El fentanilo ha sido el gran protagonista de las relaciones entre Estados Unidos y México este año. Por el fentanilo se ha hablado con intensidad de la lucha contra los carteles, de combatir el tráfico de armas e incluso de migración, los grandes asuntos fronterizos. 50 veces más eficaz que la heroína, la fatídica sustancia que acaba con 100.000 vidas anuales en Estados Unidos se ha convertido en un reclamo social ineludible para el gobierno de Biden y en una herramienta de pelea política entre demócratas y republicanos donde más de un puñetazo, quizá merecido, acaba en la cara de México. Contra las mafias y sus drogas siempre hubo un poderoso antídoto: la asfixia económica.
De visita en México, la secretaria estadounidense del Tesoro, Janet Yellen, ha comunicado que la Oficina de Control de Activos Extranjeros ha impuesto sanciones económicas contra 15 personas y dos empresas vinculadas al cartel de los Beltrán Leyva, al de Sinaloa y al de Jalisco Nueva Generación. Se trata, ha dicho Yellen este miércoles, antes de degustar unos tacos para deleite de los citadinos, de “exponer e interrumpir los flujos financieros de los traficantes”. Exponer es palabra clave para quien se pregunte por qué esas empresas relacionadas con los carteles no son perseguidas o clausuradas de inmediato. El Gobierno mexicano tendrá que hacer su parte. Las compañías son la Editorial Mercado Ecuestre, relacionada con la hípica, y Difaculsa, farmacia minorista vinculada con los Beltrán Leyva. Quedan expuestas. Asimismo, las propiedades que los señalados tengan en Estados Unidos permanecerán bloqueadas. Yellen se entrevistará con sus homólogos del país vecino y con directivos bancarios con el mismo objetivo, “frenar el financiamiento ilícito asociado al fentanilo”.
Prácticamente no ha habido una reunión entre ambos países este año en la que no se haya tratado este asunto, siempre calificadas de cordiales, donde los líderes de un lado y otro de la conflictiva frontera han exhibido un buen entendimiento. “Los mejores socios y aliados”, dijo Biden. “Relación excelente”, correspondió López Obrador. Pero el dichoso opioide se infiltraba algunos días en las relaciones diplomáticas con efecto perturbador.
En septiembre, los republicanos redoblaron la ofensiva contra México proponiendo que el Ejército estadounidense cruzara el río Bravo para imponer orden en los carteles del narcotráfico. Los demócratas se desmarcaron de esas “declaraciones temerarias que amenazan con normalizar la idea de invadir México”. López Obrador las tachó de ridículas y enarboló la soberanía de su nación. El mexicano encuadraba esta invectiva en el oportunismo republicano contra Biden, quien anunció a primeros de octubre la construcción de 32 metros más de muro fronterizo, coincidiendo, de forma insólita, con una vista del secretario de Estado, Antony Blinken, a México. “No teníamos opción”, se disculparon diplomáticamente. El asunto no pasó a mayores.
Pero la guerra con los republicanos siempre ha estado ahí. Acusaron a los migrantes de pasar drogas a su territorio y de ser México el gran laboratorio del fentanilo. Yellen ha afirmado que “la mayor parte de los precursores químicos del opioide proviene de China y se sintetiza en México”. Abonando la cordialidad, López Obrador envió una carta a China en abril en la que pedía ayuda para combatir el fentanilo, cuyo consumo en Estados Unidos estaba ocasionando una verdadera masacre. En pésimas relaciones con la Administración de Biden, los voceros de Xi Jinping respondieron agrios al presidente mexicano: “Estados Unidos debe afrontar sus propios problemas”.
La cumbre de San Francisco de mediados de noviembre entre los tres mandatarios concernidos por el fentanilo vino a templar los ánimos. Xi se reunió con Biden y López Obrador invitó a Xi a venir a México. La lucha contra el fentanilo seguía su curso en términos de estrecha cooperación, que se amplió a otros campos. En octubre, funcionarios mexicanos estuvieron en Pekín tratando este mismo asunto de los precursores químicos con los que después se fabrica el fentanilo en México.
Estados Unidos quiere firmeza en este asunto. Curiosos han sido los mensajes emitidos por algún cartel en Sinaloa, en los que se desligaba por completo de la producción y venta del fentanilo y amenazaba a sus narcorrivales con hacerles la guerra si no seguían el mismo camino. Siempre en esas cartulinas redactadas con bravuconadas de matones con poco seso.
Este año que va a concluir, comenzaba con la detención el 5 de enero, en la sierra de Sinaloa, de Ovidio Guzmán, hijo del famoso Chapo, con el desmadre propio de estas operaciones y 29 muertos, 10 de ellos militares y el resto presuntos integrantes del grupo criminal, que repelió el ataque con potencia de guerra. Como en otras ocasiones, la información intercambiada con Estados Unidos, resultó de provecho. Ovidio fue después extraditado a ese país, donde espera el proceso judicial desde la cárcel.
Detenciones de capos de la droga y desmantelamiento de laboratorios es lo que Estados Unidos pide al Gobierno mexicano. Y este le responde que vigile con eficacia el trasiego de armas que salen de su territorio hacia México, unas 70.000 cada año, y que se esmere en las medidas contra la drogadicción entre la ciudadanía. Entre peticiones, cumbres de líderes y exabruptos políticos de tarde en tarde a ambos lados de la frontera, ha ido pasando 2023. Pero a veces, las crisis sociales son acuciantes para los gobiernos. Estados Unidos tiene un enorme problema de salud pública con el fentanilo. México, una verdadera pandemia de violencia asociada al narcotráfico. Están condenados a ponerse de acuerdo más allá de las provechosas relaciones comerciales a un lado y otro del muro.