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Darcy Lockman: “El instinto maternal es mentira. Si las mujeres hacemos ciertas cosas mejor es porque las hemos hecho muchas veces”

“Todas las mujeres que han leído el libro me dicen que se enfadaban mientras lo leían, y lo comprendo: yo me enfado cada vez que hablo del tema”. Así comienza nuestra charla con Darcy Lockman, que en Toda la rabia. Madres, padres y el mito de la crianza paritaria aúna datos, investigaciones y testimonios que reflejan la desproporcionada cantidad de trabajo parental que recae sobre las mujeres. Fue la llegada de su primer hijo la que hizo a la psicóloga y escritora darse cuenta de que pese a que su marido y ella pensaron que jamás ocurriría, la desigualdad dentro de las pareja fue in crescendo. “Yo vivía como un ciudadano de segunda clase en mi propia casa. Intenté comunicar mi infelicidad a George, pero él solo podía oírlo como una crítica, así que nunca lo conseguí”, escribe.

Los datos que refuerzan tales desigualdades son devastadores: una vez que tienen hijos, las mujeres añaden 22 horas de cuidado de los niños, mientras que los hombres solo añaden 14. Estos últimos compensan el esfuerzo eliminando cinco horas de cuidado de la casa. Sin embargo, las mujeres mantienen sus 15. La información más reciente sobre el uso diario del tiempo recopilada por Pew Research y la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos desvela que las mujeres que trabajan fuera de casa aumentan el 65% de las responsabilidades del cuidado de los hijos. ¿Sus parejas masculinas? El 35%. A la espera de encontrar parejas capaces de compartir responsabilidades, explica la autora, asistimos a lo que los politólogos llaman “expectativas crecientes e insatisfechas”, algo que históricamente da pie a revoluciones, pero que no ha impulsado a las mujeres a poner en marcha la consiguiente revolución civil. ¿Es posible cambiar las cosas? ¿Por qué la promesa feminista de una verdadera pareja de hecho casi nunca se cumple? Hablamos al respecto con la autora.

Capitán Swing edita 'Toda la rabia'.

Capitán Swing edita 'Toda la rabia'.

¿Qué supone para la salud mental de las mujeres tener que comunicar a sus maridos constantemente lo que han de hacer en casa?

Depende de cómo nos sintamos al respecto. Si de verdad nos da igual este reparto desigual, no tiene impacto alguno, pero si nos importa y no deseamos que sea así, nos enerva. Cuando repetimos a nuestras parejas incesantemente lo que necesitamos y no logramos la respuesta deseada, el enfado aumenta. Es terrible sentir que estamos con alguien que se niega a escuchar nuestras necesidades, así como tener la impresión de estar en una posición en la que nuestras exigencias no son atendidas. Es algo que realmente termina por dejar huella en nuestra salud mental.

Señala la importancia de huir del estereotipo de “la mujer quejica” pero, ¿no es curioso que no exista el revés cultural del hombre que se queja?

El problema es que el que se queja es quien considera que sus necesidades no están siendo satisfechas, y en la cultura occidental vemos desde un prisma negativo a quien expresa lo que necesita y a quien se queja. En lugar de subrayar y criticar el hecho de que una parte de la pareja no está ayudando, motivo por el cual su esposa se está quejando, aseguramos que el problema lo tiene quien plantea sus necesidades. Es realmente machista el hecho de que no haya el revés que comenta del marido quejica, pero, ¿sabe por qué no existe? Porque los hombres no tienen de qué quejarse. Es una forma de reforzar la idea de que las mujeres han de encargarse de todo. Lo que tenemos que hacer es interiorizar que no tenemos que sentirnos mal por expresar nuestro disgusto. Si vamos al banco a sacar dinero y nos dicen que es imposible, ¿acaso no nos vamos a quejar? Hablamos de un acuerdo contractual que nos empuja a luchar por nuestras necesidades, y sin embargo, en las relaciones amorosas, se espera que las mujeres aparten lo que necesitan. Las cosas no han de ser así.

¿Cree que hablar sobre sexismo social puede hacer que la conversación sobre el trabajo doméstico sea menos personal?

Eso espero. Ojalá las parejas lean el libro y entiendan de dónde parten. Como no somos conscientes del punto del que partimos, terminamos sumidas en un desastre que no sería tal cosa si ambas partes comprendieran que la sociedad nos empuja a situarnos en posiciones de desigualdad no porque el hombre sea más vago, sino porque es lo que hemos internalizado. Creo que es importante comprender que tu pareja no es el enemigo: sencillamente, hemos interiorizado que los hombres son más valiosos, al igual que su tiempo y sus necesidades. Estas ideas terminan por quedar reflejadas en nuestras relaciones.

Incluso las parejas que creen en la igualdad ven cómo sus dinámicas cambian cuando llega un bebé. ¿Por qué?

Todos tenemos valores, y aunque las parejas progresistas valoramos a nuestra pareja y no pensamos de base que las mujeres han de hacerlo todo, hemos de ser conscientes de que nuestros valores no determinan nuestro comportamiento, por más que así lo creamos. Podríamos pensar que el marido se dará cuenta de que su mujer se está encargado de todo el trabajo del hogar y pensará que es vital repartir mejor las tareas, pero contrariamente a lo esperado, asegurará que lo mejor es que ella continúe haciéndolo todo, alegando que “lo hace mejor”. Justificamos nuestros comportamientos cuando no se alinean con nuestros valores.

¿Cree que si una pareja leyera el libro antes de ser padres, se comportaría de una manera diferente al llegar el bebé?

Si ambos se lo toman en serio y ponen en marcha una negociación antes de que llegue el niño, porque su llegada va a suponer una cantidad brutal de trabajo, creo que sí. Cuando vives con tu pareja sin tener aún hijos, las responsabilidades no son tan inmensas. El hombre ni siquiera se suele dar cuenta de que su mujer, de base, ya está haciendo más cosas en la casa, porque ella aún no está ni abrumada, ni agotada. Sin embargo, cuando llegue el bebé y nos encontremos con esta división de poderes desigual, las mujeres se agotarán. No somos conscientes de que ya se habían asentado de forma previa las bases para que el hombre estuviera algo ausente en las tareas domésticas. Si tienes constancia de eso, sabrás que para cambiar las cosas, tienes que negociar todo el rato.

Indica que las mujeres sienten una presión mucho más fuerte para ser buenas madres que los padres, a los que se jalea en el instante en el que prestan la más mínima ayuda. ¿Por qué se actúa así?

Se espera que las madres dejen de lado sus necesidades por sus hijos, y como no se espera eso de un padre, cuando hace lo mínimo, se le aplaude. Es como si comienzas a recoger la basura de la calle: la gente dirá que eres muy buena, porque no es algo que te toque hacer.

¿Cómo puede una pareja abrazar la igualdad doméstica?

Esta labor exige mucho trabajo dentro de la pareja, pues cada uno ha de reflexionar acerca de cómo ha integrado el sexismo en su vida. Cada persona puede decidir si quiere o no que las cosas sean así. Aunque no podemos cambiar de forma individual la sociedad, podemos elegir que nuestra relación sea diferente. La sociedad no es como queremos, y me temo que esto no va a cambiar pronto. En Estados Unidos, hasta la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de clase media no se incorporaron en masa al trabajo, y lo hicieron porque los hombres estaban en la guerra. Lo que quiero decir es que el cambio no llegó porque una persona quisiera trabajar, sino porque hubo un momento de crisis que cambió el comportamiento. El coronavirus hizo algo similar. La gente se vio obligada a trabajar desde casa, y fueron las familias en las que los hombres teletrabajaron mientras que las esposas iban a la oficina en las que el reparto de las tareas del hogar se igualó. En América ocurrió en el 10% de familias y provocó un cambio que no fue fruto del deseo de cambiar, sino de una crisis externa. Parece ser que los cambios sociales ocurren así. No podemos controlar de forma individual cuándo ocurren esos cambios; lo único que podemos hacer es intentar mejorar la situación en casa.

¿Podemos alcanzar la equidad parental sin apoyo institucional?

Creo que sí, pero no es fácil. En España, la baja por paternidad tiene una duración de 16 semanas, y sirve para recordar que tanto la madre como el padre son responsables de la crianza. Cuando los hombres son quienes se toman esa baja parental y es la mujer la que se va a trabajar, ellos ganan confianza a la hora de cuidar al bebé, porque no hay nadie más que lo haga. Estas cosas no son intelectualmente complicadas, sino que aprendemos a hacerlas, sencillamente, haciéndolas. Estos cambios sociales en los que es el Gobierno el que nos recuerda que la crianza es responsabilidad de ambas partes son los que cambian la mentalidad imperante. ¿Pueden tener lugar cambios significativos en las parejas respecto al reparto de tareas sin este apoyo institucional? Sí, pero es más fácil si lo hay, ¿no?

¿Es el instinto maternal una mentira?

Sí. ¿Qué son los instintos? Comportamientos que ponemos en marcha sin haberlos aprendido. Sin embargo, se aprende a ser padre y a ser madre. ¿Cómo se pone un pañal? Aprendiendo a hacerlo. ¡No es un instinto! ¿Cómo te aseguras de que el bebé no está en peligro? Tampoco hablamos de algo instintivo: sabemos lo que es peligroso a nuestro alrededor gracias a diversos aprendizajes. Cuanto mayor es nuestro cerebro, menor es el papel que los instintos tienen en nuestra vida. Aquello a lo que llamamos instinto es en realidad un aprendizaje, y el problema de llamarlo instinto es que nos podemos agarrar a la idea de que solo las mujeres los tienen, validando de esta forma que ellos vayan a divertirse mientras las mujeres cuidan a los niños.

Un nuevo caso de incompetencia estratégica, ¿no?

Es muy fácil decir que alguien es mejor que tú en algo para no hacer nada, pero en realidad, aquellas cosas en las que las mujeres somos mejores son esas que hemos aprendido. Si lo hacemos mejor, es porque lo hemos hecho muchas veces. Estas frases se usan para justificar no asumir responsabilidades.

La felicidad conyugal se ve afectada cuando las mujeres sienten que la división del trabajo es injusta. ¿Estamos condenados a ser infelices en pareja?

¡No! De hecho, los estudios indican que las únicas parejas cuya felicidad marital no se ve resentida al ser padres son aquellas que aseguran haber repartido las responsabilidades de forma igualitaria. Lo de menos es si el reparto es realmente igualitario: lo importante es que ambos sientan que es así. Si sabes de antemano que la clave de la felicidad de la pareja radica en esta igualdad, anticiparás el trabajo que va a implicar la crianza antes de la llegada del bebe y evitarás así que dinamite la relación.

Las mujeres tienden a abandonar la ira en aras de la gratitud cuando se enfrentan a ciertas desigualdades en el hogar pero, ¿acaso no es la ira el motor de muchos cambios?

La gratitud nos ayuda a estar menos enfadadas. Es cierto que tendemos a racionalizar el enfado. Esto ocurre por ejemplo cuando nos damos cuenta de que nuestro marido ayuda poco en casa y decimos un clásico: “Nuestra madre estaba peor”. La gratitud es importante, pero creo que tenemos que sentir también el enfado. Apreciar lo que él hace en casa es vital, pero también lo es reconocer que necesitamos que haga más.

¿Por qué las mujeres están cómodas cuando se atienden menos a sus necesidades?

Los niños son educados para abrazar el estado argéntico, mientras que las mujeres han sido educadas para ser comunales. Ellos piensan en sus prioridades y nosotras, en cómo se sienten los demás. Cuando se crea una pareja formada por un hombre y una mujer, ninguna de las partes comprende que el otro ha sido educado de esa manera tan diferente, pues es algo que comenzamos a advertir al crecer. Cuando empecé a vivir con mi marido, veía ciertas cosas raras en las que ni siquiera sabía identificar qué era lo que encontraba tan extraño, hasta que me di cuenta de que él pensaba siempre en sus necesidades y las anteponía a todo lo demás. Ojo, mi marido es maravilloso, pero cuando vives con un hombre, te das cuenta de lo diferente que se desenvuelve en el mundo. No creo que ellos sean conscientes de la manera en la que lo hacemos nosotras, porque tendemos a fijarnos en los miembros más poderosos de la sociedad: los varones. En resumidas cuentas: ellos han sido criados para pensar en sí mismos y nosotras, para no hacerlo. Tenemos que ser flexibles con ambas posturas, pero creo que hay momentos en los que es bueno que cada uno anteponga sus necesidades y otros en los que hay que pensar en los demás. Estamos polarizados por esa educación.

¿Acaso no estamos tan acostumbradas a la desigualdad que a veces ni siquiera nos damos cuenta?

Si fuéramos conscientes de ello todo el rato nos volveríamos locas. Hay estudios que demuestran que en los casos de parejas que aseguran que el reparto de tareas en el hogar es igualitario, en realidad las mujeres se encargan de dos tercios de las labores. Si ambos sienten que el reparto es justo no pasa nada, pero la verdad es que ellas siguen haciendo mucho más.

Aunque no hay una respuesta sencilla, ¿cómo podemos intentar alcanzar la paridad en el hogar?

Hay que ser conscientes de que es muy posible que exista esa desigualdad en casa aunque pensemos que no va a ser así. De esta manera, la pareja puede actuar como un equipo para abordar aquello a lo que se va a enfrentar. La vida y las relaciones son lo suficientemente duras; por lo que no queremos que este asunto, que pese a ser peliagudo y delicado es algo que podemos abordar y controlar, sea lo que nos separe. Si compartimos el trabajo, llegamos al acuerdo de ser conscientes de lo importante que es hacerlo y de lo esencial que es estar abiertos a escuchar al otro de forma colaborativa, podemos estar más cerca de ese reparto equilibrado.

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