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Un policía desarmado: la soledad de Genaro García Luna

 

Boceto del exsecretario de seguridad mexicano Genaro García Luna durante su juicio en Nueva York, el 17 de enero.

Boceto del exsecretario de seguridad mexicano Genaro García Luna durante su juicio en Nueva York, el 17 de enero.JANE ROSENBERG (REUTERS)

Genaro García Luna clavó la mirada en el vacío. Meditabundo, el exsecretario de Seguridad se llevó un bolígrafo a la boca y otras veces recargó la cabeza sobre su brazo derecho. Todo a su alrededor daba vueltas. La sala era como un carrusel que giraba en cámara rápida y del que no se podía bajar. Ahí estaba su esposa, sus abogados, los fiscales y los miembros del jurado. Del otro lado del pasillo, en una sala alterna, unos 20 reporteros observaban cada uno de sus movimientos y diseccionaban cualquier reacción. Bajo ese microscopio, el exfuncionario mexicano de más alto rango que ha pisado una corte en Estados Unidos se veía solo, vulnerable y, por momentos, desencajado. Afuera de la Corte de Brooklyn se hablaba de todo lo que estaba en juego, de las grandes implicaciones políticas de su juicio por narcotráfico, de todo lo que podía a salir a la luz de su pasado. Pero dentro del tribunal, el antiguo secretario de Seguridad era un policía desarmado.

García Luna sorprendió a propios y extraños al mostrarse sonriente el pasado martes, en el primer día del juicio. La Fiscalía de Nueva York lo acusa de tráfico de cocaína, delincuencia organizada y falsedad de declaraciones. Pese a todo, él parecía tranquilo. Saludaba a sus abogados con camaradería y no parecía inmutarse ante la cámara que grabó cada uno de sus gestos. En México se dijo que quizás estaba relajado porque tenía un as bajo la manga, algún material para embarrar a alguien más y llegar a un acuerdo para zafarse del problema con un castigo menor. César de Castro, su representante, lo negó de forma tajante y aseguró que el equipo legal estaba listo para defender su inocencia. Los fiscales aseguran tener más de un millón de documentos que lo incriminan y más de 70 testigos dispuestos a declarar. “No estamos interesados en ningún acuerdo a menos que ellos estén listos para retirar los cargos”, dijo De Castro, empeñado en mandar la señal de que, aunque se hable de una montaña de pruebas, las evidencias contra su cliente no son sólidas.

De a poco se fue poniendo más serio a lo largo de esta semana. Tenía otra vez el rostro endurecido, el ceño fruncido que lo ha caracterizado y el pelo más blanco de como se le recordaba. En el tribunal, el proceso judicial se estancó en la selección del jurado. Pero en otra oficina de la Corte, el juez Brian Cogan tenía que decidir sobre una serie de mociones presentadas por ambas partes. García Luna, por ejemplo, quería presentar una retahíla de condecoraciones y halagos públicos que le habían hecho sus antiguos socios en la Casa Blanca. El periodo más intenso de cooperación en Seguridad entre México y Estados Unidos fue durante el Gobierno de Felipe Calderón y el secretario tenía entonces comunicación permanente con Washington. Ahora quiere presentarse como un político avalado por los altos cargos estadounidenses y que pasó todos los controles de confianza que se le impusieron.

El juez lo frenó en seco bajo el argumento de que lo que pueda decir un político en un acto oficial o una ceremonia similar tiene poco o nulo valor probatorio en un tribunal. Sí le permitió elegir cinco imágenes de su álbum de fotografías con políticos destacados. La lista de las personas con las que se codeó incluye, entre otros, al expresidente Barack Obama, a los entonces candidatos presidenciales John McCain y Hillary Clinton, y a tres directores de la CIA. Cogan le dijo que si había algún funcionario retirado o en activo que estuviera dispuesto a hablar bien de él en el estrado, iba a permitir que el jurado escuchara el testimonio. Pero la posibilidad se antoja sumamente remota. Parece que en Washington nadie quiere tener nada que ver con García Luna.

El juicio ha causado revuelo en México, pero ha recibido muy poca atención en Estados Unidos. La Fiscalía ha sido muy cuidadosa y ha intentado no salpicar a ninguna agencia ni institución estadounidense en el proceso de demostrar el contubernio entre un alto cargo mexicano con el crimen organizado. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, puso de manifiesto este desequilibrio. “Me llama la atención esto, de que los abogados dicen que no se involucre a autoridades de Estados Unidos. ¿Por qué no?”, cuestionó.

El expresidente Calderón ha sido criticado por argumentar que nunca estuvo al tanto de ningún nexo de García Luna con los carteles, si es que hubo tal cosa, pero el argumento de los funcionarios estadounidenses es muy similar. “Ahora sí que nadie se enteró, nadie supo, hasta que de repente lo detienen y viene la acusación”, ironizó López Obrador. El asunto ha pasado prácticamente inadvertido y pocos medios estadounidenses han incidido en las implicaciones de este lado de la frontera, pese a que la guerra con el narcotráfico se libra en un territorio trasnacional.

La defensa ha identificado ese punto débil y es de esperarse que lo explote en las próximas semanas. La Fiscalía tiene como armas testimonios sobre sobornos millonarios, esquemas de corrupción, amenazas a la prensa y señalamientos que rayan en el sicariato. El principal desafío es que los jurados los consideren creíbles y que después de escuchar decenas de testimonios, los ciudadanos puedan asumir que los crímenes están comprobados. Por eso, los abogados de García Luna se centrarán en atacar su credibilidad. Se lee entrelíneas, pese a que todavía falta un tramo largo de estrategias legales, que no será tanto un “yo no lo hice”, sino un “quienes me acusan no son confiables”. La Fiscalía afirma, en cambio, que lo que es realmente inverosímil es que no haya hecho nada cuando hay tantos exfuncionarios corruptos, gente que trabajó para él y capos de la droga que lo apuntan con el dedo.

Será este lunes cuando dos versiones irreconciliables de los hechos se expondrán por primera vez ante los 12 miembros del jurado. García Luna llegará escoltado al ingresar a la sala y se pondrá sus lentes con aire nervioso. Se sentará con sus abogados, se someterá de nuevo al escrutinio público y seguirá el proceso con ayuda de la traducción antes de volver a la soledad y al destierro. El destino del jefe policial más polémico en la historia reciente de México está ahora en manos de sus viejos socios, sus enemigos y un jurado.

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