Maestros de educación básica en escuelas rurales deben hacer frente a la falta de conectividad para poder cumplir con su labor docente
En el pueblo de Villa Nicolás Zapata, en Totolapan, uno de los más próximos al volcán en Morelos, los maestros buscan los rincones menos imaginados para acomodar sus teléfonos y tener señal. En esta oficina, Luis, el encargado del plantel, lo encontró justo en una de las esquinas del marco de la ventana. Dos metros más acá, la señal se extingue.
Con apenas 35 alumnos, la primaria rural Benito Juárez es una de las más pequeñas del estado y un claro ejemplo de cómo la forma de educar puede cambiar de un lugar a otro.
“Aquí no podemos pedirles monografías a los niños, ni mapas ni otras investigaciones, porque no hay internet. Los libros tienen códigos QR que dirigen a ciertas páginas, así que lo que hacemos los fines de semana es revisar los libros en nuestras casas, abrir los enlaces e imprimir las páginas. Si no lo hacemos así, ellos no avanzan”, dice Luis Ramírez, encargado de la escuela y maestro de quinto y sexto grado.
Villa Nicolás Zapata es un pueblo pequeño, que no alcanza los 400 habitantes. Aunque está a media hora de la cabecera municipal de Totolapan, las combis que conectan ambos puntos salen cada dos horas.
Los desafíos de la educación rural
Se les llama escuelas multigrado porque los maestros le dan clases a más de un grupo al mismo tiempo. De acuerdo con Jesús Osvaldo Carrillo, director de Planeación Educativa del Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos (IEBEM), hay 35 escuelas de este tipo en todo el estado, que se concentran principalmente en la zona norte y sur, donde las comunidades crecen con menos prisa que en la zona urbana.
“La tasa que nos pide la Secretaría de Educación Pública (SEP) es de un promedio de 25 alumnos por grupo, pero no siempre llegamos a esa cantidad. En ocasiones tenemos grupos de seis, de 12, de 13 niños y tenemos la necesidad de convertir ese plantel en una escuela multigrado”, explica Carrillo.
En la primaria Benito Juárez el grupo más pequeño es el de cuarto grado, que tiene solo cuatro alumnos.
En escuelas así, forjar a un alumno desde primero hasta sexto es una de las grandes satisfacciones de los maestros. Porque aquí, donde la pobreza abunda y el campo es la única oferta laboral, cursar la primaria podría ser obligatorio, pero la secundaria y preparatoria no: al salir de sexto, muchos son los que se van al campo a ayudar a sus padres.
Tratamos de sacar adelante el trabajo y el avance de los niños, de que se les facilite aprender, que no lo vean tan difícil.
En Villa Nicolás Zapata hace frío casi todo el año. Los niños vienen abrigados todos los días e incluso hay a quienes los padres envían cubiertos con pasamontañas, para evitar resfriados. Nadie grita, porque los maestros tienen tiempo para todos, pero Ramírez cree que algo anda mal desde que el maestro de educación física se ausentó de la escuela un día, y no regresó.
“Teníamos un docente de educación física, pero se cambió de escuela y nos dejó las horas. Ahorita no tenemos física, y a muchos eso podría parecerles poco, pero es de mucha ayuda para que los niños aprendan la motricidad. Y nosotros nos damos cuenta de que les hace falta”, dice, preocupado.
Pero es que no es sencillo venir a dar clases hasta aquí. Tener automóvil es casi un requisito. Hay que levantarse muy temprano para atravesar los campos y las comunidades que separan al pueblo del resto del mundo, y comprar material didáctico por cuenta propia, porque, aunque los alumnos son pocos, siempre hace falta.
“Nos hace falta material: libros, colores, plumones, todo aquello con lo que los niños pueden trabajar”, dice Luis.
Una contradicción
Las calles de la colonia Narciso Mendoza, en el municipio de Cuautla, son mayormente de tierra. Cada mañana, antes de irse a trabajar al vivero, Magdalena y Alexander llegan a la primaria Rómulo F. Hernández con el calzado lleno de polvo.
Magdalena es una jornalera nacida en Guerrero y quiere que su hijo estudie para que su futuro sea mejor que el suyo, porque los jornaleros solo trabajan por temporadas y ganan poco, y viven en la incertidumbre.
“Ahorita estoy trabajando en un vivero, y no ha sido fácil, pero hay que lucharle para seguir adelante”, dice Magdalena.
A pesar de estar ubicada en una zona con evidentes carencias, esta escuela, con sus 130 alumnos, es catalogada como urbana y no tiene acceso a los beneficios destinados a las escuelas rurales, como las Becas Benito Juárez, un programa del gobierno federal que apoya a las familias con hijos inscritos en escuelas de localidades prioritarias con cinco mil 520 pesos al año; o la facilidad para gestionar mejoras de infraestructura. Por eso la escuela no tiene techumbre y los niños juegan bajo los rayos del sol en el receso.
“Aunque se cuenta con agua, drenaje y luz, la infraestructura de la comunidad es rural. Tenemos personas de origen indígena y otras que no terminaron la primaria. Muchos no tienen formación académica y su única fuente de empleo es el campo, lo que limita sus oportunidades”, dice Carlos Cera, director de la primaria.
Carlos ha estado a punto de salir a la carretera que va de Cuautla a Yautepec y bloquearla, exigiendo la atención de las autoridades, especialmente desde que, hace tres años, el Instituto Estatal de Infraestructura Educativa (INEIEM) dejó sin concluir la rehabilitación del plantel.
“Nos urge que se atienda la terminación de las obras desde hace tres años, que consta de bardas, de ventanales en las aulas, de pintura interior y exterior en algunas zonas, el retiro de escombros y sobre todo impulsar la construcción de aulas externas, por ejemplo, para tener una sala de lectura”, dice Carlos, a punto de la molestia.
El derecho a la educación
“Toda persona tiene derecho a la educación. El Estado -Federación, Estados, Ciudad de México y Municipios- impartirá y garantizará la educación inicial, preescolar, primaria, secundaria, media superior y superior”, dice el tercer artículo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un mantra para maestros como Carlos, que reconoce haber ido hasta las casas de sus alumnos cuando empiezan a faltar, en un esfuerzo por convencerlos de volver a clases.
A veces pasa cuando los padres no encuentran trabajo y tienen que mudarse o, en algunos casos, simplemente dejan de mandarlos. Ahorita, por ejemplo, tengo dos casos en que hemos intentado contactar a la madre, pero ella nos pide que demos de baja a sus hijos… Pero insistimos, los buscamos por teléfono e incluso hemos hecho visitas domiciliarias para asegurarnos de que todos los niños asistan a la escuela todos los días.
No siempre es posible. A veces, al llamar a la puerta, nadie responde, porque resulta que la familia ha tenido que marcharse a Guerrero, Puebla o el Estado de México, donde haya trabajo. Cuando los alumnos regresan, el rezago escolar es evidente. Esto ocurre en el 35 por ciento de los casos.
“Cuando regresan, vemos que, en lugar de avanzar, van retrocediendo, porque no hay una continuidad”, dice Carlos.
Aunque el IEBEM sostiene que la cobertura de la educación básica en el estado es del 95 por ciento, con mil 700 escuelas y poco más de 357 mil alumnos, las necesidades son evidentes. Para Carrillo, la implementación del modelo de la Nueva Escuela Mexicana facilitará el acercamiento con los padres de familia para combatir problemas como la deserción escolar:
“La deserción se debe a otros factores, no a la infraestructura, porque tenemos la cobertura del territorio morelense, pero en este afán de continuar con los niños, niñas y adolescentes, estamos buscando el acercamiento con los padres de familia, motivados por el mayor capital que tenemos, que son las maestras, maestros o directores”.