Incognitapro

Testigos del ataque de los buscas trampa de Hezbolá: “De repente empezaron a sonar explosiones, una detrás de otra”

Ali Zeaiter y Haidar Hamiye esperan noticias de sus dos amigos ingresados en el hospital de la Universidad Americana de Beirut. Fuman frente a la puerta, sin creer que apenas 16 horas antes estaban todos juntos, cuando sus amigos recibieron un mensaje en los buscas, los sacaron, miraron y explotaron. “De repente, sonó algo parecido a un disparo de bala. Como una pequeña explosión. En el barrio, empezaron a oírse por todos lados a nuestro alrededor, una detrás de otra”, recuerda Zeaiter. Con sus típicos nombres chiíes, sus 21 años y sus camisetas negras, no necesitan precisar a qué se refieren con “el barrio”. Es Dahiye, el suburbio (como significa literalmente) al sur de Beirut, feudo de Hezbolá y principal diana de la explosión casi simultánea el martes de hasta 5.000 buscas en Líbano, en un ataque masivo que dejó al menos 12 muertos y cerca de 3.000 heridos. Este miércoles, cuando el barrio enterraba a los muertos de la víspera, otra detonación masiva a distancia (esta vez de walkie-talkies y placas solares) añadió 20 cadáveres y cientos de heridos.

Mujeres con la vestimenta típica chií llegaban cada poco al hospital con los ojos enrojecidos. La seguridad impedía entrar a todos: no hay sitio para los familiares y los conocidos de tal número de heridos. Aunque alguna ambulancia se acercaba haciendo sonar las sirenas, casi todos los heridos llevaban ingresados desde el martes, cuando su traslado a la vez (el ataque apenas duró una hora) colapsó los hospitales y llevó todas las miradas hacia el Mosad, los servicios secretos en el exterior de Israel. Apenas hay dudas sobre su autoría en ambos ataques, por su sofisticación y por el contexto, en plena guerra en la sombra y de desgaste entre Hezbolá e Israel desde hace más de 11 meses, en un desigual intercambio de misiles, drones, cohetes y bombas en la frontera.

Ziad, de 45 años, pensó justamente que la explosión correspondía a uno de esos misiles israelíes. Solo después entendió lo que había visto. Estaba al volante de su coche, parado en un atasco cerca de la ciudad de Sidón, cuando escuchó la detonación en el vehículo de al lado. “Miré y vi al conductor, un hombre, con la cara ensangrentada frente al volante. Iba con su familia en el coche, la mujer y los niños, que salieron y se pusieron a gritar”, rememora frente al hospital. Ziad pensó que era uno de los denominados asesinatos selectivos israelíes, en parte porque estaban cerca de Ein El Hilwe, el mayor campamento de refugiados palestino en Líbano y donde Israel ha matado últimamente a miembros de Hamás.

El doble ataque ha dejado una mezcla de desconcierto, vulnerabilidad y solidaridad que trasciende las líneas sectarias que lastran al país. Una delegación de médicos y enfermeros se ha trasladado a Beirut para ayudar desde Trípoli, la ciudad con la que compite históricamente en importancia. Asceal, por ejemplo, tiene 28 años, no es chií y odia la “obsesión” por la filiación política y religiosa en su país, pero acaba de llegar para donar sangre. “Llevamos muchos años sufriendo mucho, por varios motivos, y siento que es mi obligación como libanesa. Hay civiles entre los heridos. Yo misma podría haber sido una de ellos, de haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado”, cuenta. Ya han cerrado las donaciones, pero promete madrugar al día siguiente para llegar a tiempo.

No hay solo gestos como el de Asceal. También enfado. Mucho. Palabras como “Estado terrorista”, en referencia a Israel; “conspiración”, porque la marca de los buscas era taiwanesa, pero la empresa alega que no los fabricó y apunta a una compañía húngara que dice que solo hizo de intermediaria; o “venganza” se escuchan a menudo. La sensación es que ha pasado algo muy grave y que el mundo lo condenaría mucho más si fuese al revés: Hezbolá como autor e Israel, como víctima.

La mayoría de heridos lo son en la mano o en el rostro, porque los buscas sonaron antes de explotar, así que los habían cogido o estaban mirando, según coinciden los relatos. Hamiye cuenta un caso distinto que presenció (“vi cómo le explotaba en el lugar lateral del cinto donde lo llevaba, así que está herido en el costado”) y otro, de uno de sus tíos. Cuenta que llevaba el dispositivo en una riñonera, junto a un cargador de pistola, que paradójicamente le protegió de la detonación. Sus familiares, en cambio, sí resultaron heridos leves.

En el caso de los walkie-talkies, las heridas se centran en el estómago o las manos. Como en el caso, captado en directo, durante la procesión fúnebre en Dahiye de cuatro de los mártires de la víspera. “Sonó la explosión, nos dimos la vuelta y vimos a un hombre en el suelo, herido en la mano”, señalaba uno de los testigos, que prefería no dar su nombre, como otros, en un momento de alta tensión y desconfianza de los extraños y los aparatos electrónicos entre banderas amarillas de Hezbolá y gestos de duelo.

La desconfianza hacia la tecnología ya existía de antes. El líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, venía haciendo hincapié en sus frecuentes discursos de los últimos meses. Pero estaba centrada en los teléfonos inteligentes. “Cada uno de ellos es un aparato de espionaje”, decía en un discurso en febrero. “Oye todo lo que hacéis, decís, enviáis y fotografiáis. Vuestra ubicación, vuestra casa… Israel no necesita más que eso”. Nasralá indicaba a los suyos lo que hacer con los móviles inteligentes: “Tiradlos, enterradlos, metedlos en una caja de metal y alejarlos”.

Entre los heridos en ambos ataques hay tanto milicianos como civiles que, además del busca que encargó y les dio Hezbolá, tenían móvil. Ocho de los doce muertos del primer ataque pertenecían al ala militar, como ha reconocido el grupo, al difundir sus nombres con fotos ataviados como tales. Son los que solo se fiaban de los buscas o de líneas fijas de telefonía, tras los constantes avisos de Nasralá del peligro de moverse con móviles.

Entre los muertos civiles está una niña de diez años que cogió el busca para dárselo a su padre. Pero no todos son “daños colaterales”, como se llaman en la jerga militar. Ni milicianos de incógnito. Es más bien que Hezbolá es mucho más que una de las milicias más poderosas y armadas del mundo. Es también un partido político con presencia parlamentaria (y al que la Unión Europea no incluye en su lista de organizaciones terroristas) y todo un entramado civil, como un hospital en Beirut (Al Rasul Al Azam), organizaciones caritativas, espías, mezquitas, ONG, servicios administrativos, etc. Una suerte de “Estado dentro del Estado” capaz de frenar cualquier decisión nacional que no le convenga.

Es a lo que alude Ghazi Zeaiter, de 64 años, tras visitar a un familiar herido de mediana consideración: un farmacéutico de 35 años que tendrá que operarse al menos uno de los ojos. “Me ha contado que escuchó un mensaje, miró a ver quién era y qué número, como siempre. Y que justo cuando iba a pulsar el botón, explotó. Llevaba gafas y se le clavaron los cristales en los ojos”, explica. Zeaiter critica que su familiar tenga ahora que rezar para preservar la vista, pese a que no estaba en la línea de combate: “No es ningún secreto que Hezbolá encargó los buscas y que los distribuyó en su entorno. Algunos trabajaban directamente para ellos y otros no. ¿Cómo iba él a desconfiar y pensar que le pasaría algo así?”, protesta.

Ha sido la segunda gran brecha de seguridad de los últimos meses de Hezbolá. La anterior fue el asesinato por Israel de su número dos, Fuad Shukr, en pleno Dahiye. Un enorme y reciente cartel le rinde hoy homenaje junto a otros dos grandes mártires: el poderoso general iraní Qasem Soleimani, asesinado por EE UU en Irak en 2020; y el líder de Hamás, Ismail Haniye, previsiblemente por Israel. Son, respectivamente, en la terminología de Teherán, “el gran y el pequeño Satán”.

Ámbito: 
Nacional
Tema/Categoría: