TECÁMAC.- En este aeropuerto no existen las aglomeraciones, las filas, los slots de cada minuto... ni la espera en los baños.
Las apenas siete operaciones de despegue y otras siete de arribo, hacen que en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), de Santa Lucía, impere la calma y hasta el aburrimiento en sus trabajadores.
"Aquí hoy la chamba se acaba a las 7 de la noche, luego del último vuelo de llegada", ironiza un elemento de la Guardia Nacional que se soba las rodillas de tanta espera a pie en un solo sitio, mientras engulle unos tacos que se trajo de casa.
Un día antes, la última operación aérea se reportó a las 18:30 horas, el vuelo 881 de Aeroméxico, procedente de Puerto Vallarta.
"Después de eso ya no hay nada, esto se convierte en gran museo", dice el uniformado, aunque asegura que la vigilancia continúa.
La "hora pico" en la zona de ventas, documentación de equipaje e ingreso a salas de última espera se presentó ayer entre las diez de la mañana y el mediodía, por la salida de cuatro de los siete vuelos programados en un rango de dos horas.
El de las 12:10 de Volaris a Cancún (que se demoró); el de las 12:30 de Viva Aerobús a Monterrey; el de las 13:00 horas de Aeroméxico a Puerto Vallarta, y el de las 13:12 de Volaris a Tijuana.
Sin embargo, esa mini aglomeración se evaporó en minutos. A decir de los propios federales, los vuelos iban "a medias".
En Santa Lucía, Aeroméxico tuvo abiertas dos ventanillas para la atención de usuarios, Viva Aerobús dos, Volaris tres y otro número igual para la empresa venezolana Conviasa, que ayer reportó el vuelo 3727 a Caracas, a las 16:00 horas.
Del 21 de marzo (cuando el aeropuerto inició operaciones) al 24 de mayo, a la terminal llegaron 211 venezolanos, en comparación con 12 españoles, 9 argentinos, 8 alemanes, 7 italianos, 6 portugueses y tres franceses.
En promedio, el AIFA registra a la semana cuatro vuelos a Venezuela. Sin embargo, ni ese mostrador presentó más de diez personas en sus filas.
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A la llegada a esta terminal mixta (civil-militar) de Santa Lucía, a dos meses de su entrada en operación, el pasajero encuentra un enorme lobby sin comercios y el ruido de taladros y martillazos por los últimos detalles de la obra aeroportuaria.
Aún con su gran extensión, este aeropuerto apenas cuenta, en la primera sala, con una cafetería, un comercio de pastes hidalguenses, un local para el intercambio de divisas, una farmacia y una "tienda" de refrescos y golosinas.
Por los pasillos anuncian su próxima apertura dos bancos, cadenas de comida rápida, restaurantes, tiendas de regalos y hasta de joyería. Sin embargo, hasta ahora unos 34 locales permanecen cerrados.
Cuando hay pasajeros, los únicos trabajadores que sudan la gota gorda son los empleados de Starbucks y de Kiko's. Los únicos con alimentos en el aeropuerto.
Los empleados de la terminal prefieren ir a la calle o esperar a que se cuele el señor de los tacos de canasta.
"Nosotros mandamos pedir, viene una señora en la mañana, nos da menú para comida corrida y ya cada quien elige", cuenta la encargada del módulo de información en la zona de llegadas.
Una oficial de la GN sugiere que lo mejor y más económico son las gorditas de chicharrón y las quesadillas, pero hay que ir por ellas a Tecámac, a tres estaciones de Mexibús.
También hay tres locales de taxis: Flex Shuttle -empresa de Quintana Roo y Yucatán-, Taxi Diber y Ataxaa, cuyos precios van entre los 650 y los 800 pesos para llevar a un usuario a la zona de Lindavista, cerca de La Villa.
Afuera, colectivos de las empresas ADO, Ebus y Caminante ofrecen otros servicios con costos entre 150 y 400 pesos a destinos como la Tapo, Observatorio, Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y Santa Fe, además del Mexibús. Pero no se van si no cuentan con al menos la mitad de las Van ocupadas.
En la zona de llegadas hay un local de la Fuerza Aérea que invita a los usuarios a ser parte de sus filas, no obstante, ayer en ocho horas nadie se acercó a ese stand.
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"La Secretaria de la Defensa Nacional construyó este complejo aeroportuario de clase mundial con las mejores prácticas internacionales, encabezando un gran equipo de organismos públicos y entes privados en un periodo de sólo 2 años 5 meses", se lee en la solitaria Zona C de vuelos domésticos.
La Zona D, para documentación de equipaje, está cerrada ante la falta de pasajeros. Sólo las zonas A y B presentan, por momentos, el paso de usuarios.
Hacia la izquierda se ubica el edificio de estacionamiento con más de 2 mil cajones, en su mayoría vacíos.
Los agentes de Migración charlan con sus vecinos de la Fiscalía General de la República y estiran los pies en la planta baja del edificio terminal. Aunque tienen cerca las oficinas de la Interpol, no hay funcionarios de esa agencia. En el cubículo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sólo se ven muebles envueltos en plástico.
"¿A dónde viaja?, se le preguntó a doña Julia Narváez, de 61 años de edad, quien acudió a este complejo con dos de sus hijos y nietos.
"No, no. No voy a volar, sólo vine a recorrer las instalaciones", contesta.
"No, no me tome foto, qué va a decir mi Presidente (AMLO), que no vine a volar", bromea.