La suerte del presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Kevin McCarthy, no tardó mucho en quedar echada. Sus compañeros votaron este martes destituirlo como tercera autoridad del país menos de 24 horas después de que su gran rival en las filas republicanas, el congresista por Florida Matt Gaetz, miembro del ala radical y un tipo con apetito por los focos, anunciara su intención de presentar una moción de censura contra su líder en el Congreso. La histórica decisión aboca a Estados Unidos a una parálisis legislativa sin precedentes y deja al Capitolio sumido en el caos.
Pasadas las 14.30 (hora local), el pleno votó para seguir adelante con la moción de censura, mientras los reporteros, apretados en la tribuna de prensa, pasaban lista a aliados y rivales de McCarthy, así como a las ausencias, la más sonora de todas, la de Nancy Pelosi. Algo más de una hora de discursos cruzados después, se consumó el fulminante despido político (con un resultado de 216 parlamentarios a favor frente a 210 en contra) con una arcaica y lenta votación de viva voz. Ocho republicanos y todos los demócratas presentes (208) retiraron su confianza en McCarthy, que asistió desde la mitad del hemiciclo y con resignación a su humillación pública, ya cantada más o menos al final de la mañana. Al menos se llevó varias ovaciones cerradas de sus fieles. Hacía más de un siglo que el pleno no asistía a un proceso como este y era la primera vez en la historia que un speaker es destituido de tan deshonrosa manera.
El motivo del desalojo es el pacto in extremis de McCarthy del pasado sábado con los demócratas, a los que arrancó un voto para evitar el cierre administrativo en Washington, que se tradujo en una prórroga presupuestaria para mantener la financiación del Gobierno hasta el 17 de noviembre. Fuera de ese compromiso quedó la ayuda a Ucrania, que divide al Partido Republicano. Gaetz, junto a otros congresistas díscolos que McCarthy tiene enfrente desde hace nueve meses, cuando le hicieron pasar por 15 votaciones antes de permitir que saliera elegido como speaker, consideraron ese compromiso como una traición imperdonable.
Gaetz, desterrado por los suyos, tomó la palabra desde un micrófono del lado demócrata antes de la votación definitiva. Habló con la vehemencia de quien lleva tiempo esperando su momento. “Mis colegas y yo no podemos apoyar a nuestro partido en la tarea de llevar al país al caos”, dijo para justificar su iniciativa. “El caos es el presidente McCarthy. El caos es alguien en cuya palabra no podemos confiar. Caos es acumular 33 billones de dólares de deuda, y un déficit anual de 2,2 billones de dólares”.
Fue un día intenso para él y otra convulsa jornada en el Capitolio, un espectáculo de circo político de tres pistas retransmitido en directo a una opinión pública desconfiada de sus instituciones y acostumbrada a las disfunciones de Washington. Pronto se supo que la Cámara no pensaba agotar el plazo máximo de dos días para celebrar la votación de confianza de McCarthy. Este, representante por California, intentó sin éxito parar el golpe y ahorrarse el trago, y compareció ante la prensa con la media sonrisa que lleva congelada varios días en su rostro. Al principio de la jornada, también trató de transmitir confianza en sí mismo y anunció que si obtenía el apoyo de los demócratas no sería a cambio de ningún compromiso.
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La decisión demócrata
Ambos partidos celebraron reuniones a puerta cerrada. Los congresistas las abandonaban para atender a la prensa, que corría de la oficina de un representante a otra. A media mañana, cuando “caos” ya se había convertido en la palabra del día, Hakeem Jeffries, líder de la minoría demócrata, confirmó a un enjambre de periodistas que no iba a pedir a los suyos que votaran para salvar a McCarthy. La disyuntiva era si dejar caer a un rival que no despierta ninguna simpatía o salvarlo para evitar la parálisis de la Cámara hasta que se elija un sucesor, mientras el tiempo avanza hacia el siguiente plazo para evitar el temido cierre del Gobierno. Este miércoles faltarán solo 44 días.
Al principio de la tarde, Jeffries fue más allá, al enviar una carta a sus colegas en la que confirmaba que votarían para expulsar a McCarthy dada la “falta de voluntad del Partido Republicano para romper con el extremismo MAGA [siglas en inglés de Make America Great Again, lema del trumpismo]. En el texto, el político acusaba a sus rivales de sembrar “el caos, la disfunción y el extremismo entre los contribuyentes estadounidenses trabajadores”, por, entre otras cosas, faltar a un compromiso de financiación adquirido con Biden, promover “leyes radicales” y lanzar una impeachment (juicio político) contra el presidente por los líos de su hijo Hunter sin contar con la aprobación previa del pleno de la Cámara
La iniciativa de Gaetz tenía de arranque el apoyo de varios republicanos en el extremo, que anunciaron el lunes que se subían a ese barco: entre ellos, Bob Good (representante de Virginia), Tim Burchett (Tennessee) y Eli Crane y Andy Biggs (ambos de Arizona). Good tomó la palabra cuando parecía que McCarthy no tenía solución con un discurso que empezó “lamentando” que todo esto estuviera pasando para después hacer inmisericordemente leña del árbol caído. Para que el desalojo se produjera bastaba una mayoría simple de los participantes en la votación. La Cámara cuenta con 435 congresistas, pero hay dos vacantes (una por cada partido). La composición salida de las elecciones del pasado mes de noviembre dio a los conservadores una magra ventaja de 222 frente a 213.
McCarthy no tenía que mirar muy lejos para dar con los culpables de verse al borde del abismo. Es notorio que el sueño político de su vida era convertirse en speaker de la Cámara y esa escasa mayoría le colocó a las puertas de cumplirlo, y le obligó a algunas concesiones al ala más extrema de su partido. Una de ellas fue cambiar las reglas para que bastara el empeño de un solo representante, en lugar de los cinco que hacían falta antes, para presentar una moción de censura. Ese solitario francotirador ha resultado ser Gaetz. Ninguno de los dos ha ocultado desde enero la antipatía mutua que se profesan.
Entonces hicieron falta 15 votaciones para torcer la voluntad díscola de Gaetz y los suyos. Fue un bochorno histórico: hacía más de un siglo que en la Cámara de Representantes no había hecho falta repetir tantas veces la votación para escoger al líder de la mayoría.
Lo de este martes tampoco tenía demasiados precedentes. La última vez que se produjo un intento de desalojo de estas características en el Capitolio fue en 2015, cuando el entonces representante republicano Mark Meadows de Carolina del Norte (que luego se convertiría en jefe de gabinete de Donald Trump) presentó una resolución para desalojar a John Boehner (Ohio). El pleno nunca llegó a votarlo, pero Boehner dimitió.
En 1910, fue el propio presidente de la Cámara de Representantes, Joseph Cannon, el que planteó lo que literalmente es una moción para dejar el puesto vacante y que, al ser promovida por el titular del puesto funcionó como moción de confianza. Harto de las críticas de algunos parlamentarios, pidió una votación para poder ganarla y así convertir la jugada en una demostración de fuerza.
La caída del mazo tras la votación que expulsó este martes a McCarthy dejó el eco con una urgente pregunta: ¿y ahora qué? Ahora su puesto lo ocupará de forma provisional el primero de una lista entregada por el propio McCarthy al secretario de la Cámara. El elegido es el representante republicano Patrick McHenry, de Carolina del Norte, que, vestido con una pajarita, golpeó por primera vez el martillo con fuerza, como si necesitara desahogarse. Su primera misión será lograr el nombramiento de un nuevo speaker. No hay ningún candidato republicano que goce de tantos apoyos para lograrlo. McCarthy ya ha anunciado que no volverá a intentarlo, mientras que Troy Nehls, un congresista de Texas, prometió, como aportación un tanto sui generis (aunque nunca se sabe en Washington), que piensa proponer a Donald Trump para el puesto. La primera votación se ha fijado para el 11 de octubre