En las efervescentes calles de Seúl —a ritmo de K-Pop, entre puestos de comida (K-Food), y centros de K-Beauty (cosmética coreana)—, algunos locales evidencian que en Corea del Sur se trabaja a destajo. Establecimientos en los que poder echar una horita de siesta; clínicas especializadas en problemas de sueño o cafés abiertos las 24 horas del día son algunos ejemplos. “Somos una sociedad un poco adicta al café”, bromea Park Mijin, de 37 años, mientras espera un cortado en Seoulism, una de las cafeterías más instagrameables de Seúl. Es jueves y rozan las diez de la noche. “Los coreanos nos caracterizamos por hacer las cosas con ritmo”, prosigue esta guía sociocultural. “Es lo que llamamos ppalli ppalli”, agrega. Con una amplia sonrisa, inicia la explicación del concepto: “Ppalli ppalli define el ritmo rápido al que se mueve nuestra sociedad. Y tiene su origen en los años sesenta”, cuenta en referencia al denominado Milagro del río Han: la industrialización y el desarrollo de Corea del Sur a mediados del siglo pasado.
Si en 1953, tras la guerra de Corea, el país era uno de los más pobres del planeta, siete décadas después, con 51,8 millones de habitantes, es la 13ª economía del mundo por PIB, según el Fondo Monetario Internacional. Tres puestos por delante de España. El ppalli ppalli quedó vinculado no solo a esa historia de crecimiento, sino casi a la fundación del país. Parecía que no admitía cuestión. Hasta ahora.
En marzo, una serie de manifestaciones recorrieron Corea del Sur. Fueron especialmente intensas en Seúl, ciudad metropolitana que acoge a 20 millones de personas, y Busán, al sur, en la costa. Juntas suman más de la mitad de la población. Esas protestas, con una afluencia notable de gente joven, mileniales y generación Z, habían surgido al calor del rechazo a la reforma laboral del Gobierno, comandado por el conservador Yoon Suk-yeol, del Partido del Poder Popular (PPP).
El Ejecutivo había planteado una nueva norma para ofrecer a las empresas “una solución a las dificultades para cumplir con los plazos estipulados”. Esa solución pasaba por aumentar las horas de trabajo semanales hasta las 69, del máximo de 52 actuales. A cambio, el plan gubernamental, que contaba con el beneplácito de los empresarios, ofrecía o bien cobrarlas, o bien poder concentrar esas horas extra en otro momento del año y disfrutar de mayores periodos de vacaciones. Casi una irrealidad en un país donde, en 2020, solo 4 de cada 10 trabajadores de compañías surcoreanas pudieron disfrutar de la totalidad de sus días libres, según el Ministerio de Trabajo del país asiático, que EL PAÍS visita invitado por Exteriores.
“[La norma] Haría legal trabajar desde las nueve de la mañana hasta la medianoche durante cinco días seguidos. No hay ninguna consideración con la salud de los empleados ni tampoco con su descanso”, se unió a la crítica la Confederación de Sindicatos de Corea (CSC). “Mientras los hombres trabajarían largas jornadas, exentos de los cuidados, las mujeres estarían abocadas a realizarlos”, denunció la Unión de Asociaciones Feministas Coreanas (KWAU, por sus siglas en inglés). Ante el empuje y la fuerza de la protesta, el Ejecutivo paró la normativa y se abrió a “reconsiderarla”. Además, afirmó que debería buscar cómo comunicarse mejor con la ciudadanía, “especialmente con las generaciones Z y milenial”, según afirmó el secretario de prensa del Gobierno conservador.
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“Yo no me fío. Me temo que van a intentar aprobar de nuevo la reforma”, vaticina Lee Yo, periodista de 31 años. Habla desde un bar, cerca del bullente barrio capitalino de Itaewon. Viene de una cena de empresa que había organizado su jefe y a la que ha ido “por obligación”. Describe la costumbre como trasnochada: “¿En España también lo hacéis?”.
La periodista considera que las protestas contra la reforma laboral han conseguido un éxito inaudito, pero añade que el presidente tiene margen y mandato por delante; las próximas elecciones serán en 2027. Lee también ve que en este conflicto subyace un choque generacional: “A mi padre no le parece tan mal la reforma”. Y una ruptura con esa cultura del ppalli ppalli. “Agradecemos mucho a las generaciones anteriores lo que han hecho. Han construido nuestro país a base de mucho esfuerzo. Pero nosotros no queremos vivir así”, agrega.
En 2021, los surcoreanos trabajaron una media de 1.915 horas, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Son 199 horas más que la media de países que estudia el organismo; y el quinto que más horas dedica a las empresas. Los alemanes, por ejemplo, ese año trabajaron una media de 1.349 horas; los españoles, 1.641. Además, la falta de tiempo angustia a más de la mitad de los surcoreanos (54,4%), según la encuesta de Uso del tiempo de 2019, que el Gobierno surcoreano elabora cada cinco años entrevistando a unas 30.000 personas. El 52,2% de estas clamaba también por una reducción de las horas dedicadas al trabajo.
Actualmente, la jornada laboral en el país asiático no puede superar las 52 horas semanales: 40 rutinarias más 12 extraordinarias. Así lo estableció en 2018 una norma del Gobierno, dirigido entonces por Partido Democrático, de centroizquierda. “Antes [de esa norma], el presentismo era mucho más fuerte”, recuerda la señora Park: “No te podías mover de la silla hasta que tus superiores se marchaban”. La nueva ley vino acompañada de inspecciones a las empresas y ojo avizor ante los incumplimientos.
Conciliación imposible
“Fue un avance que ahora hemos visto peligrar”, resume la periodista Lee. “Ahora intentarán ir a por las 60 horas”, añade. Pero lamenta que si se trabaja tanto es “muy difícil” tener una familia. No tiene hijos; no se lo plantea ahora mismo. Como ella, muchas surcoreanas concluyen que no pueden conciliar familia y profesión. Y acaban renunciando a la maternidad. La tasa de fertilidad de Corea del Sur es la más baja del mundo: en 2022 fue de 0,78. La natalidad cae desde hace ocho años y en 2020 el país registró por primera vez más muertes que nacimientos. El año pasado, hubo 249.000 alumbramientos y 372.800 defunciones.
“Las generaciones de coreanos jóvenes tienen razones para no formar una familia, como los abrumadores costes de criar a los hijos, los precios prohibitivos de las viviendas, las pésimas perspectivas laborales y unos horarios de trabajo extenuantes”, resume Hawon Jung, autora de Flowers of Fire: The Inside Story of South Korea’s Feminist Movement. La activista y escritora incide en su ensayo en que “son las mujeres las que, en especial, se han cansado de las expectativas imposibles que esta sociedad tradicionalista tiene puestas en las madres. Así que están renunciando”.
En su rechazo a la normativa laboral, los jóvenes han argumentado riesgos para su salud ―relacionándola con las altas tasas de suicidio del país, el estrés o la gwarosa, término coreano que define la muerte por exceso de carga de trabajo―, así como un efecto nocivo en la tasa de natalidad. El Gobierno, por su parte, ha intentado aislar el problema de su propuesta. “El vínculo entre la reforma de la jornada laboral y las bajas tasas de natalidad adolece de justificación lógica”, publicó en Twitter el ministro de Trabajo de Corea del Sur, Lee Jung-sik.
Entre los planes de Jeong Dong, de 26 años, tampoco está el de tener hijos. Llega al centro de Seúl con un pequeño coche, eléctrico, biplaza. “Es nuevo, de fabricación española. Lo acabo de cambiar porque así ahorro. Ahora solo me gasto unos cinco euros al mes”, cuenta orgulloso de su vehículo. Ha formado parte de las protestas y dice estar dispuesto a salir a la calle de nuevo. Ahora está prestando el servicio militar. Hace labores de oficina, no de campo. “He tenido suerte”, explica, “me lesioné jugando al fútbol y me eximieron de la instrucción”. Puede compaginar la mili con otro empleo y por ello se considera “afortunado”: “Así ahorro un poco”, dice. Reside con sus padres, pero quiere viajar a Europa. “En Corea el trabajo es muy estresante y vivir, muy caro”.
Muchos surcoreanos comparten la opinión del joven. El Instituto Coreano para la Salud y los Asuntos Sociales (KIihasa) investigó en otoño del año pasado sobre el equilibrio en la sociedad surcoreana entre la vida personal y laboral. Para ello, realizaron entrevistas a 22.000 ciudadanos. Preguntados sobre cuántas horas querrían trabajar, de media respondieron que 36,7 a la semana. Al analizar los datos, una de las conclusiones del estudio afirmaba que las generaciones mayores toleraban jornadas más largas. Y confirmaba que “cuanto más jóvenes, menos tiempo quieren dedicar al trabajo”. Son menos adeptos del ppalli ppalli.