Hace poco más de un año, con brackets todavía en los dientes, Stephanie y Susej reían a bordo de un dinosaurio de plástico dentro de un centro comercial. Salen abrazadas en la puerta de un cine, frente al espejo, en Teotihuacán, en unos recreativos, formando un corazón con los brazos en la playa. Juntas, “hasta que se seque el mar”, escribían con corazones en Facebook hace unas semanas. El 30 de julio, sus cuerpos aparecieron quemados en un paraje de la alcaldía Tlalpan, al sur de Ciudad de México. El brutal feminicidio de las dos jóvenes, procedentes de Maracay (Venezuela), ha destapado las cloacas de las redes de trata sexual en la capital mexicana.
Los vecinos de la colonia San Miguel Topilejo encontraron los cuerpos de las chicas y dieron la voz de alarma. Estaban ensangrentadas, con un disparo en la cabeza y señales de haber tratado de ser calcinadas. Fueron identificadas por sus tatuajes y por una ficha bancaria con la que se hacen transferencias de dinero entre Estados Unidos y América Latina. El caso podría haber pasado desapercibido en un país en el que matan a 10 mujeres cada día, pero Stephanie y Susej, de 21 y 20 años, pusieron rostro a la lacra que no quiere mirar el Gobierno mexicano: la explotación sexual de mujeres, la tercera actividad más lucrativa para el crimen organizado, después del tráfico de drogas y la venta de armas.
La investigación se revela a cuenta gotas. La Fiscalía de Ciudad de México, que indaga el doble feminicidio, sí reconoce que la muerte está relacionada con una red de trata de ciudadanas extranjeras en el país. Se presume que las mujeres pudieron ser asesinadas en otro lugar y sus cuerpos llevados en coche y arrojados en Topilejo, cerca del kilómetro 32 de la carretera México-Cuernavaca, durante la madrugada. Trataron de quemarlas para destruir cualquier tipo de evidencia. Este fin de semana, los agentes han detenido a una mujer de 19 años y a un hombre, de 24, por posesión de droga en la alcaldía Gustavo A. Madero. Ambos, de nacionalidad venezolana, están presuntamente relacionados con el crimen contra Stephanie y Susej, indica la Secretaría de Seguridad Ciudadana. “De acuerdo con los análisis de las cámaras de videovigilancia y los trabajos de investigación, el detenido fue visto en el paraje donde se localizó a las mujeres sin vida”, señala el comunicado, que no da más detalles de la vinculación.
El pasado 7 de agosto, la Policía de Investigación registró dos departamentos: uno en la alcaldía Cuauhtémoc, en la colonia Buenavista —uno de los focos de prostitución en la ciudad—, y otro en Azcapotzalco, en la colonia Providencia. Uno de esos departamentos está ubicado en un edificio con ventanas polarizadas y una fuerte vigilancia de cámaras de seguridad. La Fiscalía asegura haber encontrado indicios, ropa y calzado de las chicas que podrían contribuir a resolver el caso. Las autoridades también investigan si el crimen está relacionado con la ejecución de un hombre venezolano en el popular restaurante mexicano La Casa de Toño, en una sucursal de la colonia Anzures, en el centro de la ciudad.
Detrás de estos asesinatos se asoma ahora la sombra de la migración venezolana en México, desbocada en los últimos tres años, y del Tren de Aragua, la sangrienta organización criminal venezolana, que ha encontrado en la trata sexual de mujeres un rentable negocio. Pero todavía quedan muchos cabos sueltos: ¿Cómo entraron las dos jóvenes a México? ¿Con qué coartada lo hicieron? ¿Alguien autorizó su ingreso? ¿Por qué las mataron?
Dos hermanas que se eligen
“Eres la hermana que pude elegir. Tú eres mi mejor amiga y definitivamente mi casa es tu segundo hogar. Eres el hombro perfecto en el que puedo desahogarme y llorar. Eres la compañera perfecta de aventuras. Te amo por siempre y para siempre”. Era enero de 2024, Susej y Stephanie acababan de llegar a Ciudad de México. Esa fue la última parada de una larga ruta que empezó en Venezuela.
Creyentes y jóvenes, los tatuajes se entremezclan en su cuerpo: dibujos de las Supernenas, de mariposas y flores convivían con cruces y el nombre de Jesús. “Dios tarda pero no olvida. A pesar de todo la vida es bella”, escribieron en alguno de sus muchos perfiles de Facebook. En sus selfis, a veces casi sin ropa, se ven todavía peluches rosas. Compartían publicaciones contra la violencia de género y videos en antros donde los tipos aparecen agarrados a una pistola. Pero sobre todo subían mensajes nostálgicos sobre su ciudad, Maracay; su Estado, Aragua, y en homenaje a todo lo que con los años habían dejado atrás: a la hija de siete años de Stephanie, a la hermana pequeña de Susej y a su hermano grande.
Sus últimos mensajes son del mismo día, el 28 de julio, 48 horas antes de ser asesinadas. De madrugada, Stephanie escribía sobre las elecciones de su país: “Venezuela está en tus manos, señor, manifiesta tu voluntad, amén, amén”. Susej se dolía de la muerte de un amigo.
¿Cómo acabaron las dos amigas asesinadas? La Fiscalía contempla varias líneas de investigación. Hasta ahora, la teoría más fuerte para las periodistas expertas en redes de trata y organizaciones como Brigada Callejera, es que las chicas estuvieran tratando de escapar de la explotación. “No es fácil salirse. El control sobre ellas es muy fuerte y se hace de forma minuciosa, desde quién las lleva y quién las trae, hasta tener sus documentos, sus números de celular y la tarjeta donde les depositan, además de información sobre su familia”, explica Arlen Palestino, la abogada de la organización. “Cómo las mataron tiene que ver con algo que los malandros llaman: Comerse la luz”, dice una periodista venezolana que prefiere no dar su nombre por seguridad, “una venganza, quizá, porque quisieron escapar”, apunta. “La brutalidad que utilizaron sirve como escarmiento, pero también como un mensaje muy claro para otras chicas”. Su caso recuerda al caso Zona Divas, en el que fueron asesinadas varias jóvenes venezolanas en 2017, vinculadas a otra red de trata en la capital.
Ellas formaban parte de los casi ocho millones de venezolanos que han salido en el gran éxodo del país en los últimos años. Ahora, Nataly Maldonado, quien se presenta como la madre de las chicas, pide ayuda desesperada para poder repatriarlas a Venezuela. Sus cuerpos siguen en la morgue de Ciudad de México dos semanas después del crimen.
Las rutas de la trata
Susej y Stephanie llegaron a Bogotá a principios de 2019. Después de algo más de un año, sus caminos se separaron: la primera, más joven, pasó por Cali y Medellín, por Ecuador, antes de llegar a Lima con 17 años recién cumplidos. Ahí se reencontraron. Stephanie, un año mayor, venía desde Santiago de Chile. Ambas rutas corresponden a los movimientos habituales de migrantes venezolanas que están siendo traficadas por el Tren de Aragua.
Del país han salido estos años cientos de miles de mujeres, huyen del hambre y la pobreza. “Estamos hablando de chicas que no han podido seguir estudiando, a las que les pegó la covid-19, y fueron muy afectadas por la crisis económica en Venezuela. Suelen ser captadas a través de redes sociales con la promesa de una vida mejor”, afirma la periodista venezolana experta en redes de trata.
A muchas las suelen captar nada más cruzar la frontera con Colombia. En Villa del Rosario, a unos kilómetros de Cúcuta, las empiezan a seleccionar. Las más jóvenes se convierten en “tesoros” del Tren y rápido se las llevan a Bogotá o Medellín. “Y después a otros países donde puedan sacarles más provecho, como Chile, Perú o México, donde la moneda es más fuerte”, explica la periodista de investigación colombiana Natalia Herrera. La reportera, que ha estudiado durante años estas redes, explica que las organizaciones criminales llegan a invertir más en las migrantes que son menores de edad, como Susej y Stephanie, y pagan por crearles documentación falsa y moverlas entre países. La deuda para las chicas crece con cada nuevo país.
La explotación sexual que están sufriendo las mujeres venezolanas ha cambiado las reglas del juego en la región. Son tantas y tan vulnerables que están llegando a desplazar a la prostitución local de países como Colombia o Perú. “El fenómeno migratorio de violencia y precariedad que están viviendo las venezolanas está transformando el fenómeno de la prostitución en Latinoamérica. Son ellas quienes están poniendo hoy por hoy el cuerpo”, incide Herrera. Las mujeres son aisladas, despojadas de sus documentos y obligadas a prostituirse para saldar una deuda millonaria con sus tratantes. “En muchas ocasiones, las mismas chicas sirven para captar a amigas suyas o a familiares”, afirma la periodista venezolana.
Detrás de esta explotación se esconde a menudo el Tren de Aragua, la megabanda venezolana que nació en 2005 en el penal de Tocorón, en Aragua, y que ya es una de las estructuras criminales transnacionales más poderosas en el continente. Está afianzada en Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil. Documentos de inteligencia la sitúan también en Nueva York y Florida, en Estados Unidos. El Gobierno de Joe Biden la acaba de declarar organización terrorista. Hasta el momento no hay información oficial que identifique que el Tren de Aragua ya está operando en México. Pero lo creen periodistas y organizaciones.
Brigada Callejera identifica desde 2022 la llegada de prostitución forzada venezolana a México. Se empezaron a ver, con los hombres que las controlan, en la calle Sullivan, en Revolución, en La Merced. También cada vez más cerca de los campamentos migrantes improvisados. Los dos fenómenos, migración y trata, no se pueden entender por separado.
En 2019, la Unidad de Política Migratoria, de la Secretaría de Gobernación, identificó a 452 venezolanos en situación irregular en el país. Fueron más de 96.000 ya en 2022 y superaron los 223.000 en 2023. De estos últimos, casi 40.000 fueron menores de edad. La migración venezolana ha estallado por varias causas: la desinformación que rodeó al anuncio de Estados Unidos en octubre de 2022 sobre el ingreso mensual de 25.000 venezolanos; la mayor dificultad para entrar por avión en México, lo que satura las entradas ilegales terrestres, y la el rechazo de otros países de la región a darles papeles.
“Ya pasaron por Colombia o Chile y no pudieron regularizarse. México se convierte en su última opción”, explica Alethia Fernández de la Reguera, investigadora sobre migraciones en la UNAM. “Estas mujeres salen de su país y tienen necesidad de protección. En circunstancias normales serían refugiadas. La falta de mecanismos de protección internacional las orilla a ser cooptadas”.
En México, desde 2015, se han abierto casi 5.000 carpetas de investigación por trata sexual de mujeres, según las cifras de Seguridad Pública. En 2022 se registró uno de los picos de este delito. “Es uno de los países que a nivel internacional está en los focos rojos por trata de personas”, explica Miriam Pascual, directora de Yureni AC, parte del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Pascual comenta que la trata sexual en México está centrada en Tlaxcala, Puebla, Morelos y Ciudad de México, aunque con el paso de los años, las rutas se han ido expandiendo hacia el Estado de México o a zonas turísticas como Cancún o Playa del Carmen, en Quintana Roo.
¿Por qué es tan difícil documentar la trata?
El silencio y las preguntas sin contestar que rodean al feminicidio de las Stephanie y Susej es el mismo que suele rodear a las redes de explotación en el país. Un problema del que las autoridades prefieren no hablar, pese a que es más que evidente que están ahí, insertadas en la sociedad. Desde el Observatorio del Feminicidio señalan que cada vez resulta más difícil identificarlas o documentarlas. Entre muchos factores, porque cada vez las víctimas son más jóvenes, más vulnerables y más fáciles de manipular. Entre 2014 y 2018, Pascual comenta que se produjo un aumento de entre un 10 y un 34% de menores víctimas de trata y la tendencia sigue en aumento. La cifra negra de este delito también es enorme. El caso de las dos chicas solo es la punta del iceberg.
Las personas que caen en una red de trata —en su gran mayoría mujeres, pero también hombres, niñas y niños— suelen ser captadas por una persona que establece una relación de complicidad con ellas y que les ofrece trabajo en el extranjero. “Muchas piensan que van a cuidar niños, ancianos o a trabajar en hoteles como personal de limpieza”, agrega la periodista venezolana. “En una red de trata trabajan muchas personas y está rodeada de mucha impunidad, ya sea porque las autoridades participan a través de funcionarios corruptos o por la omisión y la falta de políticas públicas”, señala Pascual. “Las organizaciones criminales pagan a las autoridades en todos los países para que se hagan de la vista gorda”, agrega la periodista venezolana.
Miriam Pascual explica que muy pocas víctimas consiguen salir de una red como en la que estaban las jóvenes venezolanas. “En la mayoría de casos es gracias a las propias familias que son rescatadas o porque ellas se escapan”, señala. Desde el Observatorio del Feminicidio explican que la violencia y el nivel de crueldad utilizadas para deshacerse de los cuerpos responde a un “contexto nacional feminicida” en el que la vida de las mujeres vale muy poco y donde reina la impunidad. Solo el año pasado más de 3.000 mujeres fueron asesinadas en México. Stephanie y Susej fueron asesinadas en un país que normaliza la violencia contra las mujeres, igual que había normalizado la explotación sexual de sus cuerpos.