Hace unos días, Xóchitl Gálvez, la aspirante a la presidencia de la República por la coalición opositora, realizó una gira por Estados Unidos. Como parte de sus actividades se presentó en el Wilson Center en Washington DC, y durante su discurso mencionó una conocida frase en inglés, “you have to walk the talk”, para instar al presidente Biden a “predicar con el ejemplo”. Toda su charla se llevó a cabo en español pero bastó escuchar su pronunciación de esa conocida frase para desatar furibundas críticas...
en redes sociales. La acusaron de mentir en cuanto a su dominio del inglés y sugirieron que su manera de hablar este idioma debería avergonzarla. Lo más interesante es que muchas personas obradoristas que habían defendido al presidente de la República ante las críticas por no hablar inglés se mofaron abiertamente de Xóchitl. Queda claro que hablar inglés y la manera de hacerlo se ha convertido, desde ambos lados del espectro político, en algo a lo que se debería aspirar, en un indicador de lo deseable.
El estatus que en la actualidad tiene el idioma inglés no es muy distinto al que han tenido a lo largo de la historia otras lenguas vehiculares. Este estatus se refleja, por ejemplo, en el hecho de que, en países como el nuestro, incluso las personas que no hablan inglés deciden usar palabras en este idioma para bautizar sus proyectos, negocios, tiendas o emprendimientos porque algo del aura de prestigio que tiene esta lingua franca parece transferirse a aquello que nombramos en inglés. Como alguna vez prometió el priista Francisco Labastida durante su campaña a la presidencia de México, aprender inglés y computación parece abrir una puerta que da a un mar de oportunidades. Esta idea simplista e ingenua sigue latiendo tanto detrás de quienes le reclaman a López Obrador no saber el idioma como de aquellos obradoristas que se burlaron del acento de Xóchitl Gálvez.
Por otro lado, es importante considerar que el acceso al aprendizaje del inglés como segunda idioma es clasista. Puedes pasar años en la escuela pública tomando clases de esta lengua sin llegar a aprenderla, lo que generalmente genera una frustración que juega en contra para un aprendizaje futuro. ¿Qué es lo que está mal? ¿Los estudiantes o un sistema de enseñanza que fracasa sistemáticamente a pesar de años y años en los que se dan cursos de inglés? Para aprender realmente este idioma, en la mayoría de los casos, resulta necesario pagar por ello.
En tiempos de la inteligencia artificial y de una gran gama de herramientas que facilitan la interpretación y la traducción del inglés, resulta bastante irrelevante que Gálvez o cualquier candidata a la presidencia de la República hable o no esta lengua en función de los fines que persiguen. Votar por alguien por el hecho de que hable inglés sería una decisión estúpida. Lo único que evidenciamos al evaluar a candidatos y políticos por su nivel de inglés son los prejuicios lingüísticos que tenemos con respecto de ese idioma, un idioma tan complejo y completo como cualquier otro en el mundo.
Por otro lado, las personas angloparlantes están acostumbradas a escuchar una amplia gama de acentos de su lengua porque es la lengua más aprendida como segundo idioma en la actualidad. Lo más importante al aprender una lengua es alcanzar la fluidez y tener la capacidad de comunicarse utilizando ese nuevo sistema lingüístico, el acento es un asunto secundario y lo que dice nuestro acento de nosotros en una segunda lengua es precisamente eso, que no es nuestra lengua materna. Nuestro acento indica que somos, al menos, bilingües, que nos hemos atrevido a cruzar puentes para encontrarnos con la lengua de los otros que ahora brota en nuestros labios con una pronunciación propia que señala hacia nuestros orígenes. Pocos contextos están tan preocupados por el acento al hablar inglés como el mexicano, para muchas otras personas resulta obvio que una lingua franca como lo es ahora el inglés será pronunciado en cientos de acentos diferentes, los suyos propios (sabemos que hay una increíble variedad de acentos del inglés de nativo-hablantes) como los de aquellas personas que aprendieran este idioma como segunda lengua.
Durante mi trabajo, generalmente tengo que argumentar en contra de una falsa disyuntiva que me plantean constantemente: “En lugar de aprender una lengua indígena mejor aprendan inglés”. Esta sugerencia parece implicar que no puedo hacer ambas cosas y eso no es verdad, el cerebro humano es capaz de aprender inglés y mixe, náhuatl y francés, nada me dice que tengo que “desinstalar” el mixe de mi cerebro para poder ahora aprender inglés. Durante la presentación de la llamada Estrategia Nacional de Inglés el sexenio pasado, Aurelio Nuño, entonces Secretario de Educación Pública, dijo que su objetivo era hacer de México un país bilingüe obviando que el país es, de hecho, multilingüe. No hay que olvidar tampoco que la mayoría de la población hablante de lengua indígena somos, al menos, bilingües.
Regresando al punto, ¿cuál es el acento de inglés que sería aceptable para que no se burlaran de Xóchitl Gálvez? ¿El acento de las áreas rurales de Inglaterra? ¿El llamado acento de Boston o el acento afrodescendiente vernáculo? Como podemos inferir, no se trata de que hable inglés como nativa, también debe hacerlo con el acento de ciertas variantes prestigiosas del inglés. Otra vez, se trata de clase social.
En el otro extremo de una posible escala, muchas personas que he conocido declaran odiar el inglés por ser el idioma del imperio y lo asocian a la opresión que ejerce Estados Unidos sobre otras regiones del mundo. Sin embargo, el inglés fue también la lengua de los Black Panthers, es la lengua con la que muchas personas en África siguen resistiendo al neocolonialismo, es la lengua materna de mucha población migrante organizada que resiste al racismo en Estados Unidos. El inglés es también un idioma que articula resistencias en diversas partes del mundo. No es el idioma, es el poder.
Más que preocuparnos o centrar nuestras críticas en el acento del inglés de Xóchitl Gálvez deberíamos analizar los mensajes que, en español, dio en el país del norte. Por contraste, resulta muy curioso que las mismas personas que la criticaron, no puedan pronunciar adecuadamente su nombre que está en una lengua que, durante varios siglos, fue la lingua franca de estos territorios: el náhuatl. Nadie parece escandalizarse de que la llaman “Sóchil” o “Sóchi-t-l” como si las dos últimas letras fueran simplemente la concatenación del sonido [t] y el sonido [l] cuando la “tl” es más bien un solo fono africado lateral sordo. A pesar de varios siglos de convivencia estrecha con el náhuatl, a nadie le parece relevante hacer estos reclamos. Sabemos bien por qué.