Pasadas las elecciones del Estado de México y Coahuila, el ambiente electoral no se disipa. La vida política se concentra ahora en candidatos o “coordinadores”, aspirantes, encuestas y recursos al INE por una campaña anticipada a los plazos que marca la ley electoral y que Morena está monopolizando. Difícil separar la gobernanza del horizonte cada vez más cercano de los comicios de 2024, máxime cuando el presidente parece llevar las riendas del proceso. A esta atmósfera de competición partidista se suman los cambios en el Gabinete tras la salida de dos de los secretarios más poderosos, el de Exteriores, Marcelo Ebrard, y el de Gobernación, Adán Augusto López, por no hablar de otras figuras secundarias que obligarán a nuevas sustituciones. Con este baile de fichas cabe pensar que el Gobierno pasará estos últimos meses moviéndose bajo la inercia de un mandato que ya rodó. La gobernabilidad no está en riesgo, pero pocos esperan reformas de gran calado en lo que queda de sexenio.
“El sexenio, en términos de proyectos de Gobierno y grandes cambios legislativos, ya concluyó”, asevera Khemvirg Puente, analista y profesor de Ciencias Políticas en la UNAM. “Ahora tocará administrar y tratar de concluir lo prometido, pero no espero grandes cambios en la actividad parlamentaria”, dice. Puente no cree que se den ya condiciones para abordar una nueva agenda de reformas, máxime teniendo en cuenta que, en las semanas que siguen, muchos legisladores solicitarán licencias para concurrir a los comicios de junio de 2024, lo que debilitará, según el especialista, la posibilidad de seguir con cambios profundos. “Creo que el presidente está siendo muy optimista respecto a lo que la realidad le va a otorgar en el Congreso”, afirma.
Andrés Manuel López Obrador es consciente de que el final del sexenio no ha mermado en nada su popularidad ni su poder. Tiene un gobierno propio, sin coaliciones con otros partidos, casi todos los Estados son morenistas y mantiene la mayoría en las dos Cámaras, aunque no sea suficiente. “Controla las principales fuentes de poder”, resume Puente. Pero advierte de las tensiones que presidirán este final de etapa política entre los legisladores de unos y otros partidos, que se postularán por distintos candidatos. “Será difícil impulsar agendas de calado”.
Las últimas semanas han sido agrias para los proyectos más importantes de López Obrador, que ha visto cómo la Suprema Corte frenaba la posibilidad de implantar las reformas secundarias a la ley electoral, por ejemplo; o el mando militar de la Guardia Nacional. Está pendiente también el paquete legislativo que se aprobó en el llamado viernes negro, donde entraron por vía rápida numerosas medidas que pueden, de nuevo, chocar con la inconstitucionalidad, como la Ley de Ciencia y Tecnología, que aúna amplio rechazo en el sector. El presidente, sin embargo, no se arredra: ha prometido impulsar de nuevo la reforma electoral y los cambios en la Guardia Nacional en 2024, para lo que ha pedido a los electores que les otorguen en las urnas mayorías suficientes para cambiar la Constitución. Pero el tiempo se acorta.
En junio del año que viene serán las elecciones y el 30 de septiembre, el último día de mandato del presidente. No parece que haya mucho margen, aunque obtuviera nuevas mayorías en el Congreso, algo que está por verse. Una cosa es la presidencia y otra las Cámaras, tal y como ocurre ahora. El 6 de junio, México vuelve a las urnas con un récord en las cifras: el padrón podría alcanzar la posibilidad de voto para 98 millones de personas y se renovarán más de 20.000 cargos, según datos el INE. Nueve gubernaturas acudirán también a esa cita.
“Estaremos en piloto automático” estos meses, sostiene Salvador Mora Velázquez, experto en Procesos Electorales de la UNAM. Recuerda que el cambio de sexenio marca en México de forma significativa la actividad de los presidentes. “Hacia mediados de abril o mayo ya tendrá [López Obrador] que ir cediendo la capacidad de dirección del país y empezar la transición. No hay presidente que se haya propuesto políticas de gran calado que no estén alineadas con los planes de su sustituto, salvo que asuma que se configure un proyecto transexenial en el que él sea un factor clave”, dice Mora Velázquez. Pero no cree en esa posibilidad, sino en la estabilidad que ha ido proporcionando un gobierno al anterior. “Incluso al final del mandato de Peña Nieto, [un electo] López Obrador ya intervino en los Presupuestos”, afirma. Y en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TMEC) con Estados Unidos y Canadá, por buscar otro ejemplo. “Se trata de la responsabilidad de la transición”, sigue Puente. “Peña Nieto hasta toleró la consulta sobre el nuevo aeropuerto que se construía en Texcoco”.
La perseverancia de López Obrador, sin embargo, y lo que hoy se atisba como una más que probable sucesión de un morenista en la presidencia, podrían dar alas al Gobierno para nuevos impulsos legislativos en el quinto y el sexto año. Así lo ve María Eugenia Valdés Vega. Experta en Procesos Políticos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM Iztapalapa), Valdés Vega explica que el quinto año de sexenio siempre disminuye mucho la actividad política, algo que ocurre desde el fin del régimen priista, sobre todo cuando ya se conoce al sucesor. “Pero López Obrador no llega a esta etapa como un pato cojo”, tal y como se denomina en Estados Unidos al presidente cuando ya se ha elegido al sucesor, “sino que mantiene todo su poder. Lo demuestra en las mañaneras, peleándose con todo el mundo, como al principio”, sostiene esta analista. “Así que no, no creo que estemos ante un Gobierno que se mueva por inercia, hay todo un proyecto donde va a seguir trabajando mucho. Además, se queda con una parte sustancial del gabinete. Y, por otro lado, el reemplazo de Ebrard por Alicia Bárcena ha sido una jugada excelente”, opina Valdés Vega. “Si hasta subió en las encuestas el presidente. No se ha desgastado. Hay mucho poder todavía”.