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Los estragos del desabasto de opioides médicos: “Quiero darle a mi hijo una infancia mejor que la mía, pero sin la metadona es muy difícil”

 

A Enrique Salazar, de 30 años, se le está escapando la vida entre las manos desde que se le acabaron las reservas de metadona. Eso fue hace dos meses, y desde entonces los dolores que tiene por todo el cuerpo le han obligado a dejar su departamento, volver a casa de su madre y parar su trabajo. Además, la relación con su mujer no ha dejado de empeorar y ha tenido que pedir prestado para que su hijo, de siete años, siga sus clases de aikido, un arte marcial japonés. “Quiero darle una infancia mejor que la que tuve yo, que vea que me preocupo por él”, explica un martes en Ciudad de México, “pero sin la metadona es cada vez es más difícil”. La escasez del medicamento le ha llevado a consumir heroína otra vez. Cinco veces en estos dos meses.

Salazar no es el único que sufre las carencias. Una serie de 80 organizaciones de ayuda a adictos a la heroína y especialistas firmaron este miércoles una carta exigiendo al Gobierno federal atender el desabasto de metadona. “Debido al desabasto, se ha visto el incremento de conductas delictivas en los últimos tres meses en la frontera norte del país, así como el aumento de muertes por sobredosis a causa del fentanilo”, dice la carta que enviaron al presidente, Andrés Manuel López Obrador.

La Comisión Federal para la Protección del Consumidor (Cofepris), en noviembre del 2022, frenó la actividad de las fábricas de Psicofarma, el principal productor de opioides (morfina, buprenorfina, oxicodona, metadona) y psicofármacos. Se justificaron diciendo que, tras una inspección a las plantas, habían encontrado malas prácticas en el proceso de fabricación: contaminación cruzada, envasado sin técnica de esterilidad y almacenamiento de materia prima en áreas contaminadas. La producción sigue parada.

—¿Tú tienes calor?— pregunta Salazar mientras pasea en medio de uno de esos días de casi 28 grados en la Ciudad de México.

—Sí, mucho.

—Pues yo tengo frío. Pero vamos a seguir caminando, que me está sentando bien.

Antes, salía cada día a las calles de la capital y vendía pulque y mazapanes preparados por él mismo. “Me iba bien, sobre todo el pulque, podía llegar a sacar 1.000 pesos en un buen día”, cuenta. Llevaba seis años sin consumir heroína y estaba cerca de terminar el tratamiento de metadona, apenas tomaba un cuarto de tableta por la mañana y otro por la noche. “Pero desde que deje la metadona me duele todo, las piernas, brazos, espalda, tengo moquillos todo el día”, dice mientras se suena la nariz una vez más. Por la noche no puede dormir, tiene etapas de abstinencia que le dejan dolorido y vomitando en el baño. Hasta que un día no lo soportó más y volvió a consumir. Ya ha fumado heroína cinco veces. “Volví a entrar en lugares donde uno ya no quiere entrar. Es asqueroso, fumo heroína y me entran ataques de pánico, el viaje no me sienta nada bien”, explica.

—¿Y no hay forma de conseguir la metadona, aunque sea clandestinamente?

—No, ya lo intentamos. Teníamos un contacto en Puebla que vendía metadona, pero fuimos a verla y dice que ya no queda nada, que hasta que termine el desabasto.

La crisis de metadona es una gota en el mar de carencias de psicofármacos y opioides que sufre México. Elías Téllez, paciente con depresión y ansiedad que se ha quedado sin la amitriptilina que le permitía tener una vida normal, empezó una recogida de firmas en internet más de 32.000. El otro día las presentaron en la Secretaría de Salud para exigir una solución al problema. La iniciativa contó con el apoyo de Cero Desabasto, una organización que ha estado en el centro de la discusión política por las cifras que han publicado, obtenidas del propio sistema de salud mexicano, sobre desabasto y recetas sin surtir en los últimos años. El mismo Gobierno admitió que en 2022 dejó de surtir casi 11 millones de recetas médicas, un 4,5% del total.

La consecuencia, cuenta Téllez en un café frente a la Alameda Central, son decenas de historias de personas —”las que se han atrevido a hablar”, dice— que han perdido su trabajo porque no tienen el medicamento que les mantiene estable. “También hay familias, el otro día vino una madre a la manifestación que hicimos frente a la Secretaría de Salud, tenía un corte muy feo en el antebrazo. Me contó que ya no encontraban la medicina para su hijo esquizofrénico y la había atacado”, cuenta este maestro titiritero. Después de años probando medicinas, Téllez encontró la amitriptilina, que le regulaba su trastorno sin causarle ningún efecto secundario. Ahora le quedan pastillas para diez días porque una mujer le regaló unas que le sobraban de su padre. “Pero después de esto no sé qué voy a hacer”, dice.

—La gente está buscando por todas partes. Si hace falta se van hasta otro Estado si se enteran de que allí pueden quedar unas cajas de la medicina que necesitan para ellos o para algún familiar.

—¿No queda en ninguna parte?

—No, ni siquiera de forma ilegal. El otro día me fui a los tianguis a buscar y tampoco quedaban.

Cuando la Cofepris realizó la inspección y clausuró las fábricas de Psicofarma, los pacientes de México que dependían de sus fármacos se quedaron en un limbo, sin saber qué hacer, mientras el silencio de la empresa y del órgano regulador les ponía más y más nerviosos. Salazar, como otros pacientes consultados por este periódico, todavía no dejan de preguntarse: “¿Cómo es posible que cierren las fábricas sin alternativa?”. La Cofepris ha asegurado que está aprobando medicamentos a una velocidad sin precedentes, pero los pacientes siguen, después de cinco meses de desabastecimiento, sin ver los resultados de esas decisiones. También han propuesto a Psicofarma una “ruta regulatoria para solventar las irregularidades en la fabricación”, dicen en el comunicado al que han remitido a este periódico.

—El otro día— cuenta Salazar mientras caminas entre los árboles del Parque de los Venados, al sur de Ciudad de México— a raíz de la batalla que estamos dando en los medios, una amiga me llamó y me dijo que tenía la metadona sobrante de su padre, que ya falleció, y que a lo mejor me la podía dar. Te juro que cuando me dijo eso me dejó de doler el cuerpo, aunque solo fuera por un instante.

En otro momento, mientras conducía su coche de vuelta a casa, contaba frustrado lo que el desabasto ha supuesto para su familia, de la que cada día un poco más. “A veces mi hijo me dice de jugar, pero no puedo, no puedo, me canso al poco rato de estar jugando con él y es triste hermano, es muy triste”, sentencia mientras apoya la cabeza en la venta del conductor. Luego hace una mueca de dolor y empiezan a temblarle las manos. “Perdona, es que a veces me dan calambres muy fuertes en el estómago”.

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