A 40 años del regreso de la democracia en Argentina, Javier Milei inauguró este domingo un nuevo rumbo para el país sudamericano. De espaldas al Congreso -”la casta política”- y de cara al pueblo que lo votó, el presidente ultraderechista dio un primer discurso demoledor sobre la herencia recibida y advirtió que arrancará su mandato con un durísimo recorte del gasto público de unos 20.000 millones de dólares: “No hay alternativa posible al ajuste, no hay plata”. El panorama que dibujó fue tan crudo que hasta los miles de simpatizantes congregados en las calles enmudecieron durante parte del discurso presidencial.
La decisión de romper la tradición de hablar ante la Asamblea Legislativa fue un gesto simbólico del populismo de ultraderecha que da sus primeros pasos en Argentina con Milei. Lo hizo rodeado de otros referentes de esta corriente mundial en alza, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y el líder del partido español Vox, Santiago Abascal, invitados a la ceremonia de toma de posesión.
“Hoy damos por terminada una larga historia de decadencia y declive y comenzamos el camino de la reconstrucción de nuestro país”, arrancó el presidente desde la escalinata del Congreso frente a una plaza abarrotada. Se remontó primero a una presunta época dorada de Argentina, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el país sudamericano era el “granero del mundo”, para regresar con rapidez a la bomba a punto de explotar que recibe de manos del peronista Alberto Fernández. “Ningún Gobierno ha recibido una herencia peor que la que estamos recibiendo nosotros”, advirtió. A diferencia de la visión optimista que imprimió Mauricio Macri al asumir como presidente en 2015, Milei reiteró una y otra vez que el país que recibe es tierra arrasada.
Las cifras oficiales sobre la situación de Argentina muestran que la economía está en una situación crítica. Durante los cuatro años del mandato de Fernández la inflación casi se triplicó -del 54% al 142%- y la pobreza creció cinco puntos, hasta superar el 40%. El déficit primario es del 3%, Argentina está endeudada con acreedores externos e internos, no hay dólares en el banco central y el valor real del peso, la moneda nacional, está por los suelos.
Fernández se despide con un elevado rechazo a su gestión, superior al 70%, y planea mudarse a España ahora que ha traspasado el poder. Este domingo, al llegar al Congreso, subió rápido y sin girarse a mirar a la multitud que aguardaba a su sucesor y coreaba consignas contra su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
El fantasma de la hiperinflación
Los datos que difundió Milei son mucho peores a los oficiales y entre ellos apareció uno de los fantasmas más temidos por los argentinos, el de la hiperinflación. La última fue en 1989 y nadie que la vivió ha podido olvidarla. Ese año el aumento de precios fue del 3.079%: era imposible saber cuánto costaba un kilo de harina o una botella de aceite porque los precios cambiaban entre la mañana y el mediodía. La pobreza se disparó y en los barrios populares se registraron saqueos a supermercados. “Nos dejan una inflación plantada del 15.000% anual”, advirtió Milei este domingo.
“Nuestro objetivo es hacer todo lo posible para evitarla”, subrayó. El riesgo de fracasar supondría un crecimiento de la pobreza hasta el 90% y que la mitad de la población fuese indigente, es decir, no tuviese ingresos suficientes ni siquiera para comprar alimentos.
La receta propuesta por Milei para reconstruir Argentina es sudor y lágrimas. Anticipó que realizará un recorte del gasto equivalente al 5% del PIB y dio a entender que eliminará los subsidios al transporte público, al gas, la luz y el agua. Las numerosas veces que remarcó la inevitabilidad de un ajuste recuerdan al eslógan político de la conservadora británica Margaret Thatcher en los ochenta: “No hay alternativa”. Al igual que ella, el nuevo presidente de Argentina cree que la solución pasa por abrirle los brazos al mercado y que cualquier otra solución está destinada al fracaso.
Milei prepara un gran paquete legislativo que enviará al Congreso en los próximos días y ha anticipado también que convocará a sesiones extraordinarias. Su partido, La Libertad Avanza, tiene tan sólo el 15% de los diputados y el 10% de los senadores, y deberá negociar cada paso que dé para aprobar nuevas leyes y reformas. Sin embargo confía en que al menos las primeras medidas encuentren poca oposición dado el caudal de votos que lo avala, casi el 56% de la población.
El apoyo al nuevo presidente es mayoritario pero no total en una Argentina más polarizada que nunca. Millones de personas recibieron sus palabras como un mensaje de esperanza y se mostraron convencidas, como les prometió, de que el sacrificio inminente “es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina”. Lo saludaron y lo vitorearon en las calles al grito de “Argentina” y “libertad”. Otras, en cambio, temblaron al leer entre líneas que comienza un nueva era de privatizaciones y políticas económicas promercado que entronca con la del peronista Carlos Menem en los noventa y recuerdan que esa vez el país estalló por los aires con la crisis del corralito de 2001-2002.
Es una incógnita si esa polarización se trasladará a las calles. Argentina tiene una larga tradición de resistir leyes impopulares, pero el Gobierno advierte que en ese caso no se quedará de manos cruzadas. Responderá con mano dura a quienes se opongan con protestas violentas y cortes de calles no autorizados. “Aquellos que quieran utilizar la violencia o la extorsión para oportunizar el cambio, les decimos que van en contra de nosotros. Les decimos que se van a encontrar un presidente de convicciones inamovibles que utilizará todos los resortes del Estado para avanzar en los cambios que nuestro país necesita”. La responsable de aplicar la mano dura será Patricia Bullrich, que repite en la cartera de Seguridad tras haber ocupado ese cargo bajo la presidencia de Macri.
Milei tiene por delante cuatro años con grandes desafíos. Este economista, el primero que llega a la presidencia argentina, tiene prisa por arrancar.