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Un superviviente del terremoto en Turquía: “El temblor iba creciendo y parecía que no se iba a acabar nunca”

 

Abdala es sirio y tan joven que ni recuerda su país natal. Tiene 13 años y su familia escapó hace 10 de Alepo. “Nuestra casa se ha caído. De verdad. Estábamos fuera y después del terremoto fuimos a ver cómo estaba y no quedaba nada. Pasé mucho miedo”, cuenta en el polideportivo de la localidad de Sanliurfa, en el sudeste de Turquía, decorado con imágenes del padre fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, y del presidente, Recep Tayyip Erdogan...

, así como banderas del país. Un centenar de personas pasan aquí la noche en colchonetas de gimnasia, cubiertas con mantas para combatir el temporal que asola la zona.

A unos metros, el turco Ahmet, de 23 años, describe el terremoto como “el terror más grande” que ha pasado en su vida. “Iba creciendo el temblor y parecía que no se iba a acabar nunca”, cuenta. Él se quedó paralizado sin saber qué hacer mientras llamaba a sus padres, que estaban en una habitación contigua. La casa ha resultado dañada, pero “no demasiado”. Unas cuantas grietas en la pared que impiden que regrese por si se viene abajo. “Lo peor, ahora, es la incertidumbre. El terremoto ya pasó, pero, ¿y ahora? ¿Cuándo volveré a casa?”, sentencia.

Otro refugiado de Alepo, Mohamed Mohamed, de 28 años, cuenta que no sintió miedo durante los dos minutos en los que percibió el primer seísmo, pese a que ―asegura― es peor que los bombardeos que vivió en su ciudad natal. “Esto es inesperado. Cuando empieza a temblar te pilla por sorpresa, sucede de repente. A los bombardeos te acabas acostumbrando y en cierto modo los esperas porque oyes llegar a los aviones”, rememora mientras bebe café frío y carga el móvil en uno de los únicos cinco enchufes que funcionan del recinto. Asegura que regresó a su casa, en el barrio de Bahcelievler, tras el primer temblor, pero una de las réplicas casi le tira encima la caja fuerte. “Cogí las gafas, el tabaco, las llaves y me fui”, resume. Un amigo turco le dijo que las autoridades habían habilitado el polideportivo para los afectados, regresó a por algunas cosas más y se dirigió hacia allá. “Mi casa sigue en pie, pero el edificio y el que está al lado se pueden caer en cualquier momento. Han quedado muy mal”, señala.

Mohamed lleva 10 años en Turquía, pero apenas cuatro meses en Sanliurfa. “Vivía en Estambul y me planteaba volver a mi país. Estoy solo aquí, toda mi familia se quedó porque no querían dejar su tierra. Pero un amigo me convenció de venir a Sanliurfa. Me dijo que hay trabajo para nosotros [los refugiados]”, señala. Tras el seísmo, ha desechado la idea: “Ahora tiene aún más sentido quedarse aquí porque todo el mundo está mandando ayuda y en nuestro país se la va a quedar todo el régimen”. A su lado, Walid Hassa, también sirio y de 21 años, tercia: “Aquí algunos no vienen a resguardarse porque no saben que está abierto o porque no deja de ser un edificio y les da miedo todo lo que tenga un techo que se pueda caer. En Siria ahora la gente muere por la guerra y por el terremoto”.

El número de víctimas de los dos potentes terremotos que el lunes golpearon Turquía y Siria ―así como de sus réplicas, que aún perduran aunque con menor intensidad― no deja de crecer. Los muertos superan ya los 9.400 y los heridos los 42.000. Y todo apunta a que estas cifras van a seguir aumentando en los próximos días. Turquía, que ya ha informado de 6.957 muertes y del hundimiento de más de 5.000 edificios, ha decretado el estado de emergencia durante un mínimo de tres meses en las 10 provincias más afectadas, todas en el sudeste del país, según anunció el martes el presidente Erdogan. En Siria, inmersa en una guerra civil desde hace más de una década, los datos no son mejores: los fallecidos suman 1.250 en la zona controlada por el Gobierno de Damasco; y 1.280 en las zonas controladas por los rebeldes enfrentados a Bachar el Asad.

En una calle cercana al polideportivo, dos grúas y una multitud de curiosos dominan ante un solar con escombros. Aquí, en la ciudad de Sanliurfa, no es, sin embargo, donde el seísmo ha hecho sus peores estragos. Los edificios de los alrededores no parecen dañados en el exterior. Son, por lo general, casas de nueva construcción, a diferencia de las del centro, las que más han sufrido la embestida de la tierra. Allí, cientos de edificios han resultado dañados, según las autoridades. Una de las réplicas derribó un inmueble de ocho plantas, según captó una grabación. Se estima que murieron cinco personas y siguen enterradas bajo los escombros porque la debilidad del edificio contiguo impide hacer la búsqueda de manera segura.

Sanliurfa está a 170 kilómetros al este de Pazarcik, en la provincia de Kahramanmaras, el epicentro del primero seísmo (de magnitud 7,8) de los dos que han cambiado radicalmente esta ciudad. La provincia homónima es una de las 10 zonas en las que Erdogan ha declarado el estado de emergencia.

El ánimo alicaído de los locales y la falta de vida en las calles contrasta con el mensaje de un cartel publicitario a la entrada: “El terruño es ahora algo más especial”. En un aparcamiento al aire libre, cinco grupos de unos 10 hombres se calientan en una hoguera en un bidón. Son una excepción. La mayoría de quienes necesitan ayuda se encuentran en los centros habilitados por las autoridades.

Con temperaturas bajo cero y un fuerte temporal de invierno, los trabajos de rescate se están desarrollando en medio de temblores que no cesan. Ya ha habido más de 300 réplicas, según la agencia de gestión de emergencias de Turquía (AFAD). Este martes, a las 10.11 hora local de Turquía (8.11 en la España peninsular), la zona se vio sacudida por un nuevo terremoto, de magnitud 5,4 en la escala de Richter, con epicentro a 10 kilómetros de profundidad.

Las primeras 48-72 horas de trabajo son cruciales para hallar supervivientes; después, las probabilidades de que quienes han quedado atrapados permanezcan con vida se reducen considerablemente, más aún teniendo en cuenta que, durante la noche, muchas de las provincias afectadas han registrado temperaturas bajo cero, lluvia o nieve. Según el vicepresidente turco, Fuat Oktay, cerca de 8.000 personas han sido rescatadas ya de entre los escombros.

Ankara ha desplegado casi 25.000 efectivos. A ellos se ha sumado un retén internacional en el que ya participan 19 países europeos —17 de ellos de la Unión Europea, España entre ellos—, que ha movilizado a 1.155 rescatistas y 72 perros especializados en ambos países. La UE ha desplegado 25 equipos de rescate y dos de emergencias médicas a través del Mecanismo de Protección Civil, ha confirmado el comisario de Gestión de Crisis, Janez Lenarcic.

Es una tarea pesada y delicada, que exige del esfuerzo de decenas de personas y que se ve obstaculizada por las continuas réplicas. En la ciudad de Kahramanmaras, en torno a las cinco de la mañana hora local (dos horas menos en la España peninsular), los equipos de emergencias lograron rescatar con vida al joven Can. Lo habían localizado horas antes, pero este adolescente de 14 años había quedado atrapado por los bloques de cemento y vigas de varios pisos que se le vinieron encima, según mostró la cadena CNN-Türk. Finalmente, tras cuatro horas de trabajo, pudo ser extraído del esqueleto del edificio y trasladado a un hospital sin heridas de demasiada gravedad.

Pero también ha habido denuncias de localidades afectadas a las que no ha llegado la ayuda, especialmente en la provincia turca de Hatay, situada entre la costa mediterránea y la frontera siria. Solo en esa región, más de 1.200 edificios han quedado destruidos. Hasta allí se han trasladado más de 9.000 soldados y 12.000 voluntarios para ayudar en la búsqueda de supervivientes, según han explicado las autoridades turcas. A pesar de ello, en vídeos publicados en las redes sociales, vecinos de la zona pedían a las autoridades el envío de equipos especializados porque, sin maquinaria, no pueden liberar a las personas atrapadas.

Alejandreta, con 1,6 millones de habitantes, es una de las urbes de Hatay. Los equipos de rescate y los supervivientes desescombraban este martes restos de edificios en esa ciudad turca en busca de señales de vida. Gran parte de la urbe portuaria ha quedado en ruinas. En las inmediaciones de lo que hace dos días era un hospital, uno de los médicos que había sobrevivido al desastre contaba que le había resultado muy difícil volver a lo que una vez fue su lugar de trabajo: “Estoy devastado, veo cuerpos por todas partes. Aunque estoy acostumbrado a ver cadáveres, esto es muy difícil para mí”, aseguraba a la agencia Reuters. Kerim Sahin, un taxista que colaboraba en las tareas de rescate, contaba que buscaba a un amigo en el hospital: “Un médico ha dicho que hay unas 15 personas aquí, incluidos pacientes. Por el momento, todos están atrapados. Nadie puede entrar al edificio”.

Una sensación similar de impotencia invade a Sara Islán, profesora española que lleva viviendo una década en Turquía, en Sanliurfa, y pasa ahora unos días en Madrid. “Si la ayuda no llega a los que están bajo los escombros, imagina a los que se están resguardando en coches, o sin agua potable o sin comida. Ayer, mis amigos solo encontraron agua y galletas. No hay ni pan. Dan una sopita por niño. Y hace muchísimo frío”, explica Islán, informa Ángeles Lucas.

El Gobierno turco, a través de la agencia de gestión de desastres y emergencias del país, ha puesto a disposición de los residentes una aplicación para que indiquen la ubicación de personas que han quedado atrapadas bajo los escombros. “No dan abasto”, dice, angustiada, Islán.

“La inmensa mayoría de los edificios [de Sanliurfa] son muy antiguos y están construidos con materiales deficientes; hay muchos que están hechos polvo”, ilustra. El marido de Islán es un ingeniero civil turco, nacido en esta localidad, que asegura que antes apenas había normativa antisísmica. “Pero se implantó una en 2007 y otra aún más dura en 2019. Y previsiblemente estas edificaciones están resistiendo mejor. Están teniendo problemas más superficiales”, asegura Islán, que dice que los técnicos locales estudian implantar la medida de marcar con cruces verdes los edificios en los que se puede entrar, amarillas en los que hay que tener cuidado, y rojo de acceso prohibido.

Mehmet, de 25 años, vuela a su ciudad natal, Sanliurfa, una de las afectadas por el terremoto, a "dar un abrazo" a su madre y sus hermanos. "Todos están bien, gracias a Dios. Pero voy a estar con ellos y a ayudar en lo que pueda", cuenta. A Mehmet la noticia le pilló en Bursa, la ciudad cercana a Estambul en la que trabaja y no ha encontrado billete hasta este martes a Sanliurfa. "Es muy triste que pase algo así en tu país, más aún en tu ciudad", resume.

Los vuelos internos a las provincias afectadas en el sur del país van sin asientos vacíos desde el terremoto. El temporal invernal (este martes nieva y la sensación térmica de madrugada era de seis grados bajo cero) ha generado cancelaciones y algunos aeropuertos de la zona se han visto afectados por el seísmo o están parcialmente reservados a los vuelos de ayuda humanitaria, según ha señalado este martes el presidente turco. Recep Tayyip Erdogan ha pedido que "nadie viaje a las zonas del terremoto a menos que sea necesario, que no se utilicen las carreteras que van a la zona y que solo se llame por teléfono en casos de urgencia". "Estamos teniendo dificultades para llevar materiales de ayuda y equipos de rescate a algunas zonas debido a las duras condiciones invernales", ha agregado.

Pese al llamamiento del presidente, las plazas para viajeros regulares que quedan desde Estambul hacia aeropuertos de la zona, como Adana, Sanlıurfa o Gaziantep, son rápidamente ocupadas, generalmente por familiares de los afectados, que regresan a apoyarlos. "Bastante gente llega sin billete, pidiendo lo primero que salga, porque tienen familia allí", explican en una pequeña agencia de viajes en el aeropuerto de Sabiha Gökçen, en Estambul.

Tanto allí como en el principal aeropuerto de la ciudad, el Internacional, hay colas frente a las ventanillas de venta de billetes de las aerolíneas. También se ven equipos de búsqueda y rescate con el uniforme. En los mostradores y en las puertas de embarque, los rostros reflejan preocupación, con llantos y llamadas ante los frecuentes retrasos y cancelaciones. Algunos se refugian en consultar las redes sociales desde sus teléfonos, bien para seguir las noticias sobre la tragedia, bien para todo lo contrario: abstraerse.

El vuelo de Myriam Sedkati hacia Adana, otra de las áreas más afectadas y puerto de entrada a la ayuda humanitaria, no sale hasta dentro de cuatro horas, pero ya espera sentada frente a la puerta de embarque en el aeropuerto de Sabiha Gökçen. Es marroquí, pero está casada con un turcochipriota originario de Adana. Ambos viven en la isla. A ella el terremoto le sorprendió en su ciudad natal, Meknès. "Lo vi en la televisión y pensé: necesito ir", explica. Se desplazó hasta Casablanca para tomar el primer vuelo a Turquía con la intención de apoyar a su familia política. "Están asustados de que haya una réplica. Voy a decirles: 'que Dios os proteja', que sientan cariño, humanidad. Son humanos y los humanos a veces necesitamos que alguien nos diga que todo va a ir bien y que esto quedará atrás", dice Sedkati, de 33 años, tras mostrar un vídeo de la casa de sus suegros con cascotes en la cocina, grietas en la pared, cables colgando y ventanas rotas.

En las zonas afectadas algunos ven la situación de otra manera. Ayse, por ejemplo, recibió un mensaje de su tío desde Antioquía: "Chicos, no vengáis, no tiene sentido. No hay donde alojarse, no hay hoteles, ni supermercados, ni gasolina. Yo estoy en casa de Ahmet, en el pueblo, que se mantiene en pie de alguna manera. Pero mañana echaré una tienda para dormir fuera".

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