“Nosotras nos intimidamos y decimos que es nuestra culpa, por eso el hombre nos toca. Aquí trabajamos de todo y gracias a eso las mujeres de aquí y sus hijas han salido adelante. Aparte, yo siento que están felices y sus hijas están felices, pero hay todavía machismo”, dice Adriana.
Ella es la coordinadora del grupo. Es una excepción porque ha logrado llegar a la universidad donde estudia administración. Tiene una niña de dos años y lo que más desea es que su hija sea independiente y que tenga su propio dinero, así no tendrá que depender de ningún hombre.
“Aquí casi no hay profesionistas, muy pocas son las que estudian, porque hasta los papás intimidan a las hijas, que no estudien, porque si estudian nada más se irán a buscar al hombre.
“Aunque aquí las mujeres sí trabajan mucho: cosechan, siembran maíz, frijol y rabanitos. Yo siento que aquí las que más trabajan son las mujeres, porque si las mujeres no se mueven, los hombres tampoco”, explica.
Cambio de vida
En Tsíma, el espacio comunitario donde la colectiva Tachi A´gú ha creado un refugio contra la violencia machista, las mujeres se sienten seguras.
Actualmente, once mujeres participan de manera activa, repartiéndose las tareas del restaurante y de los dos cuartos de hostal que están ahí.
Alfreda, Adriana, Ranulfa y Juliana son algunas de las integrantes de la colectiva, entre los trabajos que realizan está hacer tortillas a mano, cocinar la comida que venden, acarrear agua, leña y servir los alimentos.
Cada semana, un grupo diferente de mujeres se rola los trabajos que desempeñan, porque también tienen que realizar otras actividades en sus hogares.
Por ejemplo, en el mes de marzo, se dedican a piscar, es decir, a recolectar el maíz que cosechan en el campo y luego a desgranar las mazorcas.
Pero los domingos es el día que se reúnen e intercambian comentarios de cómo les fue, cómo se sienten y en ocasiones hacen una comida para todas.