El director Manolo Caro había jurado no hacer una película que incluyan tres características. La primera, que se enmarcará en la atmósfera del narcotráfico. Segunda. Se dijo a sí mismo que no iba a trabajar con niños, porque los sentía “muy agrandaditos” al momento de actuar. Y la tercera, no le gusta trabajar con animales. Curiosamente, Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010), su nuevo proyecto —una adaptación de la obra del escritor jalisciense Juan Pablo Villalobos—, tiene las tres: Tochtli es un niño al que le gustan los sombreros, los diccionarios, los samuráis, las guillotinas y los franceses. Ahora lo que quiere es un nuevo animal para su zoológico privado, un hipopótamo enano de Namibia. No importa que se trate de un animal exótico en peligro de extinción. Su padre, Yolcaut, un narcotraficante en la cúspide del poder, está dispuesto a cumplir todos sus caprichos.
Caro sentía la inquietud de adaptar una novela para materializar su regreso al cine y a México. Tenía cinco años sin hacer una película y sin trabajar en su país. Su amiga le dijo que cada que revisitaba Fiesta en la madriguera siempre había creído que tenía que ser él quien llevara esta obra a la pantalla grande. El también director de Perfectos desconocidos (2018) se adentró en la obra y comenzó a librarse de sus propios preceptos. Se dio cuenta que la visión de la historia era a través de los ojos de un niño y eso le quitaba la sensanción y alarma que le genera la glorificación al narco que realiza la industria.
Después de muchos castings, apareció Miguel Valverde con un “desenfado, libertad y una frescura” que cautivó al director. Ahí supo que había encontrado a su Tochtli y se quitó otro condicionamiento. La obra estaba llena de animales, por lo que finalmente lo asumió como un desafío. “Creo que la vida es cabrona. Te presenta proyectos que justo te hacen que derrumbes estas barreras que te vas poniendo conforme vas avanzando en esta profesión. El reto era muy grande, pero las ganas de incomodarme y de llegar a ese lugar lo eran aún más. Fue un rodaje muy divertido y muy interesante”, cuenta el director desde las oficinas de Netflix, en el piso 37 de la Torre Reforma, en Ciudad de México.
Es la segunda obra de Villalobos que la empresa de la gran N lleva al cine. Anteriormente adaptaron No voy a pedirle a nadie que me crea, que fue llevada a cabo por Fernando Frías, que anteriormente dirigió la aclamada Ya no estoy aquí (2019). El escritor, presente en la conversación a través de videollamada desde Barcelona, donde reside desde 2003, estuvo también involucrado en este nuevo proyecto junto a Caro y a Nicolás Giacobone, ganador del Oscar a Mejor guion por Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) (2014) junto a Alexander Dinelaris, Jr; Armando Bó y el mexicano Alejandro González Iñárritu.
“Manolo tiene este toque de lo trágico y lo cómico. Tiene esta habilidad y esta sensibilidad para retratar situaciones límite de personajes que están como en condiciones tanto extremas en términos emocionales, sentimentales. Creo que cuadraba muy bien con lo que sucede en la novela y entonces de inmediato me pareció que era la persona ideal para hacer la adaptación”, afirma Villalobos.
Tochtli vive en un palacio. Una madriguera con su propio zoológico en la que no le falta nada, en la que convive con decenas de personas, entre matones, meretrices, dealers, sirvientes y algún político corrupto. Giacabone, conectado a la conversación de forma virtual desde Argentina, dice que sus primeras impresiones de la obra de Villalobos fueron que se trataba de una lectura atrapante y muy visual, contada a través de la voz de un niño en primera persona, un recurso que es “difícil llevar al cine”, admite.
“Tuvimos una coincidencia y también un entendimiento [con Caro y Villalobos] de cómo funciona la adaptación, que es básicamente absorber, mascar la obra original y digerirla para luego empezar a pensar en algo, ya que por más que son adaptaciones, es una obra nueva, es una película y tiene que tener su independencia y sostenerse a sí misma”, precisa el guionista argentino.
La película, aún sin fecha confirmada de estreno, cuenta en su elenco con Manuel García-Rulfo, en el papel de Yolcaut —que anteriormente estuvo como coprotagonista de Tom Hanks en Un vecino gruñón—; Daniel Giménez Cacho, Raúl Briones, Pierre Louis, así como Teresa Ruiz y Debi Mazar, entre otros nombres.
La película, filmada en Guadalajara y en Katima Mulilo, Namibia, fue nutrida por el origen sinaloense de los padres de Caro. La música y la cultura del noroeste del país fueron sus materiales, más que creadores cinematográficos, para los colores e imágenes que componen a Fiesta en la madriguera. Desde Netflix coinciden que esta nueva película marca una evolución en su visión cinematográfica y narrativa del cineasta, quien anteriormente supo reinventar los culebrones con el éxito de La casa de las flores.
Su inspiración y lo que buscó transmitir tanto a Villalobos como a Giacobone, así como a su equipo de producción, tuvo que ver con la música, con una región, con la comida, la cultura del narco, pero con un giro de tuerca para no caer en el cliché. “Ramón Ayala y su grupo Los Bravos del Norte, sin duda fue una gran inspiración; Carlos y José, la banda sinaloense que mis padres escuchaban. A partir de ahí empecé a hacer una selección musical y a armar un playlist. Empecé a enseñarles por dónde queríamos ver la película. Con Fiesta en la madriguera siento que logramos esa magia de que todos estábamos contando la misma historia”, explica Caro, acomodado en una sala de conferencias nombrada La casa de las flores.
Villalobos dice que siempre imaginó su obra como una novela de iniciación, en la que el niño va a descubrir quién es su padre, pero a la vez como una especie de cuento infantil para adultos. No la veía muy realista, por los elementos con los que juega —un palacio cerrado con animales exóticos y un niño que está disfrazado todo el tiempo—, sin embargo, la escritura del guion llevó un monólogo a que cada uno de los personajes gane su profundidad y personalidad, que quizá, admite, en el libro son “mucho más esquemáticos”.
“Desde que surgió la posibilidad de la adaptación fue clarísimo que tenía que desapegarme del libro. La película es una cosa distinta. Nunca quise defender la fidelidad del libro a la película, porque tiene sus propios códigos y también tome su propia vida. A mí la comparación siempre me ha parecido una tontería, cuando la gente empieza a decir ‘me gusta más la película’ o ‘me gusta más el libro’. Es como comparar una canción con un cuadro. Estoy feliz. Uno escribe una novela, que es un proceso muy solitario, y de pronto te ves dentro de un proyecto que implica muchísima gente. Ha habido un elemento muy placentero en todo el proceso porque afortunadamente ha habido muy buena onda en cada uno de los pasos”, concluye Villalobos.