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La ‘dignidad’ de Salinas Pliego

La categoría de un país también se mide por sus empresarios. Mancha la de México Salinas Pliego. Regalar un millón de pesos como el que echa maíz a las gallinas en un territorio donde los pobres también se cuentan por millones. Vaya idea. ¿Se le habrá ocurrido a él solito? Es una película de Buñuel, pero esta, mala. En tiempos del franquismo en España, los señoritos hacendados salían al balcón a tirar monedas a sus trabajadores esclavos cuando se celebraba un bautizo, por ejemplo. Y los ponían en fila con la gorra en una mano y la otra extendida para recibir su miserable salario, una limosna. Así parece esto. Ha hecho grandes a los políticos, tanto que los critica.

Si hay tantos pobres en México se debe, precisamente, a personajes como Salinas Pliego, que son tan espléndidos poniendo a un pobre en su mesa como miserables hurtándole a toda la población el dinero que les debe en impuestos. ¿Sería mucho pedir, ya que no cumple con su obligación de dar trigo al fisco, que deje de predicar? No en tiempos de redes sociales, por lo que se ve. Tienen, en todo caso, las redes sociales la virtud de presentar al individuo con todas sus vergüenzas. Así aparece, desnudo de cuerpo y alma. ¿Hay algo debajo de ese sombrero?

Una serie de HBO, Succession, ha triunfado en los Emmy recientemente. Muestra a una de esas familias que no podrán jamás gastar lo que tienen, tanto se corrompieron para ganarlo. Y ahí están, llenos de ira, rotos de desprecio paterno, humillados en su propia casa, mancillada su honra de seres humanos, eternos infelices. ¿Será así la familia de Salinas Pliego? ¿Cómo será vivir bajo la égida de una persona que manifiesta ese clasismo con aires de Nerón?

Hace unas horas, el empresario y banquero puso otro tuit. En este no regala dinero a quien alimente su ego. En este aleccionaba al mundo entero: “Hay que tener cuidado con todos aquellos personajes que odian el cambio y buscan mantenernos en el pasado…”, dice la frase. En las tiendas de don Ricardo, la gente más humilde hace fila para pagar cada semana la cuota que deben por la pequeña compra que hicieron. Ay del que no la pague. Eso es pasado. Lleva pasando demasiadas décadas en este país. Otra vez Buñuel. Futuro es contribuir como marca la ley al bienestar de un país, con impuestos, y tener clientes, no mendigos. Medirse con las personas de tú a tú, así sea en un banco como en una escuela. Ganarse el dinero con limpieza y trabajo, no explotando a los obreros. Dice el señorito que, de tres días trabajados, uno es para el Gobierno. Se equivoca, es para el progreso de un país, para que su gente pueda ir a las tiendas a comprar sin endeudarse por un electrodoméstico de tres al cuarto. Se llama contrato social.

Salió para pagar con lo que gané acá en el black jack… pero los muertos de hambre #Gobiernicolas y paleros #Comunistas en lugar de estar contentos porque les voy a dar de tragar unos años con esa lana, siguen llorando. ¿Ahora con que van a joder? Exijo que se ponga a dieta! https://t.co/KXfWZPXZd1
— Don Ricardo Salinas Pliego (@RicardoBSalinas) October 21, 2022

Hay otra película que viene a la mente, esta de Woody Allen. La realidad a veces es tan alucinante que solo el cine nos aterriza. Se titula Match Point y muestra a otra familia rica empeñada en decirle al mundo que sus hijos se ganan lo que tienen. Mentira. Todos entran en la empresa de papá cuando se cansan de pasear su estulticia juvenil por los paraísos terrenales. Y entran a los cargos directivos, con la mesa ya puesta. Y seguramente una idea clasista les corroe: lo mucho que trabajaron sus padres, sus tíos, para que ellos, la siguiente generación, disfruten parodiando a Rockefeller, subidos a lomos de miles de trabajadores. ¿Nacerá de ahí su aporofobia?

Pero en la película donde quizá Salinas Pliego pueda verse cuando tiene pesadillas es en el final de La gata sobre el tejado de Zinc, dirigida por Richard Brooks, antes obra de teatro de Tenessee Williams. Otra familia adinerada y podrida. El padre que levantó el imperio está muriéndose entre terribles dolores, refugiado de sus hijos y demás parentela, que se están repartiendo la fortuna antes de enterrarlo. Para no verlos, se ha metido en el trastero de la casa donde han ido arrumbando tesoros comprados en medio mundo a medida que se aburrían de ellos. Los mira con desdén y le confiesa al hijo, Paul Newman, que su época más feliz fue cuando iba de trotamundos con su padre, un menesteroso feliz. Cuando dormían bajo las estrellas y viajaban clandestinos en los trenes que los dejaban en cualquier parte.

Eso es ser rico y lo demás, hacer el ridículo.

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Nacional
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